La ciudad de España cuya destrucción inspiró el cuadro más famoso del pintor malagueño recuerda este jueves el aniversario del ataque. El testimonio de un sobreviviente
El bombardeo de Guernica, desatado el 26 de abril de 1937, constituye una fecha imprescindible en la historia de la Guerra Civil española (1936-1939), que enfrentó al bando republicano con las tropas del general sublevado Francisco Franco, en sintonía con los fascismos europeos de la época.
Los nacionalistas vascos combatían al lado de la República, y su ciudad "santa", como la recuerda uno de sus sobrevivientes, Luis Iriondo, fue atacada por la Legión Cóndor alemana y la Aviación Legionaria italiana en el marco de las operaciones para doblegar al ejército republicano en el norte del país.
"Guernica es un referente universal por la paz, la memoria y la reconciliación", dijo a The Associated Press María Oianguren, directora del Centro de Investigación por la Paz Gernika Gogoratuz (Recuerdo de Guernica, en lengua euskera). "No fue la primera población civil que recibió un bombardeo, ni tampoco la que más víctimas contabilizó, pero sí fue la primera de la que se tuvo conocimiento masivo".
La memoria de la barbarie sigue presente en Guernica, que este jueves recuerda el 75° aniversario del devastador ataque aéreo, en las esculturas de los reconocidos artistas Eduardo Chillida y Henry Moore, un mural cerámico que reproduce el lienzo dePicasso, placas con poesías que evocan el bombardeo y un busto de George Steer, el periodista que narró los hechos en el periódico británico The Times.
Guernica es hoy una población que apenas sobrepasa los 15 mil habitantes, en la que los lugareños conversan, principalmente en euskera, la lengua vasca prohibida durante la dictadura de Franco (1939-1975).
El lugar conserva la Casa de Juntas y el Árbol que simbolizan el autogobierno vasco, así como una estructura productiva que, al igual que antes de la guerra, se basa en la industria y el comercio, aunque ahora trata de aprovechar los flujos turísticos que, desde hace una década, se dejan ver en Bilbao, a escasos 30 kilómetros del lugar, gracias al impulso que trajo el emblemático Museo Guggenheim.
Restaurantes asiáticos y carnicerías halal regenteadas por ciudadanos magrebíes se instalaron en la calle principal de Guernica, la misma que los presos políticos del franquismo reconstruyeron al término de la Guerra Civil en una atmósfera marcada por la represión y el miedo a hablar del bombardeo, que la propaganda franquista atribuyó al bando republicano de la Guerra Civil para desviar su responsabilidad.
La hoguera de Guernica
"No digáis que fue bombardeada. Hay que decir que fue quemada por los rojos", fue el primer mensaje que recibió Iriondo, el sobreviviente, cuando regresó al lugar tras refugiarse unos meses en Francia junto a su madre y dos de sus hermanos.
"(El día del bombardeo) durante casi cuatro horas y en distintos intervalos, desde las 16:30 horas, aviones alemanes lanzaron más de 50 toneladas de bombas, destruyendo así tres cuartas partes de las construcciones de Guernica, pero dejaron intactas las fábricas y los edificios tradicionales del autogobierno vasco", contaron a la AP los historiadores locales José Angel Etxaniz y Vicente del Palacio.
Para Iriondo, entonces de 14 años, aquellas bombas significaban el sabor de la muerte. "Cuando atravesábamos el mercado sonaron las primeras explosiones", dijo. "La gente, asustada, corrió a los refugios". El precedente del bombardeo de Durango, una localidad a 20 kilómetros de Guernica en la que la aviación italiana había causado la muerte a 336 personas el 31 de marzo de 1937, estimuló la necesidad de disponer de una serie de refugios desperdigados por todo el poblado.
"A mí me empujaron hacia el interior de uno de ellos", dijo Iriondo. "Hacía mucho calor porque el techo era bajo y no había ningún sistema de ventilación. Tampoco había luz. Al cabo de pocos minutos, costaba mucho respirar. Intentaba aspirar el aire pero no me llegaba a los pulmones. Creí que iba a morir asfixiado".
