La toxina botulínica es el veneno más potente que existe. Su producción en el mercado negro puede ponerla en manos de grupos terroristas.
En 1995, un atentado con gas sarín en cinco trenes del metro de Tokio hizo patente que el fenómeno terrorista tomaba un nuevo avatar.
Ya no era necesario un mazo de cartuchos con cables y relojes para diseminar caos y terror. Un puñado de inocentes bolsas de plástico rellenas de líquido y unos paraguas puntiagudos para pincharlas bastaron para provocar 12 víctimas mortales y miles de heridos.
Seis años después, en plena psicosis global tras la aniquilación de las torres gemelas de Nueva York, una remesa de cartas con esporas de ántrax causaba cinco muertes.
Ambos casos revelaron que las llamadas armas no convencionales, materia de investigación de las potencias durante décadas pese a que en 1925 se acordó prohibir su uso, habían saltado al otro lado.
Ya plantados en el siglo XXI, la ausencia de más atentados con armas químicas o biológicas parece haber relajado la percepción social de este riesgo. Pero los servicios de inteligencia no bajan la guardia.
Una muestra de ello es el informe encargado por el Centro Nacional de Contraproliferación de EEUU a un comité científico asesor planteando un supuesto de agresión bioterrorista.
Y si la amenaza de las bioarmas suena lejana, nada para acercarla al salón de casa como mirar las fotos de las revistas del cuché.
Porque poco podrían imaginar muchos adictos a la estética que el líquido que se inyectan en la cara para borrar las arrugas contiene una de las armas potenciales más temidas: la neurotoxina botulínica, más conocida por el nombre comercial Botox.
PARALIZANTE MUSCULAR
La toxina botulínica es el producto de la bacteria Clostridium botulinum, un microbio emparentado con el del tétanos y el de la gangrena y que muchos conocen, aunque no lo sepan, por ser la razón que aconseja tirar a la basura las latas de conserva abombadas.
Estos envases herméticos ofrecen el ambiente ideal para la bacteria, un microorganismo del suelo que, en condiciones anaerobias (sin aire), crece y fabrica su toxina. Ingerida, esta sustancia provoca el botulismo, una parálisis muscular que en los casos más graves resulta mortal.
La toxina actúa cerrando el grifo del impulso nervioso en las uniones neuromusculares, dejando los músculos relajados, flácidos. Según el experto en bioterrorismo Raymond Zilinskas, "una sola molécula puede incapacitar a una neurona".
Esta potencia insólita impulsó a los investigadores a explorar sus posibles beneficios terapéuticos contra enfermedades relacionadas con espasmos musculares, como el estrabismo, el blefaroespasmo (contracción involuntaria de los párpados), la tortícolis y otros tipos de espasticidad.
En 2002, la compañía californiana Allergan, fabricante del Botox, logró que la Agencia Estadounidense del Medicamento (FDA) lo aprobara para uso cosmético, las célebres inyecciones faciales contra las patas de gallo.
La Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios (AEMPS) autorizó en 2004 el Vistabel, la marca bajo la que Allergan comercializa el Botox para uso cosmético en varios países europeos. Al menos otras siete empresas farmacéuticas producen toxina botulínica bajo distintas denominaciones. En octubre pasado, la FDA aprobó su uso para tratar las migrañas.
Pero el lado oscuro de la inyección de los famosos es que esa misma sustancia es, según Zilinskas, "el veneno más potente del mundo". Este antiguo microbiólogo dirige el Programa de No Proliferación de Armas Químicas y Biológicas en el Centro James Martin del Instituto de Estudios Internacionales de Monterrey (EEUU).
Algunas cifras bastan para que las arrugas se borren de golpe y sin inyecciones: la dosis letal 50% (LD50) para el ser humano (la cantidad que mataría a la mitad de los afectados) se estima en un nanogramo (milmillonésima de gramo) por kilo de peso. Dicho de otra manera, 70 nanogramos para un hombre de peso medio.
En comparación, según datos de una de las patentes registradas por Allergan, es 30 millones de veces más potente que el veneno de la cobra y 600 millones de veces más letal que el cianuro.
En un artículo publicado en Scientific American, Zilinskas que también actuó como inspector de Naciones Unidas en Irak y su colega Ken Coleman estimaban que un solo gramo de toxina bastaría para matar a más de 14.000 personas si se ingiriera, a 1,25 millones si se inhalara y a 8,3 millones si se inyectara.
