Rogelio Alaniz
San Martín ingresó a la masonería en 1808. En Cádiz, para ser más precisos. Lo inició el general Francisco María Solano, su maestro, y la persona a la que San Martín honró toda su vida. Su primera tenida la celebró en la Logia Integridad y luego pasó a la de Caballeros Racionales Nº 3. Todos sus amigos de entonces participaban de la masonería. Es lo que dicen los documentos y es lo que aseguran los católicos españoles a la hora de reprocharle a la masonería haber alentado a los militares a sumarse a la causa de las revoluciones hispanoamericanas.
En el contexto del derrumbe de la monarquía y las guerras napoleónicas, San martín decide con otros militares trasladarse al Río de la Plata para continuar la lucha emancipatoria. Todas estos cabildeos se tratan en el interior de las logias. El pasaje de España a Gran Bretaña se realiza en este marco. En Londres, San Martín es recibido por lord Mac Duff, venerable con grado superior. Allí, junto con Alvear, Zapiola, Holmberg, Chilabert y Andrés Bello se integran a la Logia de Caballeros Racionales Nº 7. También en Londres los amigos y conocidos de San Martín son masones. Quien en el futuro habrá de ser su principal amigo, la persona con la que compartirá desventuras y placeres del exilio -me refiero a Alejandro Aguado, marqués de las Marismas del Guadalquivir-, es ya para entonces un activo partícipe de las tenidas masónicas y lo seguirá siendo hasta el fin de sus días.
No hay certezas de que el plan de liberación americana se haya elaborado en Londres. O en Cádiz. Lo seguro es que estos temas se conversaban en las logias que, por concepción ideológica e intereses políticos, tenían una visión internacionalista sobre los acontecimientos históricos de su tiempo. Hijos de la ilustración, amantes de la libertad y partidarios de las revoluciones burguesas y anticolonialistas, los miembros de las logias no pensaban exactamente lo mismo, no respondían a idénticos intereses, pero estaban unidos por un conjunto de certezas y de ritos.
La relación de San Martín con las logias inglesas dieron lugar a imputaciones acerca de su sometimiento a la diplomacia británica. Lo mismo se dijo de Miranda y Bolívar. Reducir la actividad de San Martín a la de un agente secreto de los ingleses, es tan falso como desconocer sus compromisos con las logias masónicas de su tiempo, el instrumento político operativo para llevar adelante los planes de emancipación. Por más que a ciertos nacionalistas el tema les moleste, a fines del siglo XVIII y a principios del XIX no se podía hacer política al margen de Gran Bretaña o desconociendo la gravitación e influencia de la Rubia Albión.
Sabemos que San Martín llegó a Buenos Aires en la fragata George Canning en enero de 1812. Una de sus primeras entrevistas fue con Julián Alvarez, titular de la principal logia porteña. El primer triángulo constitutivo de la flamante logia estuvo integrado por él, Alvear y Zapiola. Contra lo que se cree habitualmente, la primera logia que San Martín crea en Buenas Aires no fue la Lautaro sino la de Caballeros Racionales Nº 8. La Logia Lautaro empieza a existir como tal a partir de 1815, cuando las diferencias con el grupo liderado por Alvear se hacen insostenibles.
La Logia de Caballeros Racionales y la Lautaro tenían objetivos políticos manifiestos. Se trataba de incidir en el curso de los acontecimientos. Y de ser posible, dirigirlos. La primera actividad política trascendente es el “golpe de Estado” contra el Primer Triunvirato en octubre de 1812. La movilización militar y las debidas presiones políticas permiten la constitución de un segundo triunvirato y la convocatoria a la Asamblea del año XIII. La Logia dispone en ese momento de una decisiva cuota de poder. Los tres integrantes del triunvirato, Álvarez Jonte, Nicolás Rodríguez Peña y Juan José Paso, eran “hermanos”; también lo eran la mayoría de los miembros de la Asamblea Constituyente, aunque ya en su interior las diferencias entre los seguidores de San Martín y los de Alvear se hacían cada vez más visibles.
Los logistas están comprometidos a actuar de común acuerdo. Todos se han comprometido a que las principales iniciativas políticas se decidan en el interior de la Logia, y todos los integrantes están obligados por juramento masónico a hacerlas cumplir. Los funcionarios políticos saben que toda decisión trascendente debe tomarse consultando previamente a la Logia. Así pensada la Logia, es como una suerte de partido secreto, centro de poder intelectual, moral y operativo que funciona en las sombras y decide sobre las cuestiones del poder, “obrando con honor y procediendo con justicia”.
Todos los movimientos emancipatorios de signo liberal de la última mitad del siglo XVIII y las primeras décadas del siglo XIX, se realizaron en este contexto, el de la actividad secreta de las logias, instrumentos políticos aptos para conspirar, establecer y ampliar contactos e influir y decidir en el poder. ¿Por qué, secretos? Por elementales razones de seguridad.
Se dice que la Logia Lautaro no era masónica porque no estaba reconocida por la Logia de Londres. Para 1813 y en las condiciones de las guerras emancipatorias, ésta no era una condición excluyente. Su funcionamiento, su reglamentación interna, su carácter secreto y discreto se corresponde con la preceptiva masónica. Como en la célebre fábula del león, San Martín se portaba como un masón, se juntaba con masones, hablaba como un masón, se vestía como un masón, a cada lugar que iba se relacionaba con alguna logia pero, según los católicos integristas, no era masón.
La Logia Lautaro dio lugar a las “lautarinas”, logias extendidas en las principales ciudades de este territorio que empezaba a llamarse Argentina. También hay actividades masónicas en el Congreso de Tucumán, al punto que muy bien podría escribirse la historia de ese congreso atendiendo no a las reuniones públicas sino a las reuniones secretas que realizaban los “hermanos”. Belgrano, por ejemplo, fue el que brindó el informe decisivo sobre al situación internacional una semana antes del 9 de julio. Esa reunión se realizó en secreto y allí fue donde se decidió promover la declaración de la Independencia que, San Martín por su lado, promueve desde Mendoza. La correspondencia que sostuvo con el “hermano” Pueyrredón está jalonada por claves masónicas, incluido los famosos puntos que acompañan la firma.
En Mendoza, Santiago de Chile y Lima la participación de San Martín en las logias está probada. Sus principales y más notorios colaboradores -O’Higgins, Las Heras, Monteagudo y Guido, entre otros- son masones de reconocida trayectoria. La controvertida conferencia de Guayaquil, su carácter secreto y “misterioso”, sólo se puede descifrar a través de la disciplina masónica. En el exilio, San Martín continúa en la misma senda. En su corta estadía en Bélgica, se integra a la logia La Perfecta Amistad y en reconocimiento a su trayectoria le obsequian una medalla con su rostro, diseñada por el “hermano” Henri Simons.
En Londres, en Escocia y luego en París, San Martín se mantiene leal a lo que constituye su principal disciplina interior. Como lo dijera en la nota anterior, sus últimos textos trascendentes -las “Máximas” a su hija y el testamento- revelan la cultura masónica de alguien a quien muy bien se lo podría definir en su relación con la fe como deísta. Es decir, alguien que cree en la existencia de un ser superior, que no niega a Jesús, es más lo reivindica como el “filósofo de Nazareth”, pero considera que el principal atributo que Dios -el Gran arquitecto universal- nos ha dado es la libertad; y particularmente, la libertad de pensamiento, esa libertad de pensamiento que San Martín ejerció durante toda su vida en su condición de hombre libre.
Fuente: EL LITORAL.COM