Los manifestantes furiosos rompen cristales, vandalizan automóviles e incendian edificios gubernamentales.
La policía responde desplegando carros blindados y disparando gases lacrimógenos.
Pero no vienen de Siria, Bahréin, Yemen, ni de ninguno de los países de la llamada “Primavera Árabe”, sino de China.
Y las protestas -que empezaron el viernes pasado y continuaron durante el fin de semana- no podrían estar más alejadas de la imagen de estabilidad y control que acostumbran proyectar las autoridades del gigante asiático.
¿Será acaso que algo ha cambiado, o está cambiando?
“Disturbios de esta escala son poco comunes en China, pero en el país hay miles de protestas todos los meses”, explica el corresponsal de la BBC en Pekín, Martin Patience.
“Aunque las autoridades a menudo se apuran a reprimirlas, temerosas de que las protestas puedan desencadenar mayor descontento social”, afirma.
Según Patience, las denuncias por corrupción y abuso de poder -que abundan en el país- son la principal causa de descontento.
Y este también parece haber sido el caso de las protestas en Xintang, provincia de Cantón (Guangzhou), que ya fueron controladas.
La región es un importante centro textil, que atrae a miles de trabajadores de todo el país.
Y lo que prendió la mecha fue una denuncia de maltrato en contra de una trabajadora emigrante embarazada.
Divisiones económicas y étnicas
Con cientos de miles de personas emigrando del campo a la ciudad en busca de mejores condiciones de vida, ciertas tensiones también son inevitables.
Y es que cuando se compite por el acceso a recursos o fuentes de trabajo, la convivencia entre pobladores provenientes de diferentes regiones o pertenecientes a diferentes etnias no resulta fácil.
En julio de 2009, por ejemplo, la región de Sinkiang fue escenario de violentos enfrentamientos entre miembros de las etnias han y uigur, que dejaron más de 200 muertos.
Y, el mes pasado, miles de mongoles étnicos marcharon en Mongolia Interior, molestos por la muerte de un pastor durante una protesta en contra de las minas de carbón administradas por chinos de la etnia han, dominante en el país.
Muchas otras protestas, sin embargo, no llegan nunca a las primeras planas de los medios porque se producen en zonas alejadas o lejos de las cámaras de televisión.
“(Los disturbios de Cantón) tuvieron más cobertura porque se trata de una región cercana a Hong Kong, de un importante centro manufacturero al que los medios le ponen más atención”, explica Temtsel Hao, del servicio chino de la BBC.
“Pero sólo es un ejemplo más de los conflictos entre ricos y pobres que afectan al país”, sostiene.
Efectivamente, las tres décadas consecutivas de crecimiento económico que ha experimentado China desde la apertura de su economía no han beneficiado a todos por igual.
Y las huelgas que en su momento impulsaron los trabajadores de la empresa taiwanesa Foxconn luego del suicidio de varios de sus colegasen mayo del año pasado, o las que inmediatamente después afectaron a plantas de Toyota, Honda y Carlsberg en el país, son un ejemplo de las crecientes demandas de cambio.
En todos estos casos, los trabajadores le arrancaron importantes concesiones a las transnacionales.
Y hace a penas un mes, medio millón de trabajadores del sector hostelero en Wuhan, en el centro del país, también lograron una significativa alza de salarios, en lo que se interpretó como una prueba de la creciente fuerza de negociación de los sindicatos.
En el caso de Cantón, sin embargo, es posible que los trabajadores emigrantes -en su mayoría provenientes de la provincia de Sichuán- sintieran que no tenían más opción que la protesta violenta.
“Sin sindicatos, sin organizaciones formales que los apoyaran, seguramente sintieron que no había nadie para protegerlos, nadie en que confiar”, le dice Temtsel a BBC Mundo.
Y el periodista del servicio chino de la BBC también advierte que no hay que creer el mito de que los chinos son por definición obedientes, disciplinados, pasivos.
“Eso tal vez se aplica a los individuos. Pero hay pensadores que afirman que con estas turbas violentas se está poniendo de manifiesto una dimensión del carácter chino que siempre ha existido, pero que había permanecido oculta por un buen rato”, agrega.
