El aedo Demódoco en la corte del rey feacio Alcínoo,
cantando las hazañas de Ulises (a la derecha de la imagen, llorando).
Son varias las veces que he leído y releído la Odisea y muchas más las ocasiones en las que me he detenido en este pasaje de los Cantos VI al VIII. Una gran mayoría de los expertos asegura que el país de los Feacios, Schería, es un lugar imaginario, donde el (o los) poeta(s) que cantó el célebre poema épico (tradicionalmente atribuido a “Homero”) vuelca toda su artillería creativa para dar cobijo y descanso catártico a un perdido y desolado Ulises. Es en este pasaje donde Ulises narra los acontecimientos más famosos de la Odisea.
¿Inventó “Homero” esa tierra idílica, o se inspiró en pueblos ya conocidos o de los que pudo haber oído hablar?
Al respecto son famosos y clásicos los trabajos de A. Schulten y V. Bérard, si bien la historiografía moderna los considera obsoletos. No obstante, la mayoría de los expertos nunca ha dejado de reconocer que los poemas épicos de “Homero” conservan un fondo de realidad, hasta el punto de que la misteriosa Época Oscura griega ha podido ser reconstruida en la teoría (siendo confirmada por la Arqueología), partiendo de los textos homéricos.
La reflexión que reproduzco a continuación se halla planteada presentando mis más sinceros respetos, pues ni mucho menos puedo considerarme una autoridad en la materia, sino que es un humilde y simple pensamiento, el cual, según yo veo, puede tener cierta coherencia:
Durante la época dorada fenicia (la fundación de Gadir, el comercio con Tartessos), los navegantes y mercaderes llegaban a Egipto cargados de productos “exóticos” y maravillosos que los egipcios no se resistían a comprar. Contaban a sus compradores cuán fabulosos eran los nuevos territorios “conquistados” por ellos y cómo de extensas eran esas conquistas... pero los caminos a aquellos lugares los guardaron en el más absoluto y celoso secreto (en la imagen, una reproducción del mundo a los ojos de “Homero”).
Ello provocó que el magnífico emporio edificado por los fenicios en el misterioso y lejano Occidente “obsesionara” a los griegos que vivieron entre los siglos VIII al VI a. C. En sus mitos, los helenos no paraban de hacer referencias a él y, desde luego, no era para menos. Las informaciones que recibían de los fenicios sobre aquellas fabulosas regiones debían de hacerles la boca agua.
Estrabón insistía en que “Homero” tenía conocimiento de la existencia de Iberia y dejó dicho: “[...] no es de extrañar que el poeta haya compuesto [...] la leyenda sobre el vagabundeo de Odiseo, de manera que la mayor parte de lo que narra sobre él se sitúa más allá de las Columnas [de Hércules]” (III, 4, 4). Y es que, verdaderamente, da la impresión de que “Homero” ubica los acontecimientos de mayor carga mitológica, precisamente, en lugares a donde el ciudadano medio no podría acceder (en tal sentido, Maluquer de Motes, 1984:8-9), a donde nadie podría llegar para verificar si sus historias eran o no ciertas. Y en la Odisea estos lugares se hallan establecidos, por regla general, en el extremo de la Tierra, en Occidente.
Indudablemente el descubrimiento de tierras nuevas y exóticas tuvo que despertar la curiosidad de muchos “sabios” y poetas de los pueblos que conformaban el Antiguo Mundo de entonces. Y éste fue otro de los motivos por los cuales sugerí en la Introducción... (2004:36), que en el pasaje de la Odisea en el que se retrata una civilización supuestamente imaginada, lo que en realidad se hace es una descripción de las costumbres de aquellas tierras ignotas que podrían identificarse con Tartessos. En principio, nada nos puede hacer pensar que, en efecto, la Schería de “Homero” fuese la Tartessos ibérica, si bien tampoco podemos cerrar los ojos ante la posibilidad de que “Homero” tomara un modelo, como digo, para construir su “paraíso terrenal” particular tras oír las constantes noticias y leyendas que debieron circular, ya no durante el I milenio antes de Cristo, sino incluso desde mediados del II.
