Posted by Gustavo Fernández en 03-11-2011
En una encuesta (1) hemos podido observar un fenómeno aparentemente secundario pero a nuestro criterio importante para comprender el estancamiento de la evolución, si no técnica, cuanto menos mediática en el consenso popular sobre la Parapsicología. En esa oportunidad, se requirió a un alto número de interesados en estas disciplinas que otorgaran un puntaje a los temas que más les atraían. La lista era lo bastante completa, y los encuestados demostraron, en general, un alto nivel de compromiso y seriedad a la hora de encarar su afición a estas temáticas. Observábamos como, de hecho, la Parapsicología obtenía uno de los puntajes más altos en el interés colectivo, mientras que una rama específica de la misma, la Radiónica, apenas alcanzaba un 7 % de interés (contra el 94 % evidenciado por su ciencia-madre). Dado que esto se debería, lógicamente, más al desconocimiento que el público tiene sobre lo que la misma abarca que a una “indiferencia temática” de aquélla, he decidido escribir estas líneas, esperando que sean lo suficientemente ilustrativas como para incentivar al lector a profundizar en su conocimiento y –especialmente– práctica.
Nunca insistiremos lo suficiente en señalar que lo que el común de la gente llama “parapsicología”, poco tiene que ver con lo que originalmente (cuando Max Dressoir instituyó el término allá por 1892) significaba, así como la Parapsicología de Rhine (2) pocas correspondencias tiene con lo que hoy hacemos los parapsicólogos. Reconocer esta situación es fundamental, no sólo a la hora de tener un panorama más completo de los alcances de esta apasionante y polémica disciplina (ya veremos por qué no sé si decir “ciencia”) sino para comprender las múltiples contradicciones y el lento desenvolvimiento institucional y social de la misma.
En general se suele emplea la expresión “fenómenos paranormales”, como sinónimo de “fenómenos parapsicológicos”. Ocurre, sin embargo, que si bien uno de esos términos engloba al otro, no funciona la expresión a la recíproca. Podemos enunciarlo diciendo: “Todo fenómeno parapsicológico es paranormal, pero no todo fenómeno paranormal es parapsicológico”.
Fenómenos como la telepatía, la clarividencia, la telekinesis, son “parapsicológicos” (producidos por la psiquis, pertenecen a un campo de estudio ajeno a la psicología ordinaria) y también “paranormales” (3). La energía de las pirámides (que investiga y aplica también el parapsicólogo) es “paranormal”, en tanto y en cuanto no corresponde al campo de las energías conocidas por la Física, pero no es “parapsicológica”, porque ni es producida por la mente, ni depende del hecho que el experimentador a priori “crea” o no en la producción del fenómeno, e incluso ni siquiera sea conciente que el mismo se está llevando a cabo.
En consecuencia, graficaríamos esto diciendo que existe un gran conjunto A de fenómenos paranormales, dentro del cual se encuentra un subconjunto B de fenómenos parapsicológicos. Así, un experimento de premonición es parapsicológico y, por carácter transitivo, también paranormal. En el gráfico de marras, estaría ubicado dentro del subconjunto B y, por consiguiente, también sería parte integrante del A. Pero la energía piramidal, el comportamiento de los chakras, las radiaciones telúricas nocivas y tantos otros, como existen por fuera de lo mental, estarían, sí, en el conjunto A, pero no en el B.
Desde los tiempos heroicos de las investigaciones mediumnímicas en sesiones espiritistas, pasando por las cuantificaciones estadísticas de Rhine, Pratt, Schrenck-Notzing y tantos otros, hasta la actualidad, lo que llamamos “parapsicología” se ha transformado en el cul de sac de todo lo que es mirado con ojeriza por la ciencia académica. Así, terrenos tan “paranormales” pero no “parapsicológicos” como el de las formas generadoras de energía, el de los vórtices energéticos geográficos y el de la existencia de un “campo bioplasmático” o “campo bioenergético” cuyo excedente físico llamamos “aura” (y cuya existencia, si bien condicionada por la mente, no es de la misma naturaleza) fueron progresivamente absorbidos por la literatura y los estudiosos de lo parapsicológico, hasta llegar a ser herramienta cotidiana de sus terapias y procederes. Hoy, sería impensable imaginar un parapsicólogo que no trabajara con los centros energéticos, o, como ya dije, con pirámides, pese a que, a fuerza de ser precisos, eso ya no sería parapsicología.
¿Y entonces qué hacemos?
La idea puntual sobre la que estamos trabajando es, entonces, que el término “Parapsicología” ya nos resulta estrecho para definir nuestros contenidos. Se hacía imperativa la adopción de una nueva terminología, y esa es precisamente “Radiónica”.