¿Y en el futuro?
Por lo pronto, parece muy poco probable que las reformas que quiere impulsar el primer ministro, Wen Jibao, incluyan el derecho a la protesta callejera.
Wen declaró, en agosto del año pasado, que China tenía que reformar su sistema político para aumentar los derechos democráticos de sus ciudadanos.
Pero el presidente del parlamento, Wu Bangguo, inmediatamente advirtió que reformas políticas occidentales se podían traducir en desorden civil.
Sin embargo, Temtsel cree que, en el futuro, será más común ver imágenes como las que originadas en Cantón.
“Las contradicciones han estado ahí por décadas y las autoridades no han sabido resolverlas”, dice.
“Es cierto que la brecha entre pobres y ricos se ha reducido un poco, pero no lo suficiente”, sostiene.
Según Martin Patience las autoridades han estado siguiendo con nerviosismo los sucesos en el Medio Oriente.
“La posibilidad de que protestas aisladas se junten en algo más grande es lo que más teme el partido de gobierno”.
Fuente: BBC CLICK VER VIDEO.-
China se mueve
Era cuestión de tiempo que las revueltas populares se extendiesen fuera del ámbito de los países islámicos porque el hartazgo ante la opresión y las desigualdades no sigue pautas religiosas. Le ha llegado el turno nada menos que a China, con las protestas masivas de Zengcheng, ciudad que pertenece a la provincia cuya capital es Cantón.
Igual que ha sucedido con otros estallidos de violencia ciudadana, fue un episodio en apariencia nimio, el maltrato de la Policía a una muchacha en plena calle, el que ha desencadenado los disturbios. Pero la diferencia es mucha porque, si cualquier movimiento popular supone una amenaza al statu quo que marca las pautas de la globalización, lo que pueda sucederle al gigante chino sacude de lleno el núcleo mismo de la economía mundial.
Las razones para que los ciudadanos chinos protesten de manera masiva son muchas y harto conocidas. La práctica totalidad de las manufacturas, partiendo de las textiles, lleva hoy la etiqueta de «made in China». Esa omnipresencia carece apenas de excepciones: da lo mismo que se trate de prendas de calidad ínfima, como las que se venden en las tiendas de todo a cien, o de las de las firmas más glamourosas del pijerío internacional.
Afecta a las computadoras y a las bombillas. Nada escapa a la ley del mercado llevada hasta sus últimas consecuencias porque China consigue los precios de producción más bajos que pueden encontrarse hoy y quienes se dedican al comercio no atienden a ningún otro criterio. Pero la razón de esa productividad gigantesca resulta también transparente: los trabajadores chinos quedan sujetos a condiciones tampoco muy alejadas de las de la esclavitud.
Los sueldos son bajísimos, por no decir miserables, las condiciones, leoninas, y cualquier cosa relacionada con los derechos sociales, inexistente. Ante semejante panorama, el estallido popular es fácil de predecir a poco que se relajen los controles dictatoriales con los que el poder, en China, ha mantenido bajo opresión a los ciudadanos desde mucho antes de que Mao Zedong impusiese el comunismo en el país.
La revuelta de Zengcheng apunta hacia la corrupción, los precios abusivos y, en suma, las diferencias brutales que existen entre la élite y los trabajadores. Pese a los intentos de un régimen que quiere incluso controlar internet, será difícil que la oleada de protestas no se extienda hacia otros lugares del enorme país. Y si éstas logran, aunque sea sólo de forma parcial, cambiar las cosas, las consecuencias del cambio son impredecibles hoy por hoy, pero apuntan de lleno a la choza de paja en que se ha convertido la economía globalizada.
Sin los productos chinos a precios tirados, la panacea del consumo se tambalea. Y cuesta poco entender que una situación tan maltrecha como es la de la crisis global de estos años empeoraría aún más con la muerte de la gallina china de los huevos de oro. Habrá que decir adiós al sarcasmo que nos permite comprar las zapatillas deportivas a coste ínfimo a la vez que cerramos los ojos para no ver quiénes las hacen.
Fuente: lne.es.- Despertando-me