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jueves, 22 de septiembre de 2011

Neurobiología, orgasmos, y espiritualidad: el misticismo cognitivo del placer.-





El sexo y la meditación comparten una misma identidad neurológica; ambas actividades conllevan a una idílica conjunción entre el mundo del espíritu y el de la carne.

El cerebro es tal vez el órgano que mayor interés ha provocado entre los científicos. El hecho de que presumiblemente sea el recinto que guarda esa enigmática y polimórfica entidad que conocemos como mente lo ha destacado como favorito de las interrogantes que se ha planteado el estudio de la naturaleza humana. “El cerebro es más amplio que el cielo”, decía Emily Dickinson, de algún modo intuyendo, o tal vez sugiriendo, el hecho de que ahí radica la esencia microcósmica (hay que recordar que existe una notable relación estética entre las redes neuronales y el diseño de las galaxias). ¿Es nuestro cerebro la manifestación física de ese código de acceso que nos permite jugar a ser dioses?

En diversos estudios dedicados a observar al cerebro en acción, el hemisferio derecho parece ser el lado sexy de este órgano. Se activa durante el orgasmo a tal grado que la corteza prefrontal derecha simula una especie de isla iluminada durante este arquetípico instante, en contraste con el resto del cerebro que aparece en completa penumbra.

Históricamente se le ha atribuido al hemisferio izquierdo el procesamiento del placer, pues este se activa cuando recurrimos a memorias que nos provocan felicidad, cuando recordamos a un ser querido, en aquellos momentos en los que nos sentimos simplemente grandiosos e incluso es el más activo en personas alegres que rara vez pasan por etapas depresivas. Pero curiosamente durante el orgasmo, tal vez la máxima epifanía en torno al placer humano, el hemisferio izquierdo, en lugar de propulsar un meta-carnaval de reacciones gozosas, permanece completamente dormido. Y este neuro misterio ha intrigado enormemente a los hombres de ciencia que dedican su vida a analizar los comportamientos del cerebro.




Hasta hace menos de una década la neurociencia poco sabía de los fundamentos científicos relacionados a los estados de gracia, al placer sexual, o a emotivas frecuencias similares. Sin embargo, en años recientes ha emergido un panorama mucho más claro en la relación del cerebro humano con el placer, una de las sensaciones, por cierto, que mayor peso tienen para determinar el registro psicoemocional de una persona. La felicidad, o mejor dicho la alegría extasiante, tanto en un plano sagrado como en uno profano, disminuye la auto-conciencia del ser (concibiéndola más desde una perspectiva del ego y el sentido de ubicación espacial), además de que que altera la percepción corporal y reduce la sensación de dolor. Y mientras que el hemisferio izquierdo es presuntamente el protagonista del placer, lo cierto es que estos tres neuro-fenómenos se activan bilateralmente.

La ausencia de dolor puede estar explícitamente ligada al placer. Sin embargo, las otras dos —perder el sentido de identidad y de los limites corpóreos— son más misteriosas. William James, autor de The Principles of Psychology, describe al “ser” como el pilar de la conciencia, aquel que perdura a lo largo de múltiples sensaciones y experiencias. Y este “ser” está dividido, excepto durante las experiencias místicas, entre un flujo de conciencia y un observador o diálogo interno. Este diálogo, en el cual tanto enfatizaba el brujo yaqui Juan Matus en las crónicas de Carlos Castaneda, funciona como una especie de juez que va organizando y decodificando las experiencias conscientes. Narrarnos nuestra propia vida se presenta como una herramienta cognitiva automatizada y a fin de cuentas es lo que acaba construyendo nuestro concepto de realidad.

Pero escapar de nuestra propia y casi permanente auto-observación debiese ser un placer mucho más valorado de lo que culturalmente estimamos. Y precisamente sobre esto Roy Baumeister, director de Psicología de la Universidad de Princeton, escribió todo un libro: Escaping the Self: Alcoholism, Spirituality, Masochism, and Other Flights from the Burden of Selfhood (1991), en el cual postula que esta especie de auto-conciencia racional en muchas ocasiones puede convertirse en una verdadera carga para una persona. En diversas culturas las personas recurren habitualmente a sustancias como alcohol, drogas, tabaco, rituales auto-hipnóticos y otro tipo de estímulos para debilitar esta conciencia del ser. Sin embargo, se ha comprobado que la meditación te permite liberarte de esta preocupación con respecto a tu propio ser y neutralizar las principales actividades que alimentan este, a veces, incontrolable mecanismo: el juicio, la planeación, la expectativa, la comparación y el auto-escrutinio.


Como vimos anteriormente la corteza prefrontal del hemisferio izquierdo se asocia con la felicidad, y no casualmente los niveles más altos de actividad en esa región que hayan sido medidos hasta la fecha, corresponden a monjes budistas del Tíbet meditando en el sentimiento de la compasión. Esto nos indica que la meditación actúa sobre los principales centros de placer en el cerebro y, aún más allá, este placer se acompaña de una transformación en nuestra auto-regulación emocional —si bien las personas que meditan fortalecen su auto-conciencia, ponen atención a sus pensamientos y sentimiento desde una perspectiva conceptual, y por lo tanto menos emocional o visceral, lo cual les permite estar en paz con su flujo interior.

Recordemos ahora que el placer también esta ligado a una pérdida de la conciencia ante los límites de nuestro cuerpo, lo cual, al igual que el ejercicio de la auto-observación, involucra ambos hemisferios. Tanto el orgasmo como la meditación diluyen nuestro sentido de los límites del cuerpo físico. En el caso de la meditación esto se logra a través de la auto-conciencia, pero enfatizando en la actividad de regiones específicas del cerebro, como los gyrus angulares del hemisferio derecho. En cambio, durante el orgasmo, el cerebelo es el que brilla, el que mayor actividad registra, debilitando de algún modo la conciencia del cuerpo físico perdiéndonos dentro del mismo y no observándolo “objetivamente”, como es el caso de la meditación.

En síntesis podemos concluir que existe una apasionante e íntima relación neurológica entre el máximo placer físico, proyectado a través del sexo, y el desarrollo místico al que una persona puede entregarse, principalmente la meditación. Y en un fenómeno que algunos considerarían como algo paradójico, ambos se proyectan, resuenan, en un estado de alta fidelidad que termina por eliminar las supuestas fronteras que separan al mundo físico, en especifico el placer carnal, del mundo etéreo, aquel en donde el espíritu se fortalece. Y esta idílica convivencia queda proyectada, o incluso catalizada, a través de nuestro diseño neurológico (nuestro cerebro es un templo dedicado al erotismo, la estética y la generación de universos): entre el orgasmo, la alegría y la espiritualidad… estamos todos nosotros.

[Scientific American]