Publicado por Gustavo Fernández en 20-12-2011
Casi, casi, una acotaciòn al margen de una impensada bitácora de viaje. Escasea la informaciòn sobre ella y la depredaciòn (del hombre, no de los agentes naturales) quizás, lamentablemente, pronto la transforme en el infuso recuerdo de los más viejos de la regiòn. Casi con ánimo de rescate nostálgico, entonces, escribo estas líneas.
Fue en compañia de nuestro amigo Julio Víctores, cuando andábamos por el rumbo de Texcoco, en el Estado de México, cuando, al calor de ese domingo, más por cortesía que por interés aceptamos acercarnos hasta Huexotla. Pequeño, pequeñísimo pueblo. Veníamos de asombrarnos con “el secreto de Papalotla” -de lo que hablaré en otra ocasiòn- y creíamos que la cuota de sorpresas, por lo menos del día, estaba cubierta. ¿Qué podia haber allí, en este villorrio de nombre tan ignoto que casi hasta no figura en los mapas, que pudiera ser de interés?.
Esto.
La muralla, destruida por los mismos vecinos que a través de las décadas (y al no estar incorporada todavía al patrimonio del INAH -Instituto Nacional de Arqueología e Historia- y permanecer parte en tierras públicas, parte en privadas, la deja expuesta a la voluntad, buena o mala, de cualquiera) al emplearla como “cantera” para sus propias, mundanas fincas, sigue imponiendo respeto y asombro. En algunos puntos, a lo largo de sus ciento ochenta metros se eleva unos seis metros del suelo y en su base, un ancho de unos cuatro metros la torna inexpugnable. Aunque como acotara mi mujer, no sabría decir que es más llamativo, si su imponencia o el exquisito cuidado en los detalles que pusieron sus constructores.
Se discute quienes, y cuándo, fueron sus constructores. Se le supone, quizás más cerca de la leyenda que de la certeza histórica, una obra más de aquél genio que fuera Netzahualcoyotl En todo caso, es definitivamente anterior al advenimiento de los conquistadores. Y dicen los memoriosos que supo extender a lo largo de diez kilómetros, de ribera a ribera de dos arroyos cercanos ampulosamente llamados “ríos”. Su funciòn era obviamente defensiva, y quizás integraba un sistema más extendido destruido por el intenso trajinar poblacional de los siglos pasados.
Por cierto, el tramo que sobrevive amerita de todos modos la consideraciòn de los estudiosos. Parados a su lado, uno hace un esfuerzo para visualizaarle completa y en tareas, y estremece. No lejos, Huexotla exhibe un templo -mal llamado “pirámide”- circular. Uno, (yo) que conoce la maravilla de Cuicuilco, al que los historiadores convencionales le adjudican sólo 2.000 años pero otros, menos acartonados por lo políticamente correcto en términos universitarios, no hesitan en atribuirle 10.000 (quizás por ello los primeros seguirán siendo eso, “convencionales”), cubierto en parte por una remota erupciòn del Xitle, el pequeño volcán que se asoma desde las laderas del cercano Ajusco, ve una inevitable relaciòn entre uno y otro. Hay pocos templos circulares de este tenor y desparramados por todas la dilatada geografía mexicana, y no hay que confundirlos con los templos a Ehecátl (mejor, Ehecátl – Quetzalcoatl) “dios del viento” entre los mexicas, pequeños, muy pequeños, apenas simples plataformas circulares y en todos los casos, muy posterioires. El templo circular de Huexotla, emparentándolo con Cuicuilco y con “el secreto de Papalotla” sugiere arcanos enigmas con raíces en una prehistoria (una historia antes de la historia) no admitida. Pero allí está. Y cerca, esta muralla, que provoca la anodina comparaciòn que da título a esta nota.
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