En suma, cuatro kilos bien dosificados acabarían con la especie humana.
Con todo esto, el Botox no podía estar totalmente exento de riesgos. La FDA recogió varios estudios que informaban de efectos nocivos y de posibles vínculos con algunas muertes.
En 2009, obligó a que los prospectos del Botox incluyan un recuadro destacado con la advertencia sobre la "posibilidad de experimentar dispersión del efecto de la toxina desde el lugar de la inyección, con potencial amenaza para la vida".
En España, tras el estudio de 12 casos graves, la AEMPS publicó en 2007 una nota informativa para profesionales sanitarios alertando de "reacciones adversas graves".
"ES COMO HACER CERVEZA"
Pero los riesgos del fármaco no son lo que interesa a la bioseguridad. Un vial de Botox contiene un máximo de 100 unidades, unos cinco nanogramos de toxina, una cantidad no letal para un adulto.
En España y otros países, sólo profesionales cualificados en centros clínicos autorizados pueden administrar Botox.
Tampoco son materia de los expertos en bioterrorismo los casos en que profesionales sin escrúpulos o suplantadores han pinchado a sus pacientes una toxina más barata, de grado reactivo (sólo para uso en investigación).
Y por último, tampoco compete al ámbito de las armas biológicas la falsificación fraudulenta, siempre que su destino se quede en la pata de gallo de algún incauto tentado por las gangas.
Lo que sí preocupa a Zilinskas y a Coleman, que han investigado este terreno durante años, es que la toxina acabe en manos de terroristas, algo muy factible: "Cualquiera con un postgraduado en biología y un laboratorio de garaje podría producirla", alegan estos expertos.
El proceso de fermentación y purificación está detallado en la literatura científica y sólo requiere unos 1.500 euros en equipo de laboratorio. "Es como hacer cerveza", compara Coleman.
En una patente de Allergan se puede leer un método para obtener la toxina a un mínimo de pureza de 30 millones de unidades por miligramo.
Tanto las compañías que fabrican falso Botox como posibles laboratorios clandestinos pueden producir un material que pasa por una etapa de concentración elevada y, por tanto, muy letal.
En cuanto al Botox falsificado, Zilinskas y Coleman alertan de que proliferan quienes pretenden asestar un mordisco al mercado del Botox, que movió 2.000 millones de dólares en 2009. Estos fabricantes piratas se concentran sobre todo en Asia.
La analista Marina Voronova-Abrams, que estudió el mercado negro ruso de la toxina para la ONG Global Green, apunta que "la mayoría llega a Rusia desde China y se distribuye por el Lejano Oriente y Asia central".
Basta una búsqueda en el sitio de comercio electrónico global Alibaba.com, socio de Yahoo en China, para encontrar decenas de referencias de supuestas compañías que ofrecen presunto Botox a mitad de precio y en el volumen deseado para todo el que disponga de una tarjeta de crédito.
Con este panorama, ¿a qué debemos agradecer que el botulinum no haya debutado en la escena terrorista? La secta apocalíptica Aum Shinrikyo, autora de los ataques en Tokio, había perpetrado antes tres intentos frustrados de atentar con esta sustancia.
Zilinskas y Coleman explican por qué no es tan sencillo convertir la toxina en un arma de destrucción masiva: la molécula es inestable y pierde actividad rápidamente. EEUU y la antigua URSS la empaquetaron en aerosoles con fines bélicos, pero finalmente abandonaron su estudio.
Irak, afirman Zilinskas y Coleman, fabricó una bomba de toxina botulínica que sería "poco menos que inútil".
Según precisaba a la emisora de radio WAMU de Wa-shington el coronel del Ejército de EEUU Randall Larsen, director de la Comisión para la Prevención de la Proliferación de Armas de Destrucción Masiva, la toxina botulínica es un arma perfecta "en un picnic de iglesia". "No está en la misma categoría que el ántrax o la viruela", zanjaba.
Para Zilinskas, las bombas convencionales aún son más accesibles.
¿Pero qué ocurrirá si esto cambia?
Un informe de la CIA aireado en 2009 aseguraba que "se han encontrado manuales de entrenamiento de terroristas [de Al Qaeda] con métodos rudimentarios pero viables para producir pequeñas cantidades de esta toxina letal".