Tales reflexiones nos conducirían a una tercera, quizá la más importante: descartar el emplazamiento real otorgado tradicionalmente a Schería, léase la actual isla de Corfú (antigua Kérkyra o Córcira). Es más, creo que en la Introducción... pude rebatir dicha identificación (2004:32), algo que, por otro lado, no supuso ninguna novedad; pues según la opinión científica generalizada, Corfú tampoco debe considerarse como la localización real de Schería, como lo sugirió Tucídides (I, 25). De hecho, el que Tucídides afirmase tal cosa es relativo. En el libro I (25, 4) de la Historia de la Guerra del Peloponeso dice: “[...] en cuanto a su flota [los corcireos], se vanagloriaban a veces no sólo de ser muy superiores, sino también por la anterior ocupación de Corcira por los feacios, cuya fama giraba en torno a sus naves [...]”. He subrayado el reflexivo precisamente porque Tucídides no afirma que los feacios sean los antecesores de los corcireos, sino que éstos eran quienes presumían de ello: tener un pasado glorioso y una ascendencia legendaria de cierto calibre es deseo común de todo pueblo, máxime durante la Antigüedad; Virgilio, por ejemplo, pone a Eneas, una vez abandonada Troya, como colonizador de la tierra que después sería Etruria con el fin de otorgarle ese pasado de esplendor (curioso es el anacronismo virgiliano en lo referente al amor que nació entre el héroe –que de haber existido realmente debió vivir alrededor del siglo XI a. C.– y Elisha o Dido, noble fenicia fundadora de Carthago en el 814 a. C.). Volviendo con Tucídides, el mismo razonamiento debe aplicarse a III, 70 (4), donde menciona un templo consagrado a Alcínoo.
Teniendo estas premisas en cuenta, he llegado a la conclusión de que la descripción de Schería niega, más que afirma, la relación entre ésta y la isla jónica, porque Corfú pertenece al mundo heleno y lo que “Homero” pretendía era precisamente lo contrario; es decir, situar a Schería lo más lejos posible, en el Extremo Occidente, en el Fin del Mundo.
Nausícaa, la princesa de los feacios hija de Alcínoo, dice en Od. VI (214-15), respecto a los habitantes de Schería: “[...] somos los últimos de los hombres y ningún otro mortal tiene trato con nosotros”. De tal frase se deducen dos cosas: la primera proposición, somos los últimos de los hombres, hace referencia a seres que moraban en lugares lejanos; la misma expresión en el griego original, eschatón (“los más apartados”), así lo confirma. Como muy bien apunta Carmen Marcos (2003:59), para los navegantes y mercaderes micénicos “tanto la isla de Ítaca como la de Corfú, la antigua Corcyra, eran lugares de paso obligado y actuaban como puentes en el camino que, costeando el litoral occidental del Peloponeso, llegaba hasta el sur de Italia y Sicilia”. Si “Homero” pretendía situar sus historias en la lejanía espacio-temporal, sería ilógico que describiese un lugar sobradamente conocido por sus oyentes, por lo que, en caso de que el Poeta hubiese querido enclavar a Schería en la muy conocida isla de Córcira, no habría puesto aquellas palabras en boca de Nausícaa.
Recreación artística de un cacique o rey tartesio muy orientalizado.
