Es realmente sorprendente encontrar el relato del Génesis, en su versión mesopotámica, representado en un templo inca. ¿Cómo llegaron a conocer tales relatos los incas? ¿Cómo obtuvieron sus conocimientos de la creación de la primera pareja y del Diluvio?, ¿Cómo conocieron la Epopeya de la Creación de la antigua Sumer, en donde se incluyen los conocimientos de todo el Sistema Solar y de la órbita del duodécimo planeta de los Anunnaki sumerios: Nibiru?
Una posible respuesta sería que los antepasados de los incas estuvieran en posesión de este conocimiento desde tiempos remotos, trayéndolos con ellos hasta los Andes. La otra posibilidad es que hubieran oído hablar de ello a otras culturas con los que se hubieran encontrado en estas tierras. Ante la ausencia de registros escritos, como los que se pueden encontrar en Oriente Próximo, la elección de una respuesta depende en cierta medida de cómo nos hagamos otra pregunta: ¿quiénes fueron en realidad los incas?
La descripción más detallada la proporcionó Don Juan de Santa Cruz Pacha-cuti-Yumqui Salcamayhua, hijo de una princesa real inca y un noble español, que es la razón por la cual a veces se le llama Santa Cruz y a veces Salcamayhua. El relato se incluyó en su Relación, en la cual comenzó glorificando a la familia real inca ante los ojos de los españoles. Salcamayhua decía que fue el primer rey de la dinastía inca el que ordenó a los herreros que hicieran una placa de oro que significara que había un creador del Cielo y la Tierra. Salcamayhua ilustró su texto con un dibujo, en que se representaba la poco usual y extraña forma de un óvalo.
En la Relación de Salcamayhua se atribuye al primer monarca, el Inca Rocca, el reverenciado nombre de Manco Capac, para conseguir que el pueblo al que habían sometido creyera que el primer Inca había sido un «Hijo del Sol», salido del sagrado lago Titicaca. Pero se sabe que la dinastía inca comenzó 3.500 años después de aquel sagrado inicio y por otra parte, la lengua que hablaban los incas era el quechua, que era la lengua del pueblo del norte y el centro de los Andes, mientras que en el altiplano del lago Titicaca es donde se hablaba el enigmático lenguaje aymara. Éstas y otras evidencias llevaron a los expertos a especular que los incas habían llegado más tarde, desplazándose desde el este y estableciéndose en el valle de Cuzco, que limita con la gran cuenca del Amazonas.
Mientras centraban su atención en las imágenes del muro del Altar Mayor, nadie se preguntó por qué, en medio de pueblos que hacían imágenes de sus dioses y que ubicaban sus ídolos en santuarios y templos, no había ningún tipo de ídolo en el gran templo inca, ni en ningún otro santuario inca. Los cronistas cuentan que, en algunas celebraciones se llevaba la imagen de Manco Capac, no la de un dios. También se cuenta que, en determinado día sagrado, un sacerdote iba hasta una montaña distante en la cual había el gran ídolo de un dios, y que allí se sacrificaba una llama. Pero tanto la montaña como su ídolo eran de tiempos preincaicos, y bien pudiera ser que se estuvieran refiriendo al templo de Pachacamac, en la costa.
Curiosamente estas costumbres están en la línea con los mandatos bíblicos de la época del Éxodo. La prohibición de adorar ídolos se incluía en los Diez Mandamientos. Y en la víspera del Día de la Expiación un sacerdote tenía que sacrificar una cabra en el desierto. Nadie ha señalado nunca que los quipos, cuerdas de diferentes colores que tenían que ser de lana, con nudos en diferentes posiciones, que utilizaban los incas para recordar acontecimientos eran, tanto en su forma como en su propósito, semejantes a los tzitzit, flecos en el extremo de un hilo azul, que los israelitas tenían que sujetar a sus prendas para recordar los mandamientos de su Dios.
También hay similitudes en las normas de sucesión, por las cuales el heredero legal era el hijo tenido con una hermanastra, una costumbre claramente sumeria y que fue seguida por los patriarcas hebreos. Y también estaba la costumbre de la circuncisión en la familia real inca. Los arqueólogos peruanos han dado cuenta de intrigantes descubrimientos en las provincias amazónicas de Perú, entre los que se encuentran los restos aparentes de ciudades construidas con piedra, concretamente en los valles de los ríos Utcubamba y Marañón. Sin duda, existen ciudades perdidas en las zonas tropicales. Pero hasta ahora, desgraciadamente, los descubrimientos son de lugares ya previamente conocidos.
Se han dado informes de avistamientos aéreos de pirámides en territorio brasileño, de ciudades perdidas como Akakor, así como de relatos indígenas de ruinas de ciudades en donde hay grandes tesoros. Un documento de los archivos nacionales de Río de Janeiro informa sobre una ciudad perdida en la selva amazónica, vista por unos europeos en 1591. Este documento transcribe también la escritura descubierta allí y que fue el motivo principal de la expedición que llevara a cabo el coronel Percy Fawcett, cuya misteriosa desaparición en la selva constituyó el tema de múltiples artículos.
Todo esto no quiere decir que no existan ruinas antiguas en la cuenca del Amazonas ni restos de un sendero que cruzara el continente sudamericano desde la Guayana/Venezuela hasta Ecuador/Perú. Humboldt, en las crónicas de sus viajes a través del continente, menciona una leyenda según la cual gente de más allá del mar desembarcó en Venezuela y se introdujo tierra adentro. Y el principal río del valle de Cuzco, el Urubamba, no es sino un afluente del Amazonas.
En un lugar cercano a la desembocadura del Amazonas se han encontrado urnas de cerámica decoradas con incisiones que recuerdan alguno de los diseños de las vasijas de barro de Ur, en el antiguo Sumer, lugar de nacimiento de Abraham. Y, por otra parte, el islote de Pacoval parece ser una isla artificial que sirvió de base a gran cantidad de montículos. Según L. Netto, se han encontrado en la zona del Amazonas urnas y vasijas de calidad superior, decoradas de forma similar. Y se supone que otra ruta conectaba, más hacia el sur, el Océano Atlántico con los Andes.
Pero no está claro que los incas llegaran desde el este. Una de sus versiones más ancestrales dice que desembarcaron en la costa peruana, en el Pacífico. Su idioma, el quechua, tiene semejanzas con lenguajes del Extremo Oriente. Y pertenecen claramente al linaje amerindio, la cuarta rama de la humanidad que surgió del linaje de Caín. Hay sugerencias en el sentido de que In-ca podría haber surgido de Ca-ín por inversión de sílabas.
Las evidencias de las que disponemos indican que los relatos y las creencias de Oriente Próximo, así como la historia de Nibiru y de los anunnaki que vinieron a la Tierra, y el panteón de doce dioses, les llegaron a los antepasados de los incas de allende los mares. Debió de suceder en los días del Imperio Antiguo y los portadores de estos relatos y creencias también venían de allende los mares, pero no necesariamente eran los mismos que trajeron similares relatos, creencias y civilización a América Central.
En Izapa, un lugar cercano a la costa del Pacífico, en la frontera entre México y Guatemala, convivieron olmecas y mayas. Este lugar ha sido reconocido como el yacimiento arqueológico más grande de la costa del Pacífico, en América del Norte y Central. Izapa tiene 2.500 años de ocupación continua, desde el 1500 a.C., fecha confirmada con la datación por radiocarbono, hasta el 1000 d.C. Dispuso de las típicas pirámides y de los juegos de pelota, pero lo que más maravilló a los arqueólogos fueron los grabados en sus monumentos de piedra. El estilo, la imaginación, el contenido mítico y la perfección artística de estas tallas han llevado a hablar de un estilo Izapa y en la actualidad se reconoce que fue desde donde se difundió este estilo a otros lugares de las áreas del Pacífico en México y Guatemala. Fue un arte perteneciente al período preclásico olmeca primitivo y medio, adoptado posteriormente por los mayas.
Los arqueólogos de la Fundación Arqueológica de la Universidad Bringham Young no tienen duda de que estaba orientado hacia los solsticios en el momento de su fundación, y que, incluso, los distintos monumentos estaban alineados deliberadamente con los movimientos planetarios. Los temas religiosos, cosmológicos y mitológicos se entremezclan con temas históricos en las tallas de piedra, en las que pueden verse variadas representaciones de deidades aladas. Particularmente interesante es una gran piedra grabada cuyo frontal ocupa 2,78 metros cuadrados, nombrada por los arqueólogos como Estela 5 de Izapa, encontrada juntamente con un importante altar de piedra.
Hay un Árbol de la Vida que crece junto a un río, como un fantástico mito visual relativo a la génesis de la humanidad. Un anciano con barba sentado a la izquierda de la estela es el que cuenta este relato mítico-histórico, mientras un hombre de aspecto maya lo vuelve a contar desde la derecha del observador de la estela. La escena está llena de vegetación, pájaros y peces, así como de figuras humanas. Curiosamente, dos de las figuras centrales representan a hombres que tienen el rostro y los pies de elefante, un animal completamente desconocido en América. El de la izquierda interactúa con un olmeca con casco, lo cual refuerza la opinión de que los Olmecas, representados en enormes cabezas de piedra, eran de origen africano.
En la parte izquierda de la talla pueden observarse detalles enormemente importantes. El hombre de la barba cuenta su historia sobre un altar que lleva el símbolo de una cuchilla umbilical. Tal como hemos indicado en otros artículos, éste era el símbolo por el cual se identificaba a Ninti, la diosa sumeria que ayudó a Enki a crear al hombre, en los sellos cilíndricos y en algunos monumentos. Cuando los dioses se repartieron la Tierra, a ella se le dio el dominio sobre la península del Sinaí, fuente de las apreciadas turquesas de los egipcios. Éstos la llamaban Hathor y la representaban con cuernos de vaca, como en esta escena de la Creación del hombre. Estas coincidencias refuerzan la conclusión de que la estela de Izapa ilustra los relatos del Viejo Mundo acerca de la Creación del hombre y del Jardín de Edén. Y, además, están las representaciones de las pirámides parecidas a las de Gizeh, que aparecen en la base de la talla, junto al río. Cuanto más se examina este milenario grabado, más se convence uno de que merece ser estudiado a fondo.
Las leyendas y las evidencias arqueológicas indican que los olmecas y los hombres barbados no se detuvieron a orillas del océano, sino que se introdujeron hacia el sur en América Central y las tierras septentrionales de América del Sur. Posiblemente, se adentraron en el continente, pues dejaron vestigios de su presencia en lugares del interior. Y con toda probabilidad, viajaron hacia el sur con embarcaciones.
Las leyendas de las zonas ecuatoriales y septentrionales de los Andes no sólo recuerdan la llegada por mar de sus antepasados, como los naymlap, sino también las llegadas de gigantes. Una tuvo lugar en tiempos del Imperio Antiguo y la otra en tiempos mochicas. Cieza de León describió así esta última: «Llegaron por la costa, en embarcaciones de juncos tan grandes como barcos, un grupo de hombres de tal tamaño que, desde la rodilla hacia abajo, eran de altos como un hombre normal.» Según parece llevaban herramientas de metal con las que cavaban pozos en la roca viva. Pero, para alimentarse, hacían incursiones en busca de las provisiones de los nativos. También violaban a las mujeres nativas, pues no había mujeres entre los gigantes que habían desembarcado. Los mochicas representaron en su cerámica a los gigantes que los esclavizaron, pintando sus rostros de negro, mientras que los de los mochicas los pintaban en blanco. Entre los restos mochicas también se han encontrado representaciones en arcilla de ancianos con barbas blancas.
Sospechamos que estos visitantes no deseados eran los olmecas y sus compañeros barbados venían de Oriente Próximo y huían de las sublevaciones en América Central hacia el 400 a.C. Tras ellos, dejaron un reguero mezcla de veneración y terror, a medida que cruzaban América Central y se introducían en Sudamérica hasta las zonas ecuatoriales. Las expediciones arqueológicas a las regiones ecuatoriales de la costa del Pacífico han descubierto unos enigmáticos monolitos que pertenecen a aquel terrorífico período. La expedición de George C. Heye descubrió en Ecuador unas cabezas de piedra gigantes con rasgos humanos, pero con colmillos, como si fueran jaguares. Otra expedición descubrió en San Agustín, lugar cercano a la frontera con Colombia, estatuas de piedra que representaban a gigantes, a veces con herramientas o armas en las manos. Sus rasgos faciales son los de los olmecas.