Y los expertos saben cuál es el punto débil: "La comida, el agua...", advertía Larsen.
Ya no era necesario un mazo de cartuchos con cables y relojes para diseminar caos y terror. Un puñado de inocentes bolsas de plástico rellenas de líquido y unos paraguas puntiagudos para pincharlas bastaron para provocar 12 víctimas mortales y miles de heridos.
Seis años después, en plena psicosis global tras la aniquilación de las torres gemelas de Nueva York, una remesa de cartas con esporas de ántrax causaba cinco muertes.
Ambos casos revelaron que las llamadas armas no convencionales, materia de investigación de las potencias durante décadas pese a que en 1925 se acordó prohibir su uso, habían saltado al otro lado.
Ya plantados en el siglo XXI, la ausencia de más atentados con armas químicas o biológicas parece haber relajado la percepción social de este riesgo. Pero los servicios de inteligencia no bajan la guardia.
Una muestra de ello es el informe encargado por el Centro Nacional de Contraproliferación de EEUU a un comité científico asesor planteando un supuesto de agresión bioterrorista.
Y si la amenaza de las bioarmas suena lejana, nada para acercarla al salón de casa como mirar las fotos de las revistas del cuché.
Porque poco podrían imaginar muchos adictos a la estética que el líquido que se inyectan en la cara para borrar las arrugas contiene una de las armas potenciales más temidas: la neurotoxina botulínica, más conocida por el nombre comercial Botox.
PARALIZANTE MUSCULAR
La toxina botulínica es el producto de la bacteria Clostridium botulinum, un microbio emparentado con el del tétanos y el de la gangrena y que muchos conocen, aunque no lo sepan, por ser la razón que aconseja tirar a la basura las latas de conserva abombadas.
Estos envases herméticos ofrecen el ambiente ideal para la bacteria, un microorganismo del suelo que, en condiciones anaerobias (sin aire), crece y fabrica su toxina. Ingerida, esta sustancia provoca el botulismo, una parálisis muscular que en los casos más graves resulta mortal.
La toxina actúa cerrando el grifo del impulso nervioso en las uniones neuromusculares, dejando los músculos relajados, flácidos. Según el experto en bioterrorismo Raymond Zilinskas, "una sola molécula puede incapacitar a una neurona".
Esta potencia insólita impulsó a los investigadores a explorar sus posibles beneficios terapéuticos contra enfermedades relacionadas con espasmos musculares, como el estrabismo, el blefaroespasmo (contracción involuntaria de los párpados), la tortícolis y otros tipos de espasticidad.
En 2002, la compañía californiana Allergan, fabricante del Botox, logró que la Agencia Estadounidense del Medicamento (FDA) lo aprobara para uso cosmético, las célebres inyecciones faciales contra las patas de gallo.
La Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios (AEMPS) autorizó en 2004 el Vistabel, la marca bajo la que Allergan comercializa el Botox para uso cosmético en varios países europeos. Al menos otras siete empresas farmacéuticas producen toxina botulínica bajo distintas denominaciones. En octubre pasado, la FDA aprobó su uso para tratar las migrañas.
Pero el lado oscuro de la inyección de los famosos es que esa misma sustancia es, según Zilinskas, "el veneno más potente del mundo". Este antiguo microbiólogo dirige el Programa de No Proliferación de Armas Químicas y Biológicas en el Centro James Martin del Instituto de Estudios Internacionales de Monterrey (EEUU).
Algunas cifras bastan para que las arrugas se borren de golpe y sin inyecciones: la dosis letal 50% (LD50) para el ser humano (la cantidad que mataría a la mitad de los afectados) se estima en un nanogramo (milmillonésima de gramo) por kilo de peso. Dicho de otra manera, 70 nanogramos para un hombre de peso medio.
En comparación, según datos de una de las patentes registradas por Allergan, es 30 millones de veces más potente que el veneno de la cobra y 600 millones de veces más letal que el cianuro.
En un artículo publicado en Scientific American, Zilinskas que también actuó como inspector de Naciones Unidas en Irak y su colega Ken Coleman estimaban que un solo gramo de toxina bastaría para matar a más de 14.000 personas si se ingiriera, a 1,25 millones si se inhalara y a 8,3 millones si se inyectara.
En suma, cuatro kilos bien dosificados acabarían con la especie humana.