Los muertos
Cuando cesaron las bombas, comprobó que "todo Guernica era una hoguera". La destrucción allanó el camino para que las tropas de Franco tomaran Bilbao apenas dos meses después. La quema de todos los registros oficiales ha dificultado el conocimiento del número definitivo de víctimas. Etxaniz y Del Palacio, autores de un estudio sobre el tema, cifran en 153 los muertos, pero creen que el número definitivo puede superar los 200.
"Cuando llegamos a Francia, leí en un periódico que habían sido 3.000 y aunque me parecieron muchos, después de haber visto lo ocurrido creí que podía ser verdad. La población de Guernica sería de 7.000 o 9.000 habitantes", dijo al supone cierta, en ese entonces, la cifra según la cual habrían muerto una de cada tres personas del lugar.
"En mi casa éramos 12 personas y ninguna murió. Y mirando a las familias de mis amigos y conocidos, tampoco da ese porcentaje", agregó. "Creo que se ha querido magnificar la catástrofe cargando las tintas en los muertos, como si estos fueran los que dieran la medida del desastre".
Dar con la cantidad de fallecidos ha sido difícil, en parte por el uso propagandístico del episodio por parte de ambos bandos. Los medios británicos amplificaron la repercusión del bombardeo y lo presentaron como el ejemplo de lo que Hitler se proponía hacer si estallaba un nuevo conflicto en Europa.
El recuerdo
"Esta ciudad tiene hoy en día el compromiso de velar por la memoria y por una cultura de paz y convivencia, más allá de las distintas apropiaciones que se quieran hacer del bombardeo, y que nunca han tenido éxito", dice Oianguren, directora de Gernika Gogoratuz. "No debemos transmitir el pasado como una carga para el presente".
El bombardeo se recuerda también en Alemania. En 1997, el entonces presidente Roman Herzog, que estará el jueves en Guernica para recibir un premio, envió una carta a los sobrevivientes pidiendo perdón por el bombardeo.
"Aquel bombardeo, incomprensible para nosotros, no nos dejó un sentimiento de odio o de venganza, sino un deseo enorme, inmenso de paz", dice Iriondo. "De que aquello no debía suceder nunca más. Y de que de las ruinas de lo que fue nuestro pueblo, debía surgir una bandera de paz para todos los pueblos del mundo".
Guernica a Guernica
Los jóvenes también recuerdan lo sucedido en Guernica: el proyecto Lobak reúne las propuestas artísticas (grafito, foto, vídeo, nuevas tecnologías) de los nietos de supervivientes y víctimas para conservar la memoria.
Pero la mayor visibilidad corre por cuenta de la pintura. La República encargó a Pablo Picasso en 1937 una obra que mostrara el horror de la Guerra Civil y ganara simpatías para su causa. El pintor se mostró renuente al principio, pero después supo de lo ocurrido en Guernica a través de los diarios franceses.
El Guernica, concebido y finalizado entre mayo y junio de 1937 en París, fue exhibido entonces en la Exposición Universal que albergaba la capital francesa. El pintor malagueño ordenó que el cuadro no regresara a España hasta que se instauraran las libertades.
En 1981, los Estados Unidos, que habían conservado la obra para su exhibición en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, cedieron el lienzo a España, una vez extinguida la dictadura de Franco. Los museos madrileños del Prado y, desde 1992, el Reina Sofía, han sido su hogar.
El traslado de la obra ha sido una reivindicación constante del nacionalismo vasco desde la llegada de la democracia. El grupo del partido nacionalista vasco en el Congreso ha solicitado formalmente el traslado pero los distintos gobiernos españoles se han negado a hacerlo aduciendo que la fragilidad del lienzo no permite moverlo; una razón que no convence a la población de Guernica.
El lema Guernica, Gernikara (El Guernica, a Gernika) está presente en la mayoría de espacios públicos de la Villa y resume el sentir popular. "Creo que el cuadro debería estar aquí, no en Madrid, pero al gobierno español no le interesa. No tengo muchas esperanzas en que haya un traslado", dice Idurre Baraiazarra, una comerciante de Guernica de 29 años.
"Sin ninguna duda, el cuadro debería venir aquí", dice Alberto Iturriarte, un profesor de 52 años. "Este es su sitio natural y nosotros no perdemos la esperanza".