Es posible que estos invasores fueran el origen de las leyendas en curso también en estas tierras sobre cómo fue creado el hombre, sobre el Diluvio y sobre un dios serpiente que exigía un tributo anual de oro. Una de las ceremonias de la que dieron cuenta los cronistas españoles consistía en una danza ritual llevada a cabo por doce hombres vestidos de rojo, que se realizaba en las costas de un lago relacionado con la leyenda de El Dorado.
Los nativos de la zona ecuatorial adoraban a un panteón de doce dioses, número sumamente significativo. El panteón estaba encabezado por una tríada compuesta por el dios de la Creación, el dios del Mal y la diosa Madre; e incluía a los dioses de la Luna, del Sol y del Trueno-Lluvia. Sorprendentemente el dios de la Luna tenía un rango superior al dios del Sol. Los nombres de las deidades cambiaban de localidad en localidad. Aunque los nombres suenan extraños, hay dos que destacan. Al jefe del panteón se le llamaba, en el dialecto chibcha, Abira, muy similar al epíteto divino mesopotámico Abir, que significa fuerte o poderoso. Y el dios de la Luna recibía el nombre de Si o Sian, que se parece mucho al nombre mesopotámico de esta misma deidad, Sin.
Así pues, el panteón de estos nativos sudamericanos nos trae inevitablemente a la cabeza el panteón del Oriente Próximo y del Mediterráneo oriental de la antigüedad, representada por griegos, egipcios, hititas, cananeos, fenicios, asirios y babilonios. Ello nos remonta al origen, los súmenos del sur de Mesopotamia, de quienes todos los demás obtuvieron sus dioses y sus mitologías.
El panteón sumerio estaba encabezado por un Círculo Olímpico de doce dioses. Y cada uno de estos dioses supremos debía tener como contrapartida celeste cada uno de los doce planetas del Sistema Solar. En realidad, los nombres de los dioses y los planetas se confundían. Encabezando el panteón, estaba el soberano de Nibiru, ANU, cuyo nombre era sinónimo de «Cielo», pues residía en Nibiru. Su esposa, miembro también de los Doce, se llamaba ANTU. En este grupo estaban los dos hijos más importantes de ANU: E.A («cuya casa es agua»), el primogénito de Anu, pero no de Antu; y EN.LIL («Señor del mandato»), que era el heredero legítimo porque su madre era Antu, hermanastra de Anu. A Ea se le llamaba también en los textos sumerios EN.KI («Señor Tierra»), pues había liderado la primera misión de los anunnaki desde Nibiru a la Tierra, y había fundado en la Tierra sus primeras colonias en el E.DIN («hogar de los justos»), el bíblico Edén.
Parece que su misión era obtener oro, para lo cual la Tierra era una fuente privilegiada. No por motivos ornamentales, sino parece que para salvar la atmósfera de Nibiru, suspendiendo oro en polvo en la estratosfera del planeta. Tal como se explica en los textos sumerios, se envió a Enlil a la Tierra para que asumiera el mando cuando los métodos de extracción inicial utilizados por Enki se demostraron insatisfactorios. Con esto, se sentaron las bases para una desavenencia continua entre los dos hermanastros y sus descendientes, una desavenencia que llevó a las guerras de los dioses y terminó con un tratado de paz elaborado por la hermana de ambos, Ninti, a partir de entonces, llamada Ninharsag.
La Tierra habitada se dividió entre los contendientes. A los tres hijos de Enlil: Ninurta, Sin y Adad, junto con los hijos gemelos de Sin: Shamash (el Sol) e Ishtar (Venus), se les dieron las tierras de Sem y de Jafet, las tierras de los semitas y de los indoeuropeos: a Sin (la Luna), las tierras bajas de Mesopotamia; a Ninurta (el «guerrero de Enlil»), las tierras altas de Elam y Asiría; a Adad («El atronador»), Asia Menor, el país de los hititas, y Líbano. A Ishtar se le concedió el dominio del Valle del Indo; y a Shamash se le dio el mando del puerto espacial en la península del Sinaí.
Esta división daba a Enki y a sus hijos las tierras de Cam: la civilización del Valle del Nilo y las minas de oro del sur y el oeste de África. Enki, gran científico y metalúrgico, recibió en Egipto el nombre de Ptah «el constructor», un título que se tradujo en Hefesto para los griegos y en Vulcano para los romanos. Éste compartía el continente con sus hijos, entre los que estaba el primogénito MAR.DUK «hijo del montículo brillante», al cual los egipcios llamaron Ra, y NIN.GISH.ZI.DA «Señor del Árbol de la Vida», al cual los egipcios llamaron Thot, el Hermes de los griegos, dios de los conocimientos secretos, entre los que estaban la astronomía, las matemáticas y la construcción de pirámides.
Los conocimientos impartidos por este panteón de dioses, las necesidades de los dioses que habían llegado a la Tierra y el liderazgo de Thot fueron los que llevaron a los olmecas africanos y a los barbados de Oriente Próximo hasta el otro lado del mundo. Y, después de llegar a Mesoamérica por la costa del Golfo de México, del mismo modo que los españoles y ayudados por las mismas corrientes, pero milenios antes, cruzaron el istmo de Mesoamérica y, del mismo modo que los españoles, viajaron hasta las tierras de América Central y más allá. Pues allí era donde estaba el oro.
Antes que los incas, los chimús y los mochicas, una cultura que los expertos llaman chavín, floreció en las montañas que hay al norte de Perú, entre la costa y la cuenca del Amazonas. Uno de los primeros exploradores, Julio C. Tello la llamó matriz de la civilización andina. Se remonta, al menos, hasta el 1500 a.C, y, al igual que la civilización olmeca en México, y por la misma época, surgió de repente.
La cultura chavín, que abarcaba una vasta región cuyas dimensiones se siguen expandiendo a medida que se hacen nuevos descubrimientos, parecía estar centrada en un lugar llamado Chavín de Huantar, cerca del pueblo de Chavín, al que debe su nombre. Está situado a 3.000 metros de altitud, en la Cordillera Blanca del noroeste de los Andes. Allí, en un valle de montaña donde los afluentes del río Marañón forman un triángulo, se allanó una extensión de casi 30.000 metros cuadrados que se adecuó para la construcción de estructuras diseñadas según un plan preconcebido. Los edificios y las plazas no sólo forman rectángulos y cuadrados, sino que también se les alineó de forma precisa con los puntos cardinales, con un eje principal este-oeste. Los tres edificios principales se yerguen sobre terrazas que los elevan y los apoyan contra la muralla externa occidental, que discurre a lo largo de 150 metros. La muralla, que al parecer rodeaba el complejo por tres de sus lados, tenía unos doce metros de altura.
El edificio más grande era el de la esquina sudoeste. Estaba construido con bloques de piedra bien moldeados, dispuestos en hileras regulares y niveladas. Por los restos que aún quedan, se deduce que las paredes estaban recubiertas en la parte exterior con losas de piedra parecidas al mármol y algunas aún conservan las incisiones para sus motivos decorativos. Desde una terraza de la parte este, una monumental escalinata llevaba a través de un pórtico imponente hacia el edificio principal. El pórtico estaba flanqueado por dos columnas cilíndricas, algo de lo más inusual en América del Sur, que, junto con unos bloques de piedra verticales, daban soporte a un dintel horizontal de más de 9 metros, hecho con un solo bloque. Más arriba, otra monumental escalinata doble llevaba a la parte superior del edificio. Estaba construida con piedras perfectamente talladas y moldeadas, que recuerdan a las de las grandes pirámides de Egipto. Las dos escalinatas llevaban a la parte superior del edificio, donde los arqueólogos han descubierto los restos de dos torres.
La terraza oriental, que forma parte de la plataforma sobre la que se construyó este edificio, llevaba a una plaza a la que se accedía a través de unos escalones ceremoniales y que estaba rodeada en tres de sus lados por plataformas rectangulares. Justo por la parte externa de la esquina sudoccidental de esta plaza y perfectamente alineado con las escalinatas del edificio principal y su terraza, había un gran peñasco plano, con siete agujeros y una hornacina rectangular.
Por dentro de las tres estructuras discurrían pasillos y pasadizos laberínticos, entremezclados con galerías, habitaciones y escaleras. Algunos de los pasadizos no tenían salida, lo que acrecentaba la sensación laberíntica, y algunas de las paredes de las galerías se recubrieron con losas lisas, delicadamente decoradas. Todos los pasadizos están techados con losas de piedra que se colocaron con tan gran habilidad y que han soportado el paso de los milenios. Hay hornacinas y salientes sin propósito aparente, así como conductos verticales que los arqueólogos creen que podrían haber servido para la ventilación.
¿Para qué se construyó Chavín de Huantar? Sus descubridores creen que fue un centro religioso, una especie de Meca de la antigüedad. Esta idea se vio potenciada por el descubrimiento de tres enigmáticas reliquias. Una de ellas, que desconcierta por sus complejas imágenes, la descubrió Tello en el edificio principal y se le ha dado en llamar el Obelisco de Tello. En sus grabados se puede observar una gran cantidad de cuerpos y rostros humanos, con garras felinas o alas. Hay animales, pájaros, árboles, dioses que emiten rayos que parecen cohetes y gran variedad de diseños geométricos. ¿Sería un tótem que servía para el culto, o la tentativa de un antiguo artista por transmitir los mitos y leyendas? Nadie ha podido dar hasta el momento una respuesta.
Hay una segunda piedra tallada a la que se ha dado en llamar el Monolito de Raimondi, por el arqueólogo que lo descubrió en un terreno cercano. Se cree que en un principio se elevaba en la parte superior del peñasco del extremo suroccidental de la plaza, en línea con la monumental escalinata. En la actualidad, se exhibe en el museo de Lima.
El artista grabó sobre esta columna de granito de casi dos metros y medio de altura la imagen de una deidad que sostiene un arma, que algunos creen que es un rayo. Aunque el cuerpo y las extremidades de esta deidad son esencialmente antropomórficos, el rostro no lo es. El rostro desconcierta a los expertos porque no representa a ninguna criatura de la región, sino que parece ser la idea del artista de lo que los expertos han dado en llamar un animal mitológico. Sin embargo hay quienes opinan que el rostro de la deidad es el de un toro, animal completamente desconocido en Sudamérica, pero que aparece mucho en la tradición y en la iconografía del Oriente Próximo de la antigüedad. Curiosamente el toro era el animal de culto del dios Adad y la cordillera que atraviesa sus dominios en Asia Menor todavía recibe el nombre de Montes de Tauro.
El tercer descubrimiento consiste en una extraña y enigmática columna de piedra grabada en Chavín de Huantar, que recibe el nombre de El Lanzón. Se descubrió en el edificio del medio y ha permanecido allí porque su altura excede los tres metros de altura de la galería en donde se eleva. Así, el extremo superior del monolito sobresale del suelo en el nivel superior a través de una abertura cuadrada cuidadosamente tallada. La imagen que aparece en este monolito ha sido objeto de muchas especulaciones, ya que también parece representar el rostro de un toro. ¿Quiere esto decir que quien erigió este monumento adoraba al dios Tauro?
En general, fue el alto nivel artístico de los objetos lo que más impresionó a los expertos y les llevó a considerar la cultura chavín como la cultura matriz del Perú norte y central, y a creer que aquel lugar era un centro religioso. Pero recientes descubrimientos en Chavín de Huantar hacen pensar que su fin no era religioso, sino funcional. En las últimas excavaciones apareció toda una red de túneles subterráneos tallados en la roca viva que formaban una especie de panal por todo el emplazamiento, tanto debajo de las zonas construidas como de las no construidas, y servía para conectar varias series de compartimientos subterráneos dispuestos en cadena.
Las aberturas de los túneles dejaron perplejos a sus descubridores, pues parecían conectar los dos ríos que discurren a los lados de este yacimiento arqueológico; uno, debido al terreno montañoso, por encima de él, y el otro en el valle de abajo. Algunos exploradores han sugerido que estos túneles se construyeron así con el fin de controlar los desbordamientos, para canalizar las riadas de las montañas en la época del deshielo y hacer correr el agua por debajo de los edificios. Pero, si hubiera un peligro de inundación, sobre todo tras unas fuertes lluvias, más que por el deshielo, ¿por qué motivo levantaron sus edificios en tan vulnerable lugar?