Con todo esto, el Botox no podía estar totalmente exento de riesgos. La FDA recogió varios estudios que informaban de efectos nocivos y de posibles vínculos con algunas muertes.
En 2009, obligó a que los prospectos del Botox incluyan un recuadro destacado con la advertencia sobre la "posibilidad de experimentar dispersión del efecto de la toxina desde el lugar de la inyección, con potencial amenaza para la vida".
En España, tras el estudio de 12 casos graves, la AEMPS publicó en 2007 una nota informativa para profesionales sanitarios alertando de "reacciones adversas graves".
"ES COMO HACER CERVEZA"
Pero los riesgos del fármaco no son lo que interesa a la bioseguridad. Un vial de Botox contiene un máximo de 100 unidades, unos cinco nanogramos de toxina, una cantidad no letal para un adulto.
En España y otros países, sólo profesionales cualificados en centros clínicos autorizados pueden administrar Botox.
Tampoco son materia de los expertos en bioterrorismo los casos en que profesionales sin escrúpulos o suplantadores han pinchado a sus pacientes una toxina más barata, de grado reactivo (sólo para uso en investigación).
Y por último, tampoco compete al ámbito de las armas biológicas la falsificación fraudulenta, siempre que su destino se quede en la pata de gallo de algún incauto tentado por las gangas.
Lo que sí preocupa a Zilinskas y a Coleman, que han investigado este terreno durante años, es que la toxina acabe en manos de terroristas, algo muy factible: "Cualquiera con un postgraduado en biología y un laboratorio de garaje podría producirla", alegan estos expertos.
El proceso de fermentación y purificación está detallado en la literatura científica y sólo requiere unos 1.500 euros en equipo de laboratorio. "Es como hacer cerveza", compara Coleman.
En una patente de Allergan se puede leer un método para obtener la toxina a un mínimo de pureza de 30 millones de unidades por miligramo.
Tanto las compañías que fabrican falso Botox como posibles laboratorios clandestinos pueden producir un material que pasa por una etapa de concentración elevada y, por tanto, muy letal.
En cuanto al Botox falsificado, Zilinskas y Coleman alertan de que proliferan quienes pretenden asestar un mordisco al mercado del Botox, que movió 2.000 millones de dólares en 2009. Estos fabricantes piratas se concentran sobre todo en Asia.
La analista Marina Voronova-Abrams, que estudió el mercado negro ruso de la toxina para la ONG Global Green, apunta que "la mayoría llega a Rusia desde China y se distribuye por el Lejano Oriente y Asia central".
Basta una búsqueda en el sitio de comercio electrónico global Alibaba.com, socio de Yahoo en China, para encontrar decenas de referencias de supuestas compañías que ofrecen presunto Botox a mitad de precio y en el volumen deseado para todo el que disponga de una tarjeta de crédito.
Con este panorama, ¿a qué debemos agradecer que el botulinum no haya debutado en la escena terrorista? La secta apocalíptica Aum Shinrikyo, autora de los ataques en Tokio, había perpetrado antes tres intentos frustrados de atentar con esta sustancia.
Zilinskas y Coleman explican por qué no es tan sencillo convertir la toxina en un arma de destrucción masiva: la molécula es inestable y pierde actividad rápidamente. EEUU y la antigua URSS la empaquetaron en aerosoles con fines bélicos, pero finalmente abandonaron su estudio.
Irak, afirman Zilinskas y Coleman, fabricó una bomba de toxina botulínica que sería "poco menos que inútil".
Según precisaba a la emisora de radio WAMU de Wa-shington el coronel del Ejército de EEUU Randall Larsen, director de la Comisión para la Prevención de la Proliferación de Armas de Destrucción Masiva, la toxina botulínica es un arma perfecta "en un picnic de iglesia". "No está en la misma categoría que el ántrax o la viruela", zanjaba.
Para Zilinskas, las bombas convencionales aún son más accesibles.
¿Pero qué ocurrirá si esto cambia?
Un informe de la CIA aireado en 2009 aseguraba que "se han encontrado manuales de entrenamiento de terroristas [de Al Qaeda] con métodos rudimentarios pero viables para producir pequeñas cantidades de esta toxina letal".
Y los expertos saben cuál es el punto débil: "La comida, el agua...", advertía Larsen.
Fuente: Público.es