

Al conocer la  partida de Alberto Granado, amigo entrañable y compañero de militancia  del Che Guevara, el escritor y periodista Horacio López escribió de un  tirón un texto hondo, contaminado de afecto, y lo envió a sus amigos vía  mails. Prensared lo comparte con sus lectores.
Alberto Granado junto a la "poderosa" 
Alberto Granado ha muerto a los 88 años. Lo conocí -junto al colega Luis Altamira- en ocasión de nuestra visita a La Habana, allá por 1996. Yo hacía mis notas para el libro del Che, que pude publicar diez años después y Altamira hacía lo mismo para su documental. Antes lo había conocido a través de dos libros: 'Con el Che Guevara, de Córdoba a La Habana, (1995)' y 'Con el Che por Sudamérica'.
Al primero lo había editado Op Oloop Ediciones, dirigida por el cálido colega Jorge Felippa, y al segundo, lo había hecho una editorialcita ecuatoriana, cuya dueña cierta vez pasó por Córdoba y me dejó un ejemplar como obsequio. Ese librito databa de 1986. (Conservo ambos, felizmente).
Al conocer al 'Petizo', yo lo tenía bastante idealizado al mito del 'mejor amigo cordobés del Che Guevara'. Que nos recibiera en su casa y que accediéramos a su mundo doméstico, después de haber leído algo de sus locas andanzas con el futuro Che, era movilizador, raro.
El asunto fue, que de un respetuoso 'señor Alberto o señor Granado' de los comienzos, mutamos al 'che, Alberto', pues fuimos -por oficio de su abierta onda- derribando barreras como naipes. Esa misma tarde fuimos a bañarnos al mar con nuestro anfitrión y su querida mujer Delia.
Fue el summun. ¡Bañarse en el mar caribe con el amigo del Che! Todos en zapatillas porque era un sector rocoso, sembrado de piedras de punta, filosas, conocidas como 'diente de perro'. El deleite fue cinematográfico.
En esos días, lo visitamos más de una vez en su casona del habanero barrio de Miramar. El solía decirnos de que si Ernesto supiera que vive en esa casa no 'le caería nada bien'. (Era un caserón que le fue expropiado a un batisteano).
En esas charlas  amables de balcón, nos hizo probar un vino de arroz, sí, de arroz, que  él elaboraba y que, aunque, nos pareciera raro, tenía el agradable sabor  al 'vital elemento'. 
Ese encuentro continuó al poco tiempo  en Córdoba y Alta Gracia. Allí prácticamente 'secuestramos' a Alberto  para que nos relatara su amistad con el Che, recibiendo el reto de su  mujer, pues nos aprovechábamos de la generosidad parlante del cónyuge.  Un almuerzo amigable calmó las aguas y hasta la misma Delia se animó a  recordar.
Alberto era un tipo simple. Simpático, pero serio,  solía autodefinirse. Tenía entonces 74 años; Mirada, entre cálida y  traviesa; bajo, chueco, difícil de entender 'a primera habla' y con una  picaresca cordobesa que se le colaba siempre.
Es decir, por años acumulados se había cubanizado bastante, aunque nunca ocultó el ancla de su Hernando natal, de su Córdoba y la vieja casa de la calle Roma 535; de su paso por Estación Bouwer, en fin, de sus afectos repartidos por obra y gracia de traslados ferroviarios, noble oficio de su padre.
Ya farmacéutico y bioquímico, hijo pródigo de la Universidad Nacional de Córdoba, y de sus remezones reformistas del '18, dejó su impronta en aquel norte cordobés, San Francisco del Chañar.
Aquel poblado con el sanatorio para personas con lepra, recordará siempre su pequeña y gigante presencia.
En sus memorias escritas y orales, esos paisajes, fluyen caleidoscópicamente.
Alberto  era tan rodamundo como su amigo Guevara. El famoso viaje que después  fue película, -'Diarios de motocicleta'- fue idea suya, surgida a la  sombra del parral del patio de su casa paterna-materna. Alberto, sin  duda, tenía 'un mapa' en su cabeza rampante. 
Y además, como lo indicaba el manual del buen viajero en los años '50, disponía de una Norton 500cc, la célebre Poderosa (II), para salir a borrar fronteras, que tan lindo es.
Quien sabe si hubiese 'habido un Che', sin ese Alberto aventurero, inquieto, que le 'llenara el mate' de circuitos nevados, milongas despelotadas y vómitos en alta mar viajando de polizones. Fue Alberto el transfusor de ese deseo de 'alzarse a la m', a un joven estudiante seis años menor y con un horizonte móvil y pendular igualmente activado.
Tales espíritus cabalgadores en algún punto  tenían que confluir. Córdoba primero, rugby de por medio; después, ocho  meses en  novelesco viaje por la América andina, hasta Caracas. Y por  último, tras siete años y 363 días sin verse, la Cuba barbada  guerrillera reunirá al alérgico médico rosarino con el andariego  bioquímico cordobés.
Los reunía Cuba, pero más que Cuba, Fidel. Bastó un ...
- 'Che petizo, venite para acá a darme una mano con esta revolución. Por este tipo vale la pena jugarse'.
Y Alberto, que ya había escuchado un discurso del líder cara a cara, dijo 'chau Caracas, chau profesión 'pequebú', me las tomo pa´ La Habana'. Y allá fue con mujer y rebaño completo.
Alberto, el que conocí y  vi, era sensiblemente sobornable. Un asado, unos buenos vasos de vino y  charlas políticas-existenciales, siempre era un convite motivador. En  una de sus venidas por acá, celebramos un encuentro en La Casa del  Periodista de Villa Carlos Paz.
Allí lo vi lanzarse a la pileta de  cabeza, con esas piernas arqueadas, zambulléndose como un pajarito. Allí  comprobé que esa manera de ser, osada, lanzada, con espacio para el  hedonismo, tenía que ver con esos tipos que están para 'las grandes  ligas'. Alberto lo estuvo. 
Pertenece a esa galería de hombres y  mujeres anhelantes y deseosos de poner un granito de arena, para que  este mundo sea menos jodido. Granado, Guevara, a su manera, lo soñaron y  lo hicieron.
Cuando recuerden al Che, no se olviden del Petizo. Un tipazo, querendón y querible. 
Horacio López es autor del libro “Ernestito Guevara antes de ser el Che”.
Fuente original: http://www.prensared.com.ar/indexmain.php?lnk=3&mnu=14&idnota=7110