Se cree que lo hicieron a propósito y que, ingeniosamente, utilizaron los diferentes niveles de los dos ríos para crear un flujo potente y controlado de agua, con el fin de utilizarla en los procesos que se llevaban a cabo en Chavín de Huantar. Pues allí, como en otros muchos lugares, estos dispositivos de flujo de agua se utilizaban para la criba de oro.
Nos encontraremos con más de estas ingeniosas obras hidráulicas en los Andes. Ya las vimos, de forma más rudimentaria, en los asentamientos olmecas. En México, había lugares con complejos terraplenes; y en los Andes grandes emplazamientos, como el de Chavín de Huantar o rocas talladas y modeladas con increíble precisión, como éstas en la zona de Chavín, que parecían estar pensadas para algún tipo de maquinaria ultramoderna desaparecida hace mucho tiempo.
De hecho, fue el trabajo con la piedra de los objetos artísticos el que parece proporcionar una respuesta a la pregunta de quiénes fueron los habitantes de Chavín de Huantar. Las habilidades artísticas y los estilos escultóricos de la piedra recuerdan sorprendentemente el arte olmeca de México. Entre otros fascinantes objetos se encuentra un receptáculo con forma de jaguar-gato, un toro-felino, un cóndor-águila, un cuenco con forma de tortuga, gran cantidad de vasijas y otros objetos decorados con jeroglíficos hechos con colmillos entrelazados, un motivo que decora tanto las losas de las paredes como los objetos. Sin embargo, también había losas de piedra decoradas con motivos egipcios, tales como serpientes, pirámides y el sagrado Ojo de Ra. Y también había fragmentos de bloques de piedra grabados que mostraban motivos mesopotámicos, como las deidades dentro de los discos alados o imágenes de dioses que llevan tocados cónicos, que identifican claramente a los dioses en Mesopotamia.
Las deidades que portan tocados cónicos tienen rasgos faciales de aspecto africano, y el hecho de haber sido grabados en huesos indicaría que se trata de las más antiguas representaciones artísticas de este lugar. ¿Es posible que en época tan temprana hubiera africanos en este lugar de Sudamérica? La respuesta es que sí que hubo negros africanos en esta zona, concretamente en un lugar llamado Sechín, en la que dejaron como recuerdo sus retratos. En todos estos lugares hay docenas de piedras grabadas que llevan imágenes de esta gente; en la mayoría de los casos, se les puede ver sosteniendo algún tipo de herramienta y, en muchos casos, se representa al ingeniero relacionado con un símbolo de obras hidráulicas.
En los lugares costeros que llevan a los emplazamientos chavín en las montañas, los arqueólogos han encontrado cabezas esculpidas que debieron de representar a los visitantes semitas. Una de ellas era tan increíblemente similar a las esculturas asirías que su descubridor, H. Ubbelohde-Doering, la apodó el Rey de Asiría. Pero no está claro que estos visitantes hubieran llegado a los emplazamientos de las montañas, al menos no con vida, ya que se han encontrado cabezas de piedra esculpidas con rasgos semitas en Chavín de Huantar, pero la mayor parte de ellas muestran muecas grotescas o mutilaciones y están clavadas como trofeos en las murallas que rodean el lugar.
La edad de Chavín sugiere que la primera oleada de estos emigrantes del Viejo Mundo, tanto olmecas como semitas, llegó allí hacia el 1500 a.C. De hecho, fue durante el reinado del duodécimo monarca del Imperio Antiguo cuando, según cuenta Montesinos, «llegaron a Cuzco noticias del desembarco en la costa de unos hombres de gran estatura… gigantes que se estaban asentando por toda la costa» y que tenían herramientas de metal. Después de un tiempo, se trasladaron hacia el interior, hacia las montañas. El monarca envió emisarios para que le proporcionaran información del avance de los gigantes, no fuera que se acercaran demasiado a la capital. Pero los gigantes provocaron la ira del Gran Dios, y éste los destruyó. Estos acontecimientos tuvieron lugar casi un siglo antes de la detención del Sol que acaeció hacia el el 1500 a.C (ver otro artículo en el blog), momento en el que se construyeron las instalaciones hidráulicas de Chavín.
Pero no se trata de los gigantes que saqueaban el país y violaban a las mujeres, según Garcilaso, algo que sucedió en tiempos de los mochicas hacia el 400 a.C. De hecho, fue entonces, como ya hemos visto, cuando los dos grupos, olmecas y semitas, entremezclados, huían de Mesoamérica. Sin embargo, su destino no fue diferente en el norte de los Andes. Además de las grotescas cabezas de piedra semitas encontradas en Chavín de Huantar, también se han hallado imágenes de cuerpos de negroides mutilados por toda la región, y en especial en Sechín. Y así fue como, después de unos 1.000 años en el norte de los Andes y casi 2.000 en Mesoamérica, la presencia africana-semita llegó a un trágico final.
Aunque algunos africanos pudieron llegar más al sur, como atestiguan los descubrimientos de Tiahuanacu, la expansión africano-semita en los Andes proveniente de Mesoamérica no parece que fuera más allá de la región de la cultura chavín. Los relatos de gigantes destruidos por la mano divina son algo más que una leyenda, pues es bastante posible que allí, en el norte de los Andes, se encontraran los reinos de dos “dioses”, con una frontera invisible. Decimos esto porque, en aquel lugar ya habían estado presentes otros hombres blancos. Se les retrató en bustos de piedra, con turbantes, con símbolos de autoridad, y decorados con lo que los expertos llaman animales mitológicos.
Estos bustos se han encontrado en su mayor parte en un lugar cercano a Chavín llamado Aija. Sus rasgos faciales, en especial sus rectas narices, los identifican como indoeuropeos. Sólo podían ser originarios de Asia Menor y Elam, en el sureste, y tal vez del valle del Indo. ¿Es posible que gente de tan distantes tierras cruzara el Pacífico y llegara a los Andes en tiempos prehistóricos? El nexo, que evidentemente existió, se confirma en unas representaciones que ilustran las hazañas de un antiguo héroe de Oriente Próximo cuyos relatos se contaban una y otra vez.
Se trata de Gilgamesh, rey de Uruk (la bíblica Erek), que reinó hacia el 2900 a.C.; partió en busca del héroe del Diluvio, al cual, según la versión mesopotámica, los dioses le habían concedido la inmortalidad. Sus aventuras se contaron en la Epopeya de Gilgamesh, que se tradujo del sumerio al resto de lenguas de Oriente Próximo. Una de sus heroicas hazañas, en la que lucha y vence a dos leones con las manos desnudas, era una de las representaciones favoritas de los artistas antiguos. Sorprendentemente nos encontramos con la misma imagen en unas tablillas de piedra de Aija, en Callejón de Huaylus, en el norte de los Andes.
Misteriosamente no existen huellas de estos indoeuropeos ni en Mesoamérica ni en América Central, por lo que tendremos que suponer que llegaron directamente desde el Pacífico hasta Sudamérica. Según las leyendas precedieron a las dos oleadas de gigantes africanos y de mediterráneos barbados, y pudieron ser los pobladores más antiguos de los que habla el relato de Naymlap. Según la leyenda, el lugar de desembarco fue la península de Santa Elena, ahora en Ecuador. Las excavaciones arqueológicas han confirmado allí unos asentamientos muy antiguos, comenzando con lo que se llama la Fase Valdiviana, hacia el 2500 a.C. Entre los descubrimientos de los que da cuenta el arqueólogo ecuatoriano Emilio Estrada, existen estatuillas de piedra con el mismo rasgo de la nariz recta así como un símbolo en cerámica que parece el jeroglífico hitita de “dioses”.
Las construcciones megalíticas de los Andes, como las que vemos en Cuzco, Sacsahuamán y Machu Picchu, se encuentran al sur de una línea invisible de demarcación entre dos reinos divinos. La obra de los constructores megalíticos, que comienza al sur de Chavín, dejó su marca hacia el sur hasta el valle del río Urubamba. De hecho, en todas las partes donde se extraía oro. Por todas partes se moldearon las rocas como si fueran de blanda masilla, haciendo canales, compartimientos y plataformas que, desde la distancia, parecen escaleras que no llevan a ninguna parte; túneles excavados en las laderas; fisuras que se agrandaron hasta convertirlas en corredores cuyas paredes se modelaron con ángulos precisos. Por todas partes, incluso en lugares donde sus habitantes podían satisfacer sus necesidades de agua del río cercano, se crearon elaboradas canalizaciones de agua para hacer que ésta fluyera en la dirección deseada desde los manantiales o los ríos.
Al sudoeste de Cuzco, en el camino que lleva a la población de Abancay, se encuentran las ruinas de Sayhuiti-Rumihuasi. Al igual que otros de estos lugares, se encuentra situada cerca de la confluencia de un río y un torrente más pequeño. Hay restos de un muro de contención, y los remanentes de unas construcciones de gran tamaño que en otro tiempo se levantaron allí; como señaló Luis A. Pardo en un estudio dedicado a este lugar, el nombre significa, en lengua nativa, pirámide truncada.
Este lugar es conocido por sus monolitos, especialmente por uno al que llaman el Gran Monolito. Y el nombre es adecuado, ya que esta enorme roca desde la distancia parece un inmenso huevo brillante apoyado en la ladera. Mientras que la parte de abajo se modeló cuidadosamente con la forma de medio ovoide, la parte superior se labró para que representara, con toda probabilidad, un modelo a escala de alguna zona desconocida. Se pueden distinguir muros, plataformas, escaleras, canales, túneles y ríos en miniatura; construcciones diversas, algunas que parecen edificios con hornacinas y escalones entre ellos; imágenes de diversos animales indígenas de Perú; y figuras humanas de lo que parecen guerreros y, tal vez, “dioses”.
Hay quien ve en este modelo a escala un objeto religioso en el que se honra a las deidades. Otros creen que representa una parte de Perú que abarca tres distritos, extendiéndose por el sur hasta el lago Titicaca, que identifican con un lago labrado en la piedra, y el antiquísimo emplazamiento de Tiahuanacu. ¿Sería esto, entonces, un mapa tallado en la piedra, o quizás un modelo a escala de un gran constructor que planeó la disposición y las estructuras que había que erigir?
La respuesta puede estar en el hecho de que, serpenteando a través de este modelo a escala, hay surcos de entre 2,5 y 5 centímetros de anchura. Todos tienen su origen en un plato ubicado en el punto más alto del monolito, y descienden zigzagueando hasta el borde inferior del modelo esculpido, desembocando en unos agujeros de desagüe redondos. Algunos creen que estos surcos debían de servir para desaguar las pociones que los sacerdotes ofrendaban a los dioses representados en la roca. Pero, si los arquitectos eran los propios dioses, ¿cuál era su propósito?
Los surcos también aparecen en otro inmenso afloramiento rocoso, que también se talló y modeló con una precisión geométrica, con peldaños, plataformas y hornacinas en cascada por toda su superficie. Uno de sus costados se talló para hacer pequeños platos sobre el nivel superior; están conectados a un receptáculo más grande del cual baja un profundo canal, que se separa a mitad de camino en dos surcos. Fuera cual fuera el líquido que llevaran, se vertía en la roca, que había sido vaciada y en la que se podía entrar a través de una abertura en la parte trasera. Otros restos, probablemente trozos de losas más grandes, generan cierto desconcierto por los complejos surcos y agujeros, geométricamente precisos, que se tallaron en ellos. Más bien parecen troqueles o matrices de algún tipo de instrumental ultramoderno.
Uno de los emplazamientos mejor conocidos, y que se encuentra justo al este de Sacsahuamán, recibe el nombre de Kenko, nombre que en lengua nativa significa canales sinuosos. La principal atracción es un enorme monolito que se eleva sobre un podio, y que da la impresión de un león u otro animal grande que se levanta sobre sus patas traseras. El monolito se yergue frente a una inmensa roca natural, y el muro circular que lo rodea comienza y termina en esta roca, como si se tratara de una pinza. En la parte de atrás, la roca se talló, se labró y se modeló en varios niveles, conectados a través de plataformas escalonadas. En los costados de la roca se tallaron canales zigzagueantes, y el interior de la roca se vació para crear túneles laberínticos y cámaras. Cerca, una grieta en la roca lleva a una abertura parecida a una cueva, vaciada con precisión geométrica para crear lo que algunos describen como tronos y altares.