Podemos definir a la Radiónica como “la disciplina que estudia y aplica las interacciones energéticas no físicas entre el ser humano y el Cosmos”. Definición que puede parecer muy amplia –tal vez demasiado amplia– tan amplia como de por sí es un inagotable terreno de trabajo. Las energías cósmicas que sospechamos acumuladas en el interior de las pirámides, el huevo de energía que nos rodea constantemente absorbiendo y emitiendo en relación a los otros campos de energía, los cruces de napas de agua que generan flujos perjudiciales en vertical para los organismos vivos de superficie, las condensaciones energéticas propias de monumentos sagrados o edificios religiosos erigidos o construidos ad hoc, las vibraciones macrocósmicas del universo interactuando con el microcosmos del ser humano, los efectos de piedras preciosas y semipreciosas fragancias o sonidos sobre el cuerpo y la mente y un interminable etcétera serán objeto de sus desvelos. Y en una segunda instancia, su aporte es el descubrimiento de objetos o formas capaces de acumular, amplificar y dirigir, precisamente, esas energías.
La “energía de las formas”
No abundaré aquí sobre la naturaleza y múltiples aplicaciones de las réplicas a escala de la Gran Pirámide de Keops (4). Tan sólo baste señalar que existe un hecho irrebatible: construido un objeto de forma piramidal respetando ciertas proporciones, materiales y orientación, se genera en su interior una cierta “energía” (empleamos este término por carencia de algún otro más feliz, si bien no cumple con las condiciones de todas las energías físicas, no siendo siquiera detectable por los instrumentos normales de medición) con efectos diversos. Un objeto que no cumpla esos requisitos no producirá ninguna consecuencia, y, como ya señalé, no depende de la “creencia” o “sugestión” previa del experimentador que el fenómeno se manifieste o no. He aquí una energía que no se comporta como otras que conocemos, que no es registrable, y que sólo se materializa cuando construímos objetos de una “forma” (debería decir “una topología”) determinada. No sabemos qué es, aunque sospechamos que sólo es una densificación particular de las energías cósmicas. Y a falta de mejor definición, la llamamos “energía de las formas”.
No sólo la produce la pirámide; hemisferas, conos, helicoides desarrollables y hasta dibujos (sí, simples dibujos) dan cuenta de ella, siempre y cuando se respeten determinadas concepciones, en buena parte asociadas a la numerología históricamente sagrada. A fin de cuentas, un dibujo es una forma de dos dimensiones, de donde podemos suponer que los amuletos y talismanes, desde tiempos inmemoriales masivamente usados por la humanidad pero ridiculizados por la intelectualidad científica, no actúan por ser meros mecanismos “mágicos” sino porque, tomando en consideración el momento de fabricación, los elementos empleados y los diseños sobre ellos trazados, se transforman en condensadores de esa energía cósmica, como acumuladores de energía de las formas, claro que un tanto “ersatz”.
“Tecnificando” la magia
Lo apasionante de este campo es que, por un lado, abre inconmensurables expectativas en el terreno de las aplicaciones sobre las problemáticas particulares del individuo. Además, brinda un marco comprensible (de cara al paradigma cientificista dominante de nuestra época) a rituales y liturgias secularmente consideradas, dije, “mágicas”, pero no en la acepción correcta del término, sino como deplorable sinónimo de “superstición”(5). A fin de cuentas, creo personalmente que la magia es al Ocultismo lo que la técnica es a la ciencia: la expresión práctica de sus enunciados teóricos. Y aquí se nos presenta un dilema.
Un difícil equilibrio
Sin ánimo de ofender, debo decir que me resultan graciosamente patéticos los esfuerzos de muchos de mis colegas por obtener una “acreditación académica” de la Parapsicología. Hablan de “ciencia parapsicológica”, de innúmeros proyectos de ley para la reglamentación oficial de la misma, de titulaciones y doctorados, de investigaciones empíricas de laboratorio… Pero sospecho, debo admitir que con escepticismo, que tal “blanqueo” de la Parapsicología nunca ocurrirá y, quizás, lo mejor que podría pasarle a la misma es que nunca ocurra. Y me explico.
A cortarse un dedo, se ha dicho
Más allá de enjundiosas parrafadas que sólo alertagan los oídos de los novatos, muchos intentos explicativos del “porqué” de ciertos fenómenos parapsicológicos no resultan probables en absoluto. Nada, por ejemplo, parece más “anticientífico” que creer que con la foto o un mechón de pelo de alguien puede actuarse sobre él. Pero, de hecho, esto forma parte del arsenal –en ocasiones terapéutico– de cualquier parapsicólogo. Trabajando sobre lo que llamamos “muestras-testigo” (esa foto o mechón de cabello) algo “pasa” con su propietario. Funciona. Pero ninguna explicación resulta convincente.
¿Ninguna?.
Bien, si se animan a este experimento, quizás les depare una sorpresa.