En cuanto a la segunda parte de la frase, ningún otro mortal tiene trato con nosotros, la interpretación podría realizarse a partir de dos posibles premisas: la primera, entendiéndola de manera análoga a como se hace con Heródoto (IV, 152) cuando se refería a Tartessos; desde el punto de vista griego, las civilizaciones cuyas tierras aún no habían sido exploradas, ni con cuyos habitantes se había tenido relación contractual o comercial alguna, se las consideraba “vírgenes”, aun cuando la Península Ibérica ya comerciaba con pueblos como el micénico, el egipcio o el fenicio mucho tiempo antes que el “renacido” pueblo griego del siglo VIII a. C. En lo que respecta a la segunda premisa, es preciso destacar que “Homero” cuenta una historia que, aunque se inspira en informaciones contemporáneas a él, la sitúa, no obstante, muy lejos en el tiempo, en la época gloriosa de los antiguos palacios y reinos, en la era micénica. Es un hecho real, corroborado por la Arqueología, que Micenas tuvo contactos comerciales con la Península Ibérica desde el siglo XIII a. C. (vestigios de ello, en el curso medio del Guadalquivir y en Huelva); puede que antes. Nada más que por las leyendas de Herakles, “Homero” debió tener constancia de aquellos contactos (cf. Estrabón, III, 2, 13) que, por otro lado, debieron ser esporádicos, al menos no llevados a cabo de un modo tan sistemático como se hizo a partir de la llegada de los pueblos semitas. Por tanto, ya no solo cabe hablar de las tierras “inexploradas” en la época micénica, sino también de aquéllas que, aun habiendo sido visitadas por los micénicos o tardo-micénicos, no fueron “explotadas” como lo serían en la era orientalizante. Reforzaría esta tesis, en fin, lo que Ulises le dice a Atenea al principio del Canto VII: “Soy un forastero que [...] ha llegado acá, viniendo de lejos, de una tierra apartada, y no conozco a ninguno de los hombres que habitan esta ciudad y estos campos”. Ulises, rey de Ítaca, jamás pronunciaría estas palabras si el lugar en el que se encontrase fuese Kérkyra, tan próxima a su patria.
A su vez esto explicaría también por qué la imagen del País de los feacios representada en la Odisea se encuentra entre dos mundos, uno “civilizado” y otro “incivilizado” (A. Román, 2004:30): al final del Canto V (vv. 477-478), cuando Odiseo/Ulises consigue arribar a la playa de aquella nueva y desconocida tierra y decide descansar tras la tormenta, se dirigió “[...] a la selva que halló cerca del agua, en un altozano, y metióse debajo de dos arbustos que habían nacido en un mismo lugar y eran un acebuche y un olivo [...]”. Según Carmen Sánchez ( Sobre la Odisea, 2003:195) este pasaje descubre que Schería se hallaba en una doble situación de realidad e irrealidad, pues el “acebuche” y el “olivo” no hacen sino poner en relieve un “hecho notable, que es doble, salvaje y cultivado a la vez”. Sin embargo, aceptando lo que Sánchez sugiere en cuanto a las tierras “cultivadas” o no, yo planteé en su momento que, en realidad, debería leerse tierras “civilizadas” o “incivilizadas” desde el punto de vista del desarrollo agrícola. Es precisamente lo que ocurría en la Península Ibérica antes de la llegada de los fenicios. Éstos introdujeron técnicas agrícolas que mejoraron el cultivo de la vid y del olivo, si bien ambos tipos de frutos ya eran consumidos entre los pre-tartesios de un modo más rudimentario (A. Román, 2004:31); es decir, en Tartessos se consumía la aceituna silvestre y, como se sabe, es “Acebuche” el nombre con el que se conoce al olivo en estado salvaje. La aceituna no fue cultivada de manera sistemática hasta la llegada de los fenicios.
En consecuencia, parece lógico pensar que con la expresión que hace alusión al acebuche y al olivo, lo que “Homero” quiere no es diferenciar lo real de lo imaginario, sino mostrarnos que Ulises, a principios del siglo XII a. C., llegó a una tierra que, a sus ojos, se hallaba en vías de desarrollo, por lo que podría aceptarse como una especie de analogía entre la Schería homérica y la Tartessos “real” (A. Román, 2004:31).
En este sentido me parece ciertamente importante la reflexión que al respecto hace González de Canales. Según él (2004:80):
[...] Demostrada la reducción de Tarteso al emporio protohistórico de Huelva, no van a faltar puntos de encuentro con Esqueria: localización occidental, riqueza de metales, suave climatología, predominio del viento de Poniente y capacidad para producir dos cosechas al año. En ambos casos se trata también de una isla (o península) situada junto a un río que desemboca en el Océano. Una descripción de Esqueria, según la divisa Odiseo desde el mar, recuerda la imagen que en su día ofrecieron las colinas o cabezos de Huelva desde el antiguo lago marino configurado por el estuario del Tinto-Odiel: « ...las montañas umbrías de la tierra feacia [dice este autor, citando a “Homero”] ...como comba de escudo surgiendo del mar nebuloso» (Od. V 279-281) [...].