Existen más de estos sitios alrededor de Cuzco-Sacsahuamán, a lo largo del Valle Sagrado y hacia el sureste, donde hay un lago que lleva el significativo nombre de lago Dorado. En un lugar llamado Torontoy, entre sus megalíticos bloques de piedra precisamente tallados, existe uno que tiene 32 ángulos. A unos 80 kilómetros de Cuzco, cerca de Torontoy, se hizo un curso de agua artificial para que cayera como una cascada entre dos muros y sobre 54 peldaños, cortados todos en la roca viva; curiosamente, este lugar recibe el nombre de Cori-Huairachina, donde se purifica el oro.
Cuzco significa el ombligo, y lo cierto es que Sacsahuamán parece haber sido el mayor, más colosal y más importante de todos estos lugares. Un aspecto de su importancia se evidencia en un lugar llamado Pampa de Anta, a unos 15 kilómetros al este de Sacsahuamán. Allí, se labró en la roca viva una serie de escalones. Dado que no hay nada que ver allí, salvo los cielos orientales, Rolf Müller llegó a la conclusión de que debía de ser algún tipo de observatorio, situado de manera que reflejara los datos astronómicos en el promontorio de Sacsahuamán.
Pero, ¿qué era en realidad Sacsahuamán, ahora que la idea de haber sido construida por los incas como una fortaleza ha quedado desacreditada? Los desconcertantes canales laberínticos y otros cortes aparentemente caóticos con los que se dio forma a las rocas naturales comienzan a tomar sentido como resultado de unas excavaciones arqueológicas iniciadas hace pocos años. Aunque lejos de descubrir más que una pequeña parte de las extensas estructuras de piedra de la meseta que se extiende por detrás de la roca Usa del Rodadero, estas excavaciones ya han revelado dos aspectos fundamentales del emplazamiento. Uno es el hecho de que murallas, conductos, receptáculos, canales y demás se crearon tanto a partir de la roca viva como con la ayuda de grandes sillares perfectamente modelados, muchos de ellos del tipo poligonal de la época megalítica, para formar una serie de estructuras de canalización de agua, unas por encima de otras; de este modo, se hacían fluir las aguas de la lluvia o del deshielo de forma regulada, de nivel en nivel.
El otro aspecto es el descubrimiento de una inmensa zona circular, cerrada con sillares megalíticos, que, según la opinión de todos, hacía las funciones de embalse. También se descubrió una cámara-esclusa subterránea construida con sillares megalíticos, ubicada en un nivel que permitía la salida de agua del embalse circular. Como han demostrado los niños que van a jugar allí, el canal que sale de esta cámara-esclusa va a parar al Chingana o Laberinto, excavado en la roca natural por detrás y por debajo de esta zona circular.
Aun sin haberse descubierto la totalidad del complejo que se construyó en este promontorio, por el momento queda claro que algún tipo de mineral o de compuesto químico se vertía desde el Rodadero para otorgar a su lisa cara posterior la decoloración resultante de tal uso; fuera lo que fuera -¿tierras ricas en oro?- lo que se vertía en el gran embalse circular, -desde el otro lado, el agua se hacía discurrir con fuerza. Tiene todo el aspecto de unas instalaciones de criba de oro a gran escala. Por último, el agua salía a través de la cámara-esclusa y se dejaba ir a través del laberinto. Lo que quedaba en las cubas de piedra era el oro.
Entonces, ¿qué papel tenían las colosales y zigzagueantes murallas megalíticas de los límites del promontorio? Para esto todavía no hay una respuesta clara, salvo la suposición de que hacía falta algún tipo de plataforma maciza para los vehículos, tal vez aéreos, que se utilizaban para transportar el mineral y llevarse las pepitas.
Un lugar que podría haber servido para funciones similares de transporte es Ollantaytambo, situado a casi cien kilómetros al noroeste de Sacsahuamán. Los restos arqueológicos se encuentran en la cima de una empinada estribación montañosa, y dominan una abertura entre las montañas que se elevan donde confluyen los ríos Urubamba-Vilcanota y Patcancha. A los pies de la montaña, hay un pueblo que da su nombre a las ruinas; el nombre, que significa “lugar de descanso de Olíantay”, proviene de la época en que un héroe inca se hizo fuerte allí para resistir a los españoles.
Varios centenares de escalones de piedra de tosca construcción conectan una serie de terrazas de factura inca y llevan hasta las ruinas principales, que están en la cima. Allí, en lo que se supone que hizo las veces de fortaleza, hay en realidad restos de estructuras incas construidas con piedras del terreno. Parecen primitivas al lado de las estructuras preincaicas de la época megalítica.
Las estructuras megalíticas comienzan con un muro de contención construido a base de piedras poligonales, como las que se pueden encontrar en los restos megalíticos descritos anteriormente. Después de pasar por un pórtico tallado en un único bloque de piedra, se llega a una plataforma que se apoya en un segundo muro de contención, construido también con piedras poligonales, pero de mayor tamaño. En uno de los lados, la prolongación de este muro se convierte en un recinto con doce aberturas trapezoidales, en que dos sirven como puertas y las otras diez son falsas ventanas. Quizás sea éste el motivo por el cual Luis Pardo llamó a esta estructura el templo central. En el otro lado del muro se eleva una enorme puerta modelada a la perfección, que en su época sirvió de entrada a las principales estructuras.
El misterio más grande de Ollantaytambo son una hilera de seis colosales monolitos que se elevan en la terraza más alta. Los gigantescos bloques de piedra se yerguen todos juntos, sin argamasa ni ningún otro tipo de material adherente, con la ayuda de largas piedras desbastadas que se insertaron entre los colosales bloques. Allá donde el grosor de los bloques no alcanza el máximo, se encajaron unas grandes piedras poligonales, como en Cuzco y en Sacsahuamán, para darle un grosor mayor. Sin embargo, en la parte frontal, los megalitos se yerguen como una única pared, orientada exactamente al sudeste, con las superficies cuidadosamente alisadas hasta obtener una ligera curvatura. Al menos, dos de los monolitos llevan los restos deteriorados de relieves decorativos. Sobre el cuarto se observa el dibujo de una escalera y todos los arqueólogos coinciden en que este símbolo, que tiene su origen en Tiahuanacu, en el lago Titicaca, significaba el ascenso desde la Tierra al Cielo o el descenso desde el Cielo a la Tierra.
Los salientes de los lados y de la parte frontal de los Monolitos así como los cortes escalonados de la parte superior del sexto de ellos, sugieren que esta obra quedó inacabada. De hecho, hay bloques de piedra de distintos tamaños y formas que están esparcidos a su alrededor. Algunos de ellos se tallaron, se modelaron y se les dieron esquinas, surcos y ángulos perfectos. Uno de ellos ofrece una pista sumamente significativa, pues en él se talló una profunda T. Todos los expertos, tras encontrar otras incisiones como ésta en los gigantescos bloques de piedra de Tiahuanacu, coinciden en afirmar que esto se hacía para mantener juntos dos bloques de piedra por medio de una especie de grapa de metal, como precaución ante los terremotos.
Y uno se pregunta entonces cómo los expertos siguen atribuyendo estos restos a los incas, que no disponían de metal alguno, salvo de oro, que es demasiado blando y, por tanto, totalmente inadecuado para mantener juntos unos colosales bloques de piedra en medio de un terremoto. También resulta ingenua la explicación de que los soberanos incas hicieran en este colosal lugar unos gigantescos baños, pues bañarse era uno de sus más preciados placeres. Con dos ríos que corren justo a los pies de las colinas, ¿para qué transportar tan inmensos bloques de hasta 250 toneladas? ¿Para hacerse una bañera en la cima de una colina? Y todo eso, ¿sin herramientas de hierro?
Más seria resulta la explicación de que la hilera de seis monolitos formaban parte de un muro de contención planificado, probablemente, para soportar una gran plataforma en la cima de la montaña. Si es así, el tamaño y la robustez de los bloques de piedra recuerdan a los colosales bloques de piedra utilizados para construir la singular plataforma de Baalbek, en las montañas del Líbano, que parece era el lugar de aterrizaje de los anunnaki y donde habría ido Gilgamesh.
Entre las muchas similitudes que encontramos entre Ollantaytambo y Baalbek se encuentra la del origen de los megalitos. Los colosales bloques de piedra de Baalbek se extrajeron a muchos kilómetros de distancia, en un valle; y después se levantaron, se transportaron y se pusieron en su lugar, junto con otras piedras de la plataforma. En Ollantaytambo, los gigantescos bloques de piedra se extrajeron de una ladera en el lado opuesto del valle. Los pesados bloques de granito rojo, después de ser extraídos, tallados y modelados, fueron transportados desde la ladera, a través de dos ríos, y se subieron hasta su emplazamiento; más tarde, se izaron cuidadosamente y se pusieron en su lugar para, finalmente, encajarlos entre sí.
¿Quién hizo Ollantaytambo? Garcilaso de la Vega escribió que era «de la primera época, antes de los incas». Blas Valera afirmó, «de una era que precedió a la época de los incas… la era del panteón de los dioses de tiempos preincaicos». Ya es hora de que los expertos modernos lo acepten. También es hora de darse cuenta de que estos dioses eran los mismos a los que se atribuyó la construcción de Baalbek en las leyendas de Oriente Próximo. ¿Acaso Ollantaytambo pretendía ser una fortaleza, como Sacsahuamán podría haber sido, o un lugar de aterrizaje, como había sido Baalbek?
Parece que para determinar el lugar de sus lugares de aterrizaje, los anunnaki establecieron primero un corredor de aterrizaje a partir de un rasgo geográfico sobresaliente, como el Monte Ararat. La ruta de vuelo en este corredor se inclinó después con un ángulo exacto de 45° con respecto al ecuador. En tiempos postdiluvianos, cuando el aeropuerto se instaló en la península del Sinaí y el lugar de aterrizaje para vehículos aéreos se ubicó en Baalbek, se siguió el mismo patrón.
El Torreón de Machu Picchu tiene, además de dos ventanas de observación en la parte semicircular, otra enigmática ventana que tiene en su base una abertura con forma de escalera invertida, y una hendidura con forma de cuña en la parte superior. Si se traza una línea desde la Roca Sagrada que, pasando por la hendidura, llegue hasta el Intihuatana, ésta discurriría en un ángulo exacto de 45° con respecto a los puntos cardinales, dando así a Machu Picchu su principal orientación.
Estos 45° de orientación no sólo determinaron el trazado de Machu Picchu, sino también la ubicación de los principales emplazamientos antiguos. Si sobre un mapa de la región se traza una línea que conecte los altos de Viracocha desde la Isla del Sol en el Lago Titicaca, la línea pasará por Cuzco y continuará hasta Ollantaytambo -¡precisamente, en un ángulo de 45° con respecto al ecuador!
En una serie de estudios y conferencias de María Schulten de D’Ebneth, resumidos en su libro La Ruta de Viracocha, se demostró que la línea de 45° sobre la que se ubicó Machu Picchu encaja con una rejilla patrón a lo largo de los lados de un cuadrado inclinado 45°, de manera que las esquinas, y no los lados, señalan hacia los puntos cardinales. Para buscar esta antigua rejilla se había inspirado en la Relación de Salcamayhua, en donde después de relatar la leyenda de las tres ventanas, está dibujado un esbozo para ilustrar la narración, dando a cada ventana un nombre: Tampu-Tocco, Maras-Tocco y Sutic-Tocco. María Schulten se dio cuenta de que se trataba de nombres de lugares y cuando aplicó el cuadrado inclinado a un mapa de la región Cuzco-Urubamba, con su esquina noroccidental en Machu Picchu (o Tampu-Tocco), descubrió que el resto de lugares caía en las posiciones correctas. Y, por último, trazó las líneas que demostraban que una línea de 45° que partiera de Tiahuanacu, combinada con cuadrados y círculos de medidas concretas, abarcaba a todos los antiguos lugares clave entre Tiahuanacu, Cuzco y Quito, en Ecuador, incluido el importantísimo emplazamiento de Ollantaytambo.
No menos importante es otro de sus descubrimientos. Los subángulos que ella había calculado entre la línea central de 45° y los lugares ubicados a partir de ella, como el templo de Pachacamac, le indicaron que la inclinación de la Tierra en el momento en que se trazó la rejilla estaba cerca de los 24° 08′, lo que significaría que la rejilla se diseñó 5.125 años antes de que se tomaran las medidas, en 1953; o sea, en el 3172 a.C. Y esto confirmaría que las estructuras megalíticas pertenecen a la Era de Tauro, la época que va del 4000 al 2000 a.C. Y al combinarse los estudios modernos con los datos aportados por los cronistas, se confirma lo que las leyendas afirman: que todo comenzó en el lago Titicaca.