Supongamos que en casa alguien se lastima, se corta, pierde sangre en cualquier accidente hogareño. Tenga preparada una bolsita con sulfato de cobre (unas piedritas color verde azuladas que, entre otros usos, se emplean para clorificar piscinas de natación) y rápidamente diluyan en un vaso lleno de agua el mismo hasta el punto de saturación, es decir, cuando por más que sigan agregando sulfato de cobre éste no se disuelve más, o, por lo menos, cuatro o cinco cucharadas soperas colmadas. Entonces introduzcan en él un trocito de algodón sucio de la sangre del herido, dejándolo allí. Atención: no se trata de mojar la herida con la solución del sulfato, ya que (a) si bien observarían efectos cicatrizantes, aquí la acción sería comúnmente química –es el principio de las sulfamidas– y no esotérico, que es lo que tratamos de probar, y (b) el ardor subsiguiente en la herida haría que la víctima recordara el árbol genealógico del frustrado enfermero hasta la octava generación.
Observaremos entonces un hecho fascinante: sin ningún tipo de acción química en contacto con la herida, ésta cicatrizará varias veces más rápido de lo que haría cualquier compuesto medicinal aplicado directamente sobre aquélla, actuando a distancia. Tan es así, que aunque se pongan centenares de kilómetros entre el herido y su “muestra testigo” sumergida en la dilución, seguirá actuando, y aun lo hará aunque el sujeto del experimento nada sepa del mismo o no crea en él, lo que invalida la hipótesis de la sugestión. Personalmente, además de haberlo empleado numerosas veces, cuento con el testimonio de un odontólogo especializado en cirugía maxilofacial y otro profesional de la salud, urólogo y cirujano, que desde hace años y por mi recomendación vienen empleándolo con éxito en sus intervenciones quirúrgicas. Es tanto como afirmar que la acción (química o energética, lo mismo da) sobre la muestra de sangre se copia, se duplica en el original del cual proviene porque, obviamente, la parte del todo (la muestra de sangre) refleja al Todo del cual fue obtenida.
Este ejemplo funciona, yo diría con más asiduidad de lo que habitualmente podemos esperar de las sustancias comúnmente recomendadas por la ciencia médica. Pero, ¿cómo explicarla?. Sólo hay una forma, y es acudiendo a uno de los Principios Fundamentales del Universo, la Ley de Correspondencia, un concepto ignorado por la ciencia materialista –y, por extensión, por los parapsicólogos que tratan de atrincherarse en un cierto cientificismo– pero conocido y transmitido por el Ocultismo desde tiempos milenarios
La Ley de correspondencia
Una cuestión de marketing
Por todo esto es que afirmo que la Radiónica es la ciencia de la magia. Y hacia ella, si les parece bien, dirigiremos nuestros pasos en próximos artículos, donde expondremos y explicaremos el uso de diversos aparatos acumuladores y moduladores de esas energías, muchos de los cuales podrán ustedes construir sobre la mesa de la cocina en algunos momentos libres. Luego cabe preguntarse: ¿por qué, entonces, hablamos tanto de “Parapsicología” y no de “Radiónica”, u organizamos cursos de la primera y no los anunciamos como lo que, en definitiva, realmente son, lo segundo?. Es por una cuestión de imagen, si así lo quieren: si anunciamos una conferencia de Radiónica, sólo un grupo reducidísimo acudirá: la mayoría de los potenciales interesados pensará que hablaremos sobre Rayos X o programas de radio. En cambio, empleando el caduco y limitado término de “Parapsicología”, el público cuanto menos tiene una idea sobre lo que referirá la cosa.
(1) Realizada a 138 miembros suscriptores de la revista electrónica “Al Filo de la Realidad”, agosto de 2000.
(2) Joseph Banks Rhine, biólogo norteamericano, creó, en las instalaciones de la Universidad de Duke, el primer laboratorio de investigación estadístico-matemática de los fenómenos parapsicológicos.
(3) Esto implica entender, primero, qué comprendemos por “normalidad”. A los fines científicos, existen dos clases de normalidad, la biológica y la estadística. Y no son necesariamente correspondientes. Por ejemplo, es normal estadísticamente hablando resfriarse en invierno, pero no es normal biológicamente, ya que implica una pérdida del estado de equilibrio. En un sentido más amplio, aquí aplicamos la expresión “normalidad” a lo habitualmente aceptado en los claustros científicos y universitarios.
(4) Mayores precisiones sobre su empleo pueden hallarse en mi libro “El correcto uso del péndulo y la pirámide”, Editorial 7 Llaves, Buenos Aires, Argentina, 1999.
(5) No me molestaría demasiado, de todas formas, que lo mío sea considerado superstición si de un sentido etimológico estamos hablando. En efecto, “superstición” proviene de “supérstite”: “lo que sobrevive”. Lo que sobrevive de un conocimiento perdido en la Antigüedad.-Al filo de la Realidad