González de Canales va a concluir afirmando que, en cualquier caso, “ausente el topónimo Tarteso en Homero, es preferible contemplar a Esqueria como un país imaginario [...]”, algo que puede aceptarse, si bien debemos tener en cuenta que, como él mismo apunta en páginas anteriores (2004:60), “la primera referencia explícita [a Tartessos como tal], en el siglo VI a. C., se debe a Estesícoro, quien en su Gerioneida [...], partiendo de un material muy antiguo, en el que ya aparecía la isla oceánica de Eritea, incorporó al mito el ahora denominado Tarteso [...]”. En efecto, si en el mundo griego no llegaron a conocerse ciertas zonas ubicadas en el Extremo Occidente bajo el nombre de Tartessos hasta finales del siglo VII y principios del VI a. C., no podemos exigirle a “Homero” que en lugar de Schería llamase Tartessos a su particular país de los feacios. Aún no ha sido explicado con total convencimiento el significado del topónimo Schería; pero no debería extrañar que, en un momento dado, tuviese alguna relación con el antiguo emporio andaluz.
Un dato que llama fuertemente mi atención es que la palabra “acebuche” en griego es κότινος (kótinos), sustantivo del que deriva, sin lugar a dudas, el topónimo Kotinoussa; es decir, la “[Isla o Tierra] rica en Acebuches”. Así es como se conocía en la Antigüedad a la mayor de las islas que conformaban el originario archipiélago que hoy, con el paso del tiempo, se ha convertido en la península que llamamos Cádiz. Plinio “El Viejo” nos facilita este dato en su Historia Natural (IV, 119-120): “[...] Al comienzo mismo de la Bética y a veinticinco mil pasos de la entrada del Estrecho se halla Gades [...]. Timeo dice que [...los indígenas de la isla...] la solían llamar Cotinusa en su lengua”. Muy interesante, si además tenemos en cuenta que Plinio, a continuación de lo citado, identificaba Cádiz con Tartessos: “[...] nostri Tarteson appellant, Poeni Gadir, ita Punica lingua saepem significante [...]”, es decir, “... los nuestros la llaman Tartessos, los púnicos Gadir, que en lengua púnica significa recinto...” (N.H., IV, 120).
Huelva, Cádiz... costa suroccidental atlántica, el occidente andaluz, el Extremo Occidente... ¿Schería, al fin y al cabo…?
Mapa geográfico confeccionado según los textos de Heródoto.
Referencias de los autores y las obras citados para la elaboración de este post:
- GONZÁLEZ De CANALES, Fernando. Del Occidente mítico griego a Tarsis-Tarteso. Col. Historia Biblioteca Nueva, Madrid: Biblioteca Nueva, 2004.
- MALUQUER De MOTES, Juan. Tartessos. Barcelona: Destino, 1984 [primera ed., 1970].
- MARCOS, Carmen. “ ‘El hombre de muchos senderos...’ (Odisea, I, 1)”. Sobre la Odisea. Paloma Cabrera y Ricardo Olmos (Coords.), Madrid: Polifemo, 2003 (pp. 45-74).
- ROMÁN RAMÍREZ, Ángel. Introducción a la música en la España antigua y en la Andalucía prerromana. Granada: Centro de Documentación Musical de Andalucía, 2004.
- SCHULTEN, Adolf. Tartessos. Madrid: Espasa-Calpe, 1945.
Textos de Victor BÉRARD en Le Fil de Pénélope (París: La Table d'Emeraude), publicado en 1996.
El texto del post es un extracto de Ángel Román Ramírez: La música en Tartessos y en los pueblos prerromanos de Iberia. Raleigh (North Carolina): Lulu Enterprises, 2009 (pp. 41-44).
Terrae Antiqvae
ÁNGEL ROMÁN RAMÍREZ