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Una posible respuesta sería que los antepasados de los incas estuvieran en posesión de este conocimiento desde tiempos remotos, trayéndolos con ellos hasta los Andes. La otra posibilidad es que hubieran oído hablar de ello a otras culturas con los que se hubieran encontrado en estas tierras. Ante la ausencia de registros escritos, como los que se pueden encontrar en Oriente Próximo, la elección de una respuesta depende en cierta medida de cómo nos hagamos otra pregunta: ¿quiénes fueron en realidad los incas?
La descripción más detallada la proporcionó Don Juan de Santa Cruz Pacha-cuti-Yumqui Salcamayhua, hijo de una princesa real inca y un noble español, que es la razón por la cual a veces se le llama Santa Cruz y a veces Salcamayhua. El relato se incluyó en su Relación, en la cual comenzó glorificando a la familia real inca ante los ojos de los españoles. Salcamayhua decía que fue el primer rey de la dinastía inca el que ordenó a los herreros que hicieran una placa de oro que significara que había un creador del Cielo y la Tierra. Salcamayhua ilustró su texto con un dibujo, en que se representaba la poco usual y extraña forma de un óvalo.
En la Relación de Salcamayhua se atribuye al primer monarca, el Inca Rocca, el reverenciado nombre de Manco Capac, para conseguir que el pueblo al que habían sometido creyera que el primer Inca había sido un «Hijo del Sol», salido del sagrado lago Titicaca. Pero se sabe que la dinastía inca comenzó 3.500 años después de aquel sagrado inicio y por otra parte, la lengua que hablaban los incas era el quechua, que era la lengua del pueblo del norte y el centro de los Andes, mientras que en el altiplano del lago Titicaca es donde se hablaba el enigmático lenguaje aymara. Éstas y otras evidencias llevaron a los expertos a especular que los incas habían llegado más tarde, desplazándose desde el este y estableciéndose en el valle de Cuzco, que limita con la gran cuenca del Amazonas.
Mientras centraban su atención en las imágenes del muro del Altar Mayor, nadie se preguntó por qué, en medio de pueblos que hacían imágenes de sus dioses y que ubicaban sus ídolos en santuarios y templos, no había ningún tipo de ídolo en el gran templo inca, ni en ningún otro santuario inca. Los cronistas cuentan que, en algunas celebraciones se llevaba la imagen de Manco Capac, no la de un dios. También se cuenta que, en determinado día sagrado, un sacerdote iba hasta una montaña distante en la cual había el gran ídolo de un dios, y que allí se sacrificaba una llama. Pero tanto la montaña como su ídolo eran de tiempos preincaicos, y bien pudiera ser que se estuvieran refiriendo al templo de Pachacamac, en la costa.
Curiosamente estas costumbres están en la línea con los mandatos bíblicos de la época del Éxodo. La prohibición de adorar ídolos se incluía en los Diez Mandamientos. Y en la víspera del Día de la Expiación un sacerdote tenía que sacrificar una cabra en el desierto. Nadie ha señalado nunca que los quipos, cuerdas de diferentes colores que tenían que ser de lana, con nudos en diferentes posiciones, que utilizaban los incas para recordar acontecimientos eran, tanto en su forma como en su propósito, semejantes a los tzitzit, flecos en el extremo de un hilo azul, que los israelitas tenían que sujetar a sus prendas para recordar los mandamientos de su Dios.
También hay similitudes en las normas de sucesión, por las cuales el heredero legal era el hijo tenido con una hermanastra, una costumbre claramente sumeria y que fue seguida por los patriarcas hebreos. Y también estaba la costumbre de la circuncisión en la familia real inca. Los arqueólogos peruanos han dado cuenta de intrigantes descubrimientos en las provincias amazónicas de Perú, entre los que se encuentran los restos aparentes de ciudades construidas con piedra, concretamente en los valles de los ríos Utcubamba y Marañón. Sin duda, existen ciudades perdidas en las zonas tropicales. Pero hasta ahora, desgraciadamente, los descubrimientos son de lugares ya previamente conocidos.
Se han dado informes de avistamientos aéreos de pirámides en territorio brasileño, de ciudades perdidas como Akakor, así como de relatos indígenas de ruinas de ciudades en donde hay grandes tesoros. Un documento de los archivos nacionales de Río de Janeiro informa sobre una ciudad perdida en la selva amazónica, vista por unos europeos en 1591. Este documento transcribe también la escritura descubierta allí y que fue el motivo principal de la expedición que llevara a cabo el coronel Percy Fawcett, cuya misteriosa desaparición en la selva constituyó el tema de múltiples artículos.
Todo esto no quiere decir que no existan ruinas antiguas en la cuenca del Amazonas ni restos de un sendero que cruzara el continente sudamericano desde la Guayana/Venezuela hasta Ecuador/Perú. Humboldt, en las crónicas de sus viajes a través del continente, menciona una leyenda según la cual gente de más allá del mar desembarcó en Venezuela y se introdujo tierra adentro. Y el principal río del valle de Cuzco, el Urubamba, no es sino un afluente del Amazonas.
En un lugar cercano a la desembocadura del Amazonas se han encontrado urnas de cerámica decoradas con incisiones que recuerdan alguno de los diseños de las vasijas de barro de Ur, en el antiguo Sumer, lugar de nacimiento de Abraham. Y, por otra parte, el islote de Pacoval parece ser una isla artificial que sirvió de base a gran cantidad de montículos. Según L. Netto, se han encontrado en la zona del Amazonas urnas y vasijas de calidad superior, decoradas de forma similar. Y se supone que otra ruta conectaba, más hacia el sur, el Océano Atlántico con los Andes.
Pero no está claro que los incas llegaran desde el este. Una de sus versiones más ancestrales dice que desembarcaron en la costa peruana, en el Pacífico. Su idioma, el quechua, tiene semejanzas con lenguajes del Extremo Oriente. Y pertenecen claramente al linaje amerindio, la cuarta rama de la humanidad que surgió del linaje de Caín. Hay sugerencias en el sentido de que In-ca podría haber surgido de Ca-ín por inversión de sílabas.
Las evidencias de las que disponemos indican que los relatos y las creencias de Oriente Próximo, así como la historia de Nibiru y de los anunnaki que vinieron a la Tierra, y el panteón de doce dioses, les llegaron a los antepasados de los incas de allende los mares. Debió de suceder en los días del Imperio Antiguo y los portadores de estos relatos y creencias también venían de allende los mares, pero no necesariamente eran los mismos que trajeron similares relatos, creencias y civilización a América Central.
En Izapa, un lugar cercano a la costa del Pacífico, en la frontera entre México y Guatemala, convivieron olmecas y mayas. Este lugar ha sido reconocido como el yacimiento arqueológico más grande de la costa del Pacífico, en América del Norte y Central. Izapa tiene 2.500 años de ocupación continua, desde el 1500 a.C., fecha confirmada con la datación por radiocarbono, hasta el 1000 d.C. Dispuso de las típicas pirámides y de los juegos de pelota, pero lo que más maravilló a los arqueólogos fueron los grabados en sus monumentos de piedra. El estilo, la imaginación, el contenido mítico y la perfección artística de estas tallas han llevado a hablar de un estilo Izapa y en la actualidad se reconoce que fue desde donde se difundió este estilo a otros lugares de las áreas del Pacífico en México y Guatemala. Fue un arte perteneciente al período preclásico olmeca primitivo y medio, adoptado posteriormente por los mayas.
Los arqueólogos de la Fundación Arqueológica de la Universidad Bringham Young no tienen duda de que estaba orientado hacia los solsticios en el momento de su fundación, y que, incluso, los distintos monumentos estaban alineados deliberadamente con los movimientos planetarios. Los temas religiosos, cosmológicos y mitológicos se entremezclan con temas históricos en las tallas de piedra, en las que pueden verse variadas representaciones de deidades aladas. Particularmente interesante es una gran piedra grabada cuyo frontal ocupa 2,78 metros cuadrados, nombrada por los arqueólogos como Estela 5 de Izapa, encontrada juntamente con un importante altar de piedra.
Hay un Árbol de la Vida que crece junto a un río, como un fantástico mito visual relativo a la génesis de la humanidad. Un anciano con barba sentado a la izquierda de la estela es el que cuenta este relato mítico-histórico, mientras un hombre de aspecto maya lo vuelve a contar desde la derecha del observador de la estela. La escena está llena de vegetación, pájaros y peces, así como de figuras humanas. Curiosamente, dos de las figuras centrales representan a hombres que tienen el rostro y los pies de elefante, un animal completamente desconocido en América. El de la izquierda interactúa con un olmeca con casco, lo cual refuerza la opinión de que los Olmecas, representados en enormes cabezas de piedra, eran de origen africano.
En la parte izquierda de la talla pueden observarse detalles enormemente importantes. El hombre de la barba cuenta su historia sobre un altar que lleva el símbolo de una cuchilla umbilical. Tal como hemos indicado en otros artículos, éste era el símbolo por el cual se identificaba a Ninti, la diosa sumeria que ayudó a Enki a crear al hombre, en los sellos cilíndricos y en algunos monumentos. Cuando los dioses se repartieron la Tierra, a ella se le dio el dominio sobre la península del Sinaí, fuente de las apreciadas turquesas de los egipcios. Éstos la llamaban Hathor y la representaban con cuernos de vaca, como en esta escena de la Creación del hombre. Estas coincidencias refuerzan la conclusión de que la estela de Izapa ilustra los relatos del Viejo Mundo acerca de la Creación del hombre y del Jardín de Edén. Y, además, están las representaciones de las pirámides parecidas a las de Gizeh, que aparecen en la base de la talla, junto al río. Cuanto más se examina este milenario grabado, más se convence uno de que merece ser estudiado a fondo.
Las leyendas y las evidencias arqueológicas indican que los olmecas y los hombres barbados no se detuvieron a orillas del océano, sino que se introdujeron hacia el sur en América Central y las tierras septentrionales de América del Sur. Posiblemente, se adentraron en el continente, pues dejaron vestigios de su presencia en lugares del interior. Y con toda probabilidad, viajaron hacia el sur con embarcaciones.
Las leyendas de las zonas ecuatoriales y septentrionales de los Andes no sólo recuerdan la llegada por mar de sus antepasados, como los naymlap, sino también las llegadas de gigantes. Una tuvo lugar en tiempos del Imperio Antiguo y la otra en tiempos mochicas. Cieza de León describió así esta última: «Llegaron por la costa, en embarcaciones de juncos tan grandes como barcos, un grupo de hombres de tal tamaño que, desde la rodilla hacia abajo, eran de altos como un hombre normal.» Según parece llevaban herramientas de metal con las que cavaban pozos en la roca viva. Pero, para alimentarse, hacían incursiones en busca de las provisiones de los nativos. También violaban a las mujeres nativas, pues no había mujeres entre los gigantes que habían desembarcado. Los mochicas representaron en su cerámica a los gigantes que los esclavizaron, pintando sus rostros de negro, mientras que los de los mochicas los pintaban en blanco. Entre los restos mochicas también se han encontrado representaciones en arcilla de ancianos con barbas blancas.
Sospechamos que estos visitantes no deseados eran los olmecas y sus compañeros barbados venían de Oriente Próximo y huían de las sublevaciones en América Central hacia el 400 a.C. Tras ellos, dejaron un reguero mezcla de veneración y terror, a medida que cruzaban América Central y se introducían en Sudamérica hasta las zonas ecuatoriales. Las expediciones arqueológicas a las regiones ecuatoriales de la costa del Pacífico han descubierto unos enigmáticos monolitos que pertenecen a aquel terrorífico período. La expedición de George C. Heye descubrió en Ecuador unas cabezas de piedra gigantes con rasgos humanos, pero con colmillos, como si fueran jaguares. Otra expedición descubrió en San Agustín, lugar cercano a la frontera con Colombia, estatuas de piedra que representaban a gigantes, a veces con herramientas o armas en las manos. Sus rasgos faciales son los de los olmecas.
