Hombres paleolíticos elaborando utensilios de piedra. Diorama del Museo de Ancón (Lima). Foto: Arturo Gómez A.
El Paleolítico Peruano
Las primeras bandas de cazadores y recolectores nómadas llegaron a los Andes Centrales unos 13 mil años a.C., encontrando nuestro territorio en condiciones geográficas muy diferentes a las de hoy. Eran los últimos tiempos de un gélido periodo llamado Pleistoceno Tardío, cuando grandes áreas andinas estaban cubiertas por el hielo y el litoral peruano era más ancho que en la actualidad. Nuestros país estaba habitados por grandes mamíferos adaptados a los fríos climas de la “era del hielo”, como los mastodontes, megaterios y gliptodontes.
Los arqueólogos han descartado la existencia del llamado "hombre de Paccaicasa", pero han encontrado restos de habitantes del Pleistoceno Tardío como los hombres de Guitarrero I (Ancash) y de Uchkumachay (Junín), quienes preferían la recolección y la cacería de mamíferos más pequeños (por ejemplo venados y camélidos).
En el 10 mil a.C. las condiciones climáticas cambiaron bruscamente. El gélido Pleistoceno cedió paso al cálido Holoceno. Esto alteró la vegetación y por consiguiente afectó la supervivencia de la megafauna. Los mamíferos gigantes se extinguieron gradualmente, contribuyendo a esto la actividad predatoria de nuestros antepasados, los “cazadores indiferenciados”.
En esta nueva etapa surgen proliferan talleres donde se fabricaban armas y utensilios para diferentes actividades. Para cazar a los veloces cérvidos (tarukas) y camélidos (llamas, guanacos) se requería el uso de nuevas tácticas e instrumentos líticos de mejor calidad (puntas de lanza). En este período de “cazadores especializados”, destacan las tradiciones líticas Paijanense (en la costa norte) y Lauricochense (en la sierra central).
Los arqueólogos han descartado la existencia del llamado "hombre de Paccaicasa", pero han encontrado restos de habitantes del Pleistoceno Tardío como los hombres de Guitarrero I (Ancash) y de Uchkumachay (Junín), quienes preferían la recolección y la cacería de mamíferos más pequeños (por ejemplo venados y camélidos).
En el 10 mil a.C. las condiciones climáticas cambiaron bruscamente. El gélido Pleistoceno cedió paso al cálido Holoceno. Esto alteró la vegetación y por consiguiente afectó la supervivencia de la megafauna. Los mamíferos gigantes se extinguieron gradualmente, contribuyendo a esto la actividad predatoria de nuestros antepasados, los “cazadores indiferenciados”.
Una llama en el Museo de sitio de la Huaca Puqllana (Miraflores, Lima). Foto: Arturo Gómez A.
En esta nueva etapa surgen proliferan talleres donde se fabricaban armas y utensilios para diferentes actividades. Para cazar a los veloces cérvidos (tarukas) y camélidos (llamas, guanacos) se requería el uso de nuevas tácticas e instrumentos líticos de mejor calidad (puntas de lanza). En este período de “cazadores especializados”, destacan las tradiciones líticas Paijanense (en la costa norte) y Lauricochense (en la sierra central).
Puntas líticas paijanenses exhibidas en la Casona de San Marcos. Foto: Arturo Gómez A.
La unidad social básica era la banda, conformada por un grupo variable de personas que convivía en una cueva o en un campamento. El promedio de personas por banda sería de 30 individuos; donde predominaban las mujeres y los niños. Generalmente, los varones se dedicaban a la caza, mientras que las mujeres aportaban con la recolección de vegetales silvestres. A esto se denomina “división sexual del trabajo”. Los hombres jóvenes y fuertes se encargaban de cazar a las bestias, para conseguir carne, lana y huesos. La gran tarea de cuidar directamente de los bebes y niños estuvo en manos de las mujeres, quienes muchas veces salían a buscar los frutos acompañados de los menores.
Ambas actividades -caza y recolección- eran fundamentales para la supervivencia de la banda y lo más probable es que la llamada división sexual del trabajo no fue excluyente: hombres y mujeres participaban de las diferentes faenas según las condiciones geográficas y necesidades del grupo. Los bienes obtenidos eran distribuidos de acuerdo a las necesidades inmediatas de todos sus miembros. Quien dirigía a una banda era el hombre más fuerte y experimentado, el mismo que gozaría de algunos privilegios ligados a su responsabilidad en el grupo.
Pintura rupestre de Lauricocha (Huánuco) en un panel del Museo de Arqueología, Antropología e Historia del Perú. Foto: Arturo Gómez A.