Al Filo dela Realidad
Posted by Gustavo Fernández en 25-10-2011
A veces me pregunto cuántas veces