Es posible que estos invasores fueran el origen de las leyendas en curso también en estas tierras sobre cómo fue creado el hombre, sobre el Diluvio y sobre un dios serpiente que exigía un tributo anual de oro. Una de las ceremonias de la que dieron cuenta los cronistas españoles consistía en una danza ritual llevada a cabo por doce hombres vestidos de rojo, que se realizaba en las costas de un lago relacionado con la leyenda de El Dorado.
Los nativos de la zona ecuatorial adoraban a un panteón de doce dioses, número sumamente significativo. El panteón estaba encabezado por una tríada compuesta por el dios de la Creación, el dios del Mal y la diosa Madre; e incluía a los dioses de la Luna, del Sol y del Trueno-Lluvia. Sorprendentemente el dios de la Luna tenía un rango superior al dios del Sol. Los nombres de las deidades cambiaban de localidad en localidad. Aunque los nombres suenan extraños, hay dos que destacan. Al jefe del panteón se le llamaba, en el dialecto chibcha, Abira, muy similar al epíteto divino mesopotámico Abir, que significa fuerte o poderoso. Y el dios de la Luna recibía el nombre de Si o Sian, que se parece mucho al nombre mesopotámico de esta misma deidad, Sin.
Así pues, el panteón de estos nativos sudamericanos nos trae inevitablemente a la cabeza el panteón del Oriente Próximo y del Mediterráneo oriental de la antigüedad, representada por griegos, egipcios, hititas, cananeos, fenicios, asirios y babilonios. Ello nos remonta al origen, los súmenos del sur de Mesopotamia, de quienes todos los demás obtuvieron sus dioses y sus mitologías.
El panteón sumerio estaba encabezado por un Círculo Olímpico de doce dioses. Y cada uno de estos dioses supremos debía tener como contrapartida celeste cada uno de los doce planetas del Sistema Solar. En realidad, los nombres de los dioses y los planetas se confundían. Encabezando el panteón, estaba el soberano de Nibiru, ANU, cuyo nombre era sinónimo de «Cielo», pues residía en Nibiru. Su esposa, miembro también de los Doce, se llamaba ANTU. En este grupo estaban los dos hijos más importantes de ANU: E.A («cuya casa es agua»), el primogénito de Anu, pero no de Antu; y EN.LIL («Señor del mandato»), que era el heredero legítimo porque su madre era Antu, hermanastra de Anu. A Ea se le llamaba también en los textos sumerios EN.KI («Señor Tierra»), pues había liderado la primera misión de los anunnaki desde Nibiru a la Tierra, y había fundado en la Tierra sus primeras colonias en el E.DIN («hogar de los justos»), el bíblico Edén.
Parece que su misión era obtener oro, para lo cual la Tierra era una fuente privilegiada. No por motivos ornamentales, sino parece que para salvar la atmósfera de Nibiru, suspendiendo oro en polvo en la estratosfera del planeta. Tal como se explica en los textos sumerios, se envió a Enlil a la Tierra para que asumiera el mando cuando los métodos de extracción inicial utilizados por Enki se demostraron insatisfactorios. Con esto, se sentaron las bases para una desavenencia continua entre los dos hermanastros y sus descendientes, una desavenencia que llevó a las guerras de los dioses y terminó con un tratado de paz elaborado por la hermana de ambos, Ninti, a partir de entonces, llamada Ninharsag.
La Tierra habitada se dividió entre los contendientes. A los tres hijos de Enlil: Ninurta, Sin y Adad, junto con los hijos gemelos de Sin: Shamash (el Sol) e Ishtar (Venus), se les dieron las tierras de Sem y de Jafet, las tierras de los semitas y de los indoeuropeos: a Sin (la Luna), las tierras bajas de Mesopotamia; a Ninurta (el «guerrero de Enlil»), las tierras altas de Elam y Asiría; a Adad («El atronador»), Asia Menor, el país de los hititas, y Líbano. A Ishtar se le concedió el dominio del Valle del Indo; y a Shamash se le dio el mando del puerto espacial en la península del Sinaí.
Esta división daba a Enki y a sus hijos las tierras de Cam: la civilización del Valle del Nilo y las minas de oro del sur y el oeste de África. Enki, gran científico y metalúrgico, recibió en Egipto el nombre de Ptah «el constructor», un título que se tradujo en Hefesto para los griegos y en Vulcano para los romanos. Éste compartía el continente con sus hijos, entre los que estaba el primogénito MAR.DUK «hijo del montículo brillante», al cual los egipcios llamaron Ra, y NIN.GISH.ZI.DA «Señor del Árbol de la Vida», al cual los egipcios llamaron Thot, el Hermes de los griegos, dios de los conocimientos secretos, entre los que estaban la astronomía, las matemáticas y la construcción de pirámides.
Los conocimientos impartidos por este panteón de dioses, las necesidades de los dioses que habían llegado a la Tierra y el liderazgo de Thot fueron los que llevaron a los olmecas africanos y a los barbados de Oriente Próximo hasta el otro lado del mundo. Y, después de llegar a Mesoamérica por la costa del Golfo de México, del mismo modo que los españoles y ayudados por las mismas corrientes, pero milenios antes, cruzaron el istmo de Mesoamérica y, del mismo modo que los españoles, viajaron hasta las tierras de América Central y más allá. Pues allí era donde estaba el oro.
Antes que los incas, los chimús y los mochicas, una cultura que los expertos llaman chavín, floreció en las montañas que hay al norte de Perú, entre la costa y la cuenca del Amazonas. Uno de los primeros exploradores, Julio C. Tello la llamó matriz de la civilización andina. Se remonta, al menos, hasta el 1500 a.C, y, al igual que la civilización olmeca en México, y por la misma época, surgió de repente.
La cultura chavín, que abarcaba una vasta región cuyas dimensiones se siguen expandiendo a medida que se hacen nuevos descubrimientos, parecía estar centrada en un lugar llamado Chavín de Huantar, cerca del pueblo de Chavín, al que debe su nombre. Está situado a 3.000 metros de altitud, en la Cordillera Blanca del noroeste de los Andes. Allí, en un valle de montaña donde los afluentes del río Marañón forman un triángulo, se allanó una extensión de casi 30.000 metros cuadrados que se adecuó para la construcción de estructuras diseñadas según un plan preconcebido. Los edificios y las plazas no sólo forman rectángulos y cuadrados, sino que también se les alineó de forma precisa con los puntos cardinales, con un eje principal este-oeste. Los tres edificios principales se yerguen sobre terrazas que los elevan y los apoyan contra la muralla externa occidental, que discurre a lo largo de 150 metros. La muralla, que al parecer rodeaba el complejo por tres de sus lados, tenía unos doce metros de altura.
El edificio más grande era el de la esquina sudoeste. Estaba construido con bloques de piedra bien moldeados, dispuestos en hileras regulares y niveladas. Por los restos que aún quedan, se deduce que las paredes estaban recubiertas en la parte exterior con losas de piedra parecidas al mármol y algunas aún conservan las incisiones para sus motivos decorativos. Desde una terraza de la parte este, una monumental escalinata llevaba a través de un pórtico imponente hacia el edificio principal. El pórtico estaba flanqueado por dos columnas cilíndricas, algo de lo más inusual en América del Sur, que, junto con unos bloques de piedra verticales, daban soporte a un dintel horizontal de más de 9 metros, hecho con un solo bloque. Más arriba, otra monumental escalinata doble llevaba a la parte superior del edificio. Estaba construida con piedras perfectamente talladas y moldeadas, que recuerdan a las de las grandes pirámides de Egipto. Las dos escalinatas llevaban a la parte superior del edificio, donde los arqueólogos han descubierto los restos de dos torres.
La terraza oriental, que forma parte de la plataforma sobre la que se construyó este edificio, llevaba a una plaza a la que se accedía a través de unos escalones ceremoniales y que estaba rodeada en tres de sus lados por plataformas rectangulares. Justo por la parte externa de la esquina sudoccidental de esta plaza y perfectamente alineado con las escalinatas del edificio principal y su terraza, había un gran peñasco plano, con siete agujeros y una hornacina rectangular.
Por dentro de las tres estructuras discurrían pasillos y pasadizos laberínticos, entremezclados con galerías, habitaciones y escaleras. Algunos de los pasadizos no tenían salida, lo que acrecentaba la sensación laberíntica, y algunas de las paredes de las galerías se recubrieron con losas lisas, delicadamente decoradas. Todos los pasadizos están techados con losas de piedra que se colocaron con tan gran habilidad y que han soportado el paso de los milenios. Hay hornacinas y salientes sin propósito aparente, así como conductos verticales que los arqueólogos creen que podrían haber servido para la ventilación.
¿Para qué se construyó Chavín de Huantar? Sus descubridores creen que fue un centro religioso, una especie de Meca de la antigüedad. Esta idea se vio potenciada por el descubrimiento de tres enigmáticas reliquias. Una de ellas, que desconcierta por sus complejas imágenes, la descubrió Tello en el edificio principal y se le ha dado en llamar el Obelisco de Tello. En sus grabados se puede observar una gran cantidad de cuerpos y rostros humanos, con garras felinas o alas. Hay animales, pájaros, árboles, dioses que emiten rayos que parecen cohetes y gran variedad de diseños geométricos. ¿Sería un tótem que servía para el culto, o la tentativa de un antiguo artista por transmitir los mitos y leyendas? Nadie ha podido dar hasta el momento una respuesta.
Hay una segunda piedra tallada a la que se ha dado en llamar el Monolito de Raimondi, por el arqueólogo que lo descubrió en un terreno cercano. Se cree que en un principio se elevaba en la parte superior del peñasco del extremo suroccidental de la plaza, en línea con la monumental escalinata. En la actualidad, se exhibe en el museo de Lima.
El artista grabó sobre esta columna de granito de casi dos metros y medio de altura la imagen de una deidad que sostiene un arma, que algunos creen que es un rayo. Aunque el cuerpo y las extremidades de esta deidad son esencialmente antropomórficos, el rostro no lo es. El rostro desconcierta a los expertos porque no representa a ninguna criatura de la región, sino que parece ser la idea del artista de lo que los expertos han dado en llamar un animal mitológico. Sin embargo hay quienes opinan que el rostro de la deidad es el de un toro, animal completamente desconocido en Sudamérica, pero que aparece mucho en la tradición y en la iconografía del Oriente Próximo de la antigüedad. Curiosamente el toro era el animal de culto del dios Adad y la cordillera que atraviesa sus dominios en Asia Menor todavía recibe el nombre de Montes de Tauro.
El tercer descubrimiento consiste en una extraña y enigmática columna de piedra grabada en Chavín de Huantar, que recibe el nombre de El Lanzón. Se descubrió en el edificio del medio y ha permanecido allí porque su altura excede los tres metros de altura de la galería en donde se eleva. Así, el extremo superior del monolito sobresale del suelo en el nivel superior a través de una abertura cuadrada cuidadosamente tallada. La imagen que aparece en este monolito ha sido objeto de muchas especulaciones, ya que también parece representar el rostro de un toro. ¿Quiere esto decir que quien erigió este monumento adoraba al dios Tauro?
En general, fue el alto nivel artístico de los objetos lo que más impresionó a los expertos y les llevó a considerar la cultura chavín como la cultura matriz del Perú norte y central, y a creer que aquel lugar era un centro religioso. Pero recientes descubrimientos en Chavín de Huantar hacen pensar que su fin no era religioso, sino funcional. En las últimas excavaciones apareció toda una red de túneles subterráneos tallados en la roca viva que formaban una especie de panal por todo el emplazamiento, tanto debajo de las zonas construidas como de las no construidas, y servía para conectar varias series de compartimientos subterráneos dispuestos en cadena.
Las aberturas de los túneles dejaron perplejos a sus descubridores, pues parecían conectar los dos ríos que discurren a los lados de este yacimiento arqueológico; uno, debido al terreno montañoso, por encima de él, y el otro en el valle de abajo. Algunos exploradores han sugerido que estos túneles se construyeron así con el fin de controlar los desbordamientos, para canalizar las riadas de las montañas en la época del deshielo y hacer correr el agua por debajo de los edificios. Pero, si hubiera un peligro de inundación, sobre todo tras unas fuertes lluvias, más que por el deshielo, ¿por qué motivo levantaron sus edificios en tan vulnerable lugar?
Se cree que lo hicieron a propósito y que, ingeniosamente, utilizaron los diferentes niveles de los dos ríos para crear un flujo potente y controlado de agua, con el fin de utilizarla en los procesos que se llevaban a cabo en Chavín de Huantar. Pues allí, como en otros muchos lugares, estos dispositivos de flujo de agua se utilizaban para la criba de oro.
Nos encontraremos con más de estas ingeniosas obras hidráulicas en los Andes. Ya las vimos, de forma más rudimentaria, en los asentamientos olmecas. En México, había lugares con complejos terraplenes; y en los Andes grandes emplazamientos, como el de Chavín de Huantar o rocas talladas y modeladas con increíble precisión, como éstas en la zona de Chavín, que parecían estar pensadas para algún tipo de maquinaria ultramoderna desaparecida hace mucho tiempo.
De hecho, fue el trabajo con la piedra de los objetos artísticos el que parece proporcionar una respuesta a la pregunta de quiénes fueron los habitantes de Chavín de Huantar. Las habilidades artísticas y los estilos escultóricos de la piedra recuerdan sorprendentemente el arte olmeca de México. Entre otros fascinantes objetos se encuentra un receptáculo con forma de jaguar-gato, un toro-felino, un cóndor-águila, un cuenco con forma de tortuga, gran cantidad de vasijas y otros objetos decorados con jeroglíficos hechos con colmillos entrelazados, un motivo que decora tanto las losas de las paredes como los objetos. Sin embargo, también había losas de piedra decoradas con motivos egipcios, tales como serpientes, pirámides y el sagrado Ojo de Ra. Y también había fragmentos de bloques de piedra grabados que mostraban motivos mesopotámicos, como las deidades dentro de los discos alados o imágenes de dioses que llevan tocados cónicos, que identifican claramente a los dioses en Mesopotamia.
Las deidades que portan tocados cónicos tienen rasgos faciales de aspecto africano, y el hecho de haber sido grabados en huesos indicaría que se trata de las más antiguas representaciones artísticas de este lugar. ¿Es posible que en época tan temprana hubiera africanos en este lugar de Sudamérica? La respuesta es que sí que hubo negros africanos en esta zona, concretamente en un lugar llamado Sechín, en la que dejaron como recuerdo sus retratos. En todos estos lugares hay docenas de piedras grabadas que llevan imágenes de esta gente; en la mayoría de los casos, se les puede ver sosteniendo algún tipo de herramienta y, en muchos casos, se representa al ingeniero relacionado con un símbolo de obras hidráulicas.
En los lugares costeros que llevan a los emplazamientos chavín en las montañas, los arqueólogos han encontrado cabezas esculpidas que debieron de representar a los visitantes semitas. Una de ellas era tan increíblemente similar a las esculturas asirías que su descubridor, H. Ubbelohde-Doering, la apodó el Rey de Asiría. Pero no está claro que estos visitantes hubieran llegado a los emplazamientos de las montañas, al menos no con vida, ya que se han encontrado cabezas de piedra esculpidas con rasgos semitas en Chavín de Huantar, pero la mayor parte de ellas muestran muecas grotescas o mutilaciones y están clavadas como trofeos en las murallas que rodean el lugar.
La edad de Chavín sugiere que la primera oleada de estos emigrantes del Viejo Mundo, tanto olmecas como semitas, llegó allí hacia el 1500 a.C. De hecho, fue durante el reinado del duodécimo monarca del Imperio Antiguo cuando, según cuenta Montesinos, «llegaron a Cuzco noticias del desembarco en la costa de unos hombres de gran estatura… gigantes que se estaban asentando por toda la costa» y que tenían herramientas de metal. Después de un tiempo, se trasladaron hacia el interior, hacia las montañas. El monarca envió emisarios para que le proporcionaran información del avance de los gigantes, no fuera que se acercaran demasiado a la capital. Pero los gigantes provocaron la ira del Gran Dios, y éste los destruyó. Estos acontecimientos tuvieron lugar casi un siglo antes de la detención del Sol que acaeció hacia el el 1500 a.C (ver otro artículo en el blog), momento en el que se construyeron las instalaciones hidráulicas de Chavín.
Pero no se trata de los gigantes que saqueaban el país y violaban a las mujeres, según Garcilaso, algo que sucedió en tiempos de los mochicas hacia el 400 a.C. De hecho, fue entonces, como ya hemos visto, cuando los dos grupos, olmecas y semitas, entremezclados, huían de Mesoamérica. Sin embargo, su destino no fue diferente en el norte de los Andes. Además de las grotescas cabezas de piedra semitas encontradas en Chavín de Huantar, también se han hallado imágenes de cuerpos de negroides mutilados por toda la región, y en especial en Sechín. Y así fue como, después de unos 1.000 años en el norte de los Andes y casi 2.000 en Mesoamérica, la presencia africana-semita llegó a un trágico final.
Aunque algunos africanos pudieron llegar más al sur, como atestiguan los descubrimientos de Tiahuanacu, la expansión africano-semita en los Andes proveniente de Mesoamérica no parece que fuera más allá de la región de la cultura chavín. Los relatos de gigantes destruidos por la mano divina son algo más que una leyenda, pues es bastante posible que allí, en el norte de los Andes, se encontraran los reinos de dos “dioses”, con una frontera invisible. Decimos esto porque, en aquel lugar ya habían estado presentes otros hombres blancos. Se les retrató en bustos de piedra, con turbantes, con símbolos de autoridad, y decorados con lo que los expertos llaman animales mitológicos.
Estos bustos se han encontrado en su mayor parte en un lugar cercano a Chavín llamado Aija. Sus rasgos faciales, en especial sus rectas narices, los identifican como indoeuropeos. Sólo podían ser originarios de Asia Menor y Elam, en el sureste, y tal vez del valle del Indo. ¿Es posible que gente de tan distantes tierras cruzara el Pacífico y llegara a los Andes en tiempos prehistóricos? El nexo, que evidentemente existió, se confirma en unas representaciones que ilustran las hazañas de un antiguo héroe de Oriente Próximo cuyos relatos se contaban una y otra vez.
Se trata de Gilgamesh, rey de Uruk (la bíblica Erek), que reinó hacia el 2900 a.C.; partió en busca del héroe del Diluvio, al cual, según la versión mesopotámica, los dioses le habían concedido la inmortalidad. Sus aventuras se contaron en la Epopeya de Gilgamesh, que se tradujo del sumerio al resto de lenguas de Oriente Próximo. Una de sus heroicas hazañas, en la que lucha y vence a dos leones con las manos desnudas, era una de las representaciones favoritas de los artistas antiguos. Sorprendentemente nos encontramos con la misma imagen en unas tablillas de piedra de Aija, en Callejón de Huaylus, en el norte de los Andes.
Misteriosamente no existen huellas de estos indoeuropeos ni en Mesoamérica ni en América Central, por lo que tendremos que suponer que llegaron directamente desde el Pacífico hasta Sudamérica. Según las leyendas precedieron a las dos oleadas de gigantes africanos y de mediterráneos barbados, y pudieron ser los pobladores más antiguos de los que habla el relato de Naymlap. Según la leyenda, el lugar de desembarco fue la península de Santa Elena, ahora en Ecuador. Las excavaciones arqueológicas han confirmado allí unos asentamientos muy antiguos, comenzando con lo que se llama la Fase Valdiviana, hacia el 2500 a.C. Entre los descubrimientos de los que da cuenta el arqueólogo ecuatoriano Emilio Estrada, existen estatuillas de piedra con el mismo rasgo de la nariz recta así como un símbolo en cerámica que parece el jeroglífico hitita de “dioses”.
Las construcciones megalíticas de los Andes, como las que vemos en Cuzco, Sacsahuamán y Machu Picchu, se encuentran al sur de una línea invisible de demarcación entre dos reinos divinos. La obra de los constructores megalíticos, que comienza al sur de Chavín, dejó su marca hacia el sur hasta el valle del río Urubamba. De hecho, en todas las partes donde se extraía oro. Por todas partes se moldearon las rocas como si fueran de blanda masilla, haciendo canales, compartimientos y plataformas que, desde la distancia, parecen escaleras que no llevan a ninguna parte; túneles excavados en las laderas; fisuras que se agrandaron hasta convertirlas en corredores cuyas paredes se modelaron con ángulos precisos. Por todas partes, incluso en lugares donde sus habitantes podían satisfacer sus necesidades de agua del río cercano, se crearon elaboradas canalizaciones de agua para hacer que ésta fluyera en la dirección deseada desde los manantiales o los ríos.
Al sudoeste de Cuzco, en el camino que lleva a la población de Abancay, se encuentran las ruinas de Sayhuiti-Rumihuasi. Al igual que otros de estos lugares, se encuentra situada cerca de la confluencia de un río y un torrente más pequeño. Hay restos de un muro de contención, y los remanentes de unas construcciones de gran tamaño que en otro tiempo se levantaron allí; como señaló Luis A. Pardo en un estudio dedicado a este lugar, el nombre significa, en lengua nativa, pirámide truncada.
Este lugar es conocido por sus monolitos, especialmente por uno al que llaman el Gran Monolito. Y el nombre es adecuado, ya que esta enorme roca desde la distancia parece un inmenso huevo brillante apoyado en la ladera. Mientras que la parte de abajo se modeló cuidadosamente con la forma de medio ovoide, la parte superior se labró para que representara, con toda probabilidad, un modelo a escala de alguna zona desconocida. Se pueden distinguir muros, plataformas, escaleras, canales, túneles y ríos en miniatura; construcciones diversas, algunas que parecen edificios con hornacinas y escalones entre ellos; imágenes de diversos animales indígenas de Perú; y figuras humanas de lo que parecen guerreros y, tal vez, “dioses”.
Hay quien ve en este modelo a escala un objeto religioso en el que se honra a las deidades. Otros creen que representa una parte de Perú que abarca tres distritos, extendiéndose por el sur hasta el lago Titicaca, que identifican con un lago labrado en la piedra, y el antiquísimo emplazamiento de Tiahuanacu. ¿Sería esto, entonces, un mapa tallado en la piedra, o quizás un modelo a escala de un gran constructor que planeó la disposición y las estructuras que había que erigir?
La respuesta puede estar en el hecho de que, serpenteando a través de este modelo a escala, hay surcos de entre 2,5 y 5 centímetros de anchura. Todos tienen su origen en un plato ubicado en el punto más alto del monolito, y descienden zigzagueando hasta el borde inferior del modelo esculpido, desembocando en unos agujeros de desagüe redondos. Algunos creen que estos surcos debían de servir para desaguar las pociones que los sacerdotes ofrendaban a los dioses representados en la roca. Pero, si los arquitectos eran los propios dioses, ¿cuál era su propósito?
Los surcos también aparecen en otro inmenso afloramiento rocoso, que también se talló y modeló con una precisión geométrica, con peldaños, plataformas y hornacinas en cascada por toda su superficie. Uno de sus costados se talló para hacer pequeños platos sobre el nivel superior; están conectados a un receptáculo más grande del cual baja un profundo canal, que se separa a mitad de camino en dos surcos. Fuera cual fuera el líquido que llevaran, se vertía en la roca, que había sido vaciada y en la que se podía entrar a través de una abertura en la parte trasera. Otros restos, probablemente trozos de losas más grandes, generan cierto desconcierto por los complejos surcos y agujeros, geométricamente precisos, que se tallaron en ellos. Más bien parecen troqueles o matrices de algún tipo de instrumental ultramoderno.
Uno de los emplazamientos mejor conocidos, y que se encuentra justo al este de Sacsahuamán, recibe el nombre de Kenko, nombre que en lengua nativa significa canales sinuosos. La principal atracción es un enorme monolito que se eleva sobre un podio, y que da la impresión de un león u otro animal grande que se levanta sobre sus patas traseras. El monolito se yergue frente a una inmensa roca natural, y el muro circular que lo rodea comienza y termina en esta roca, como si se tratara de una pinza. En la parte de atrás, la roca se talló, se labró y se modeló en varios niveles, conectados a través de plataformas escalonadas. En los costados de la roca se tallaron canales zigzagueantes, y el interior de la roca se vació para crear túneles laberínticos y cámaras. Cerca, una grieta en la roca lleva a una abertura parecida a una cueva, vaciada con precisión geométrica para crear lo que algunos describen como tronos y altares.
Existen más de estos sitios alrededor de Cuzco-Sacsahuamán, a lo largo del Valle Sagrado y hacia el sureste, donde hay un lago que lleva el significativo nombre de lago Dorado. En un lugar llamado Torontoy, entre sus megalíticos bloques de piedra precisamente tallados, existe uno que tiene 32 ángulos. A unos 80 kilómetros de Cuzco, cerca de Torontoy, se hizo un curso de agua artificial para que cayera como una cascada entre dos muros y sobre 54 peldaños, cortados todos en la roca viva; curiosamente, este lugar recibe el nombre de Cori-Huairachina, donde se purifica el oro.
Cuzco significa el ombligo, y lo cierto es que Sacsahuamán parece haber sido el mayor, más colosal y más importante de todos estos lugares. Un aspecto de su importancia se evidencia en un lugar llamado Pampa de Anta, a unos 15 kilómetros al este de Sacsahuamán. Allí, se labró en la roca viva una serie de escalones. Dado que no hay nada que ver allí, salvo los cielos orientales, Rolf Müller llegó a la conclusión de que debía de ser algún tipo de observatorio, situado de manera que reflejara los datos astronómicos en el promontorio de Sacsahuamán.
Pero, ¿qué era en realidad Sacsahuamán, ahora que la idea de haber sido construida por los incas como una fortaleza ha quedado desacreditada? Los desconcertantes canales laberínticos y otros cortes aparentemente caóticos con los que se dio forma a las rocas naturales comienzan a tomar sentido como resultado de unas excavaciones arqueológicas iniciadas hace pocos años. Aunque lejos de descubrir más que una pequeña parte de las extensas estructuras de piedra de la meseta que se extiende por detrás de la roca Usa del Rodadero, estas excavaciones ya han revelado dos aspectos fundamentales del emplazamiento. Uno es el hecho de que murallas, conductos, receptáculos, canales y demás se crearon tanto a partir de la roca viva como con la ayuda de grandes sillares perfectamente modelados, muchos de ellos del tipo poligonal de la época megalítica, para formar una serie de estructuras de canalización de agua, unas por encima de otras; de este modo, se hacían fluir las aguas de la lluvia o del deshielo de forma regulada, de nivel en nivel.
El otro aspecto es el descubrimiento de una inmensa zona circular, cerrada con sillares megalíticos, que, según la opinión de todos, hacía las funciones de embalse. También se descubrió una cámara-esclusa subterránea construida con sillares megalíticos, ubicada en un nivel que permitía la salida de agua del embalse circular. Como han demostrado los niños que van a jugar allí, el canal que sale de esta cámara-esclusa va a parar al Chingana o Laberinto, excavado en la roca natural por detrás y por debajo de esta zona circular.
Aun sin haberse descubierto la totalidad del complejo que se construyó en este promontorio, por el momento queda claro que algún tipo de mineral o de compuesto químico se vertía desde el Rodadero para otorgar a su lisa cara posterior la decoloración resultante de tal uso; fuera lo que fuera -¿tierras ricas en oro?- lo que se vertía en el gran embalse circular, -desde el otro lado, el agua se hacía discurrir con fuerza. Tiene todo el aspecto de unas instalaciones de criba de oro a gran escala. Por último, el agua salía a través de la cámara-esclusa y se dejaba ir a través del laberinto. Lo que quedaba en las cubas de piedra era el oro.
Entonces, ¿qué papel tenían las colosales y zigzagueantes murallas megalíticas de los límites del promontorio? Para esto todavía no hay una respuesta clara, salvo la suposición de que hacía falta algún tipo de plataforma maciza para los vehículos, tal vez aéreos, que se utilizaban para transportar el mineral y llevarse las pepitas.
Un lugar que podría haber servido para funciones similares de transporte es Ollantaytambo, situado a casi cien kilómetros al noroeste de Sacsahuamán. Los restos arqueológicos se encuentran en la cima de una empinada estribación montañosa, y dominan una abertura entre las montañas que se elevan donde confluyen los ríos Urubamba-Vilcanota y Patcancha. A los pies de la montaña, hay un pueblo que da su nombre a las ruinas; el nombre, que significa “lugar de descanso de Olíantay”, proviene de la época en que un héroe inca se hizo fuerte allí para resistir a los españoles.
Varios centenares de escalones de piedra de tosca construcción conectan una serie de terrazas de factura inca y llevan hasta las ruinas principales, que están en la cima. Allí, en lo que se supone que hizo las veces de fortaleza, hay en realidad restos de estructuras incas construidas con piedras del terreno. Parecen primitivas al lado de las estructuras preincaicas de la época megalítica.
Las estructuras megalíticas comienzan con un muro de contención construido a base de piedras poligonales, como las que se pueden encontrar en los restos megalíticos descritos anteriormente. Después de pasar por un pórtico tallado en un único bloque de piedra, se llega a una plataforma que se apoya en un segundo muro de contención, construido también con piedras poligonales, pero de mayor tamaño. En uno de los lados, la prolongación de este muro se convierte en un recinto con doce aberturas trapezoidales, en que dos sirven como puertas y las otras diez son falsas ventanas. Quizás sea éste el motivo por el cual Luis Pardo llamó a esta estructura el templo central. En el otro lado del muro se eleva una enorme puerta modelada a la perfección, que en su época sirvió de entrada a las principales estructuras.
El misterio más grande de Ollantaytambo son una hilera de seis colosales monolitos que se elevan en la terraza más alta. Los gigantescos bloques de piedra se yerguen todos juntos, sin argamasa ni ningún otro tipo de material adherente, con la ayuda de largas piedras desbastadas que se insertaron entre los colosales bloques. Allá donde el grosor de los bloques no alcanza el máximo, se encajaron unas grandes piedras poligonales, como en Cuzco y en Sacsahuamán, para darle un grosor mayor. Sin embargo, en la parte frontal, los megalitos se yerguen como una única pared, orientada exactamente al sudeste, con las superficies cuidadosamente alisadas hasta obtener una ligera curvatura. Al menos, dos de los monolitos llevan los restos deteriorados de relieves decorativos. Sobre el cuarto se observa el dibujo de una escalera y todos los arqueólogos coinciden en que este símbolo, que tiene su origen en Tiahuanacu, en el lago Titicaca, significaba el ascenso desde la Tierra al Cielo o el descenso desde el Cielo a la Tierra.
Los salientes de los lados y de la parte frontal de los Monolitos así como los cortes escalonados de la parte superior del sexto de ellos, sugieren que esta obra quedó inacabada. De hecho, hay bloques de piedra de distintos tamaños y formas que están esparcidos a su alrededor. Algunos de ellos se tallaron, se modelaron y se les dieron esquinas, surcos y ángulos perfectos. Uno de ellos ofrece una pista sumamente significativa, pues en él se talló una profunda T. Todos los expertos, tras encontrar otras incisiones como ésta en los gigantescos bloques de piedra de Tiahuanacu, coinciden en afirmar que esto se hacía para mantener juntos dos bloques de piedra por medio de una especie de grapa de metal, como precaución ante los terremotos.
Y uno se pregunta entonces cómo los expertos siguen atribuyendo estos restos a los incas, que no disponían de metal alguno, salvo de oro, que es demasiado blando y, por tanto, totalmente inadecuado para mantener juntos unos colosales bloques de piedra en medio de un terremoto. También resulta ingenua la explicación de que los soberanos incas hicieran en este colosal lugar unos gigantescos baños, pues bañarse era uno de sus más preciados placeres. Con dos ríos que corren justo a los pies de las colinas, ¿para qué transportar tan inmensos bloques de hasta 250 toneladas? ¿Para hacerse una bañera en la cima de una colina? Y todo eso, ¿sin herramientas de hierro?
Más seria resulta la explicación de que la hilera de seis monolitos formaban parte de un muro de contención planificado, probablemente, para soportar una gran plataforma en la cima de la montaña. Si es así, el tamaño y la robustez de los bloques de piedra recuerdan a los colosales bloques de piedra utilizados para construir la singular plataforma de Baalbek, en las montañas del Líbano, que parece era el lugar de aterrizaje de los anunnaki y donde habría ido Gilgamesh.
Entre las muchas similitudes que encontramos entre Ollantaytambo y Baalbek se encuentra la del origen de los megalitos. Los colosales bloques de piedra de Baalbek se extrajeron a muchos kilómetros de distancia, en un valle; y después se levantaron, se transportaron y se pusieron en su lugar, junto con otras piedras de la plataforma. En Ollantaytambo, los gigantescos bloques de piedra se extrajeron de una ladera en el lado opuesto del valle. Los pesados bloques de granito rojo, después de ser extraídos, tallados y modelados, fueron transportados desde la ladera, a través de dos ríos, y se subieron hasta su emplazamiento; más tarde, se izaron cuidadosamente y se pusieron en su lugar para, finalmente, encajarlos entre sí.
¿Quién hizo Ollantaytambo? Garcilaso de la Vega escribió que era «de la primera época, antes de los incas». Blas Valera afirmó, «de una era que precedió a la época de los incas… la era del panteón de los dioses de tiempos preincaicos». Ya es hora de que los expertos modernos lo acepten. También es hora de darse cuenta de que estos dioses eran los mismos a los que se atribuyó la construcción de Baalbek en las leyendas de Oriente Próximo. ¿Acaso Ollantaytambo pretendía ser una fortaleza, como Sacsahuamán podría haber sido, o un lugar de aterrizaje, como había sido Baalbek?
Parece que para determinar el lugar de sus lugares de aterrizaje, los anunnaki establecieron primero un corredor de aterrizaje a partir de un rasgo geográfico sobresaliente, como el Monte Ararat. La ruta de vuelo en este corredor se inclinó después con un ángulo exacto de 45° con respecto al ecuador. En tiempos postdiluvianos, cuando el aeropuerto se instaló en la península del Sinaí y el lugar de aterrizaje para vehículos aéreos se ubicó en Baalbek, se siguió el mismo patrón.
El Torreón de Machu Picchu tiene, además de dos ventanas de observación en la parte semicircular, otra enigmática ventana que tiene en su base una abertura con forma de escalera invertida, y una hendidura con forma de cuña en la parte superior. Si se traza una línea desde la Roca Sagrada que, pasando por la hendidura, llegue hasta el Intihuatana, ésta discurriría en un ángulo exacto de 45° con respecto a los puntos cardinales, dando así a Machu Picchu su principal orientación.
Estos 45° de orientación no sólo determinaron el trazado de Machu Picchu, sino también la ubicación de los principales emplazamientos antiguos. Si sobre un mapa de la región se traza una línea que conecte los altos de Viracocha desde la Isla del Sol en el Lago Titicaca, la línea pasará por Cuzco y continuará hasta Ollantaytambo -¡precisamente, en un ángulo de 45° con respecto al ecuador!
En una serie de estudios y conferencias de María Schulten de D’Ebneth, resumidos en su libro La Ruta de Viracocha, se demostró que la línea de 45° sobre la que se ubicó Machu Picchu encaja con una rejilla patrón a lo largo de los lados de un cuadrado inclinado 45°, de manera que las esquinas, y no los lados, señalan hacia los puntos cardinales. Para buscar esta antigua rejilla se había inspirado en la Relación de Salcamayhua, en donde después de relatar la leyenda de las tres ventanas, está dibujado un esbozo para ilustrar la narración, dando a cada ventana un nombre: Tampu-Tocco, Maras-Tocco y Sutic-Tocco. María Schulten se dio cuenta de que se trataba de nombres de lugares y cuando aplicó el cuadrado inclinado a un mapa de la región Cuzco-Urubamba, con su esquina noroccidental en Machu Picchu (o Tampu-Tocco), descubrió que el resto de lugares caía en las posiciones correctas. Y, por último, trazó las líneas que demostraban que una línea de 45° que partiera de Tiahuanacu, combinada con cuadrados y círculos de medidas concretas, abarcaba a todos los antiguos lugares clave entre Tiahuanacu, Cuzco y Quito, en Ecuador, incluido el importantísimo emplazamiento de Ollantaytambo.
No menos importante es otro de sus descubrimientos. Los subángulos que ella había calculado entre la línea central de 45° y los lugares ubicados a partir de ella, como el templo de Pachacamac, le indicaron que la inclinación de la Tierra en el momento en que se trazó la rejilla estaba cerca de los 24° 08′, lo que significaría que la rejilla se diseñó 5.125 años antes de que se tomaran las medidas, en 1953; o sea, en el 3172 a.C. Y esto confirmaría que las estructuras megalíticas pertenecen a la Era de Tauro, la época que va del 4000 al 2000 a.C. Y al combinarse los estudios modernos con los datos aportados por los cronistas, se confirma lo que las leyendas afirman: que todo comenzó en el lago Titicaca.
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