Imagen: YouTube |
Si hoy día damos un vistazo al mapa nos toparemos con unos cuantos de estos casos. Probablemente sintamos pena y suframos por esos pueblos expoliados por sus gobiernos dictatoriales. Desprovistos de sus economías en favor del fabuloso e inexplicable crecimiento de las cuentas bancarias y abultados patrimonios familiares de quienes detentan el poder. Desconocidas sus libertades e incuestionables derechos humanos básicos deambulan por la vida sólo existiendo, haciendo de su diario quehacer un constante reclamo nunca escuchado. Pero ¿cuándo empezó para ellos esta situación? Es claro que no se trata de una historia como la del "huevo y la gallina", por la que no se puede saber cuál ha llegado primero. No se nace con poder sino que se va adquiriendo. Y si se trata de un poder arrancado de otros, arbitrario y desmedido, el proceso para el futuro déspota no resultará tan sencillo. Deberá contar con un enorme caudal de suerte y fuertes vientos a su favor para encontrar a todo su pueblo dormido, ignorante o al menos, inconsciente de lo precavido que debe ser para evitar una de las mayores condenas en vida. Irresponsable actitud que a veces pagarán sus hijos y tal vez, también sus nietos. Es cierto que la ignorancia de un pueblo en general proviene de la deliberada actitud de un gobierno especialmente interesado en no educar a su gente. Pero no se puede crear un rebaño de lo que no es. Al menos, si el destinatario de tal actitud se resiste. Aun las poblaciones tribales, acéfalas por completo de educación, sabrán detectar al líder de la tribu si éste intenta no velar por los intereses genuinos de su comunidad. Merced a la educación que traemos dentro de nosotros mismos. Nacemos con ella. De la misma manera que en el mundo animal la prole aprende a enfrentar los peligros del medio transmitidos a través de sus ascendientes. A prevenirlos o en su caso, defenderse de ellos.
Supongamos (aunque no creo que se haga necesario suponer) que un pueblo descubre tempranamente la intención de su líder de ser timado. ¿Porqué esperaría cuarenta años para reaccionar? O a veces más. ¿Porqué asumir la actitud de rebaño cuando todavía no se es? Pareciera que todos los caminos conducen a Roma, es decir, a descubrir que no existen más culpables de nuestro destino que nosotros mismos. Y por ende, somos también los promotores exclusivos y quienes recibiremos todo el crédito cuando las cosas nos hayan salido bien.
Cuando los pueblos deciden sin decidir, morir para poder finalmente nacer a la vida asegurando el bienestar de sus descendientes, unirse en una convulsionada voz que grita al unísono: ¡LIBERTAD!, no me nace otra actitud que no sea la de quitarme el sombrero y observar con admiración y respeto su inevitable victoria. La victoria de los grandes. De los que dejan huella. De los que quizás con su actitud y sin habérselo propuesto logren cambiar los destinos de la humanidad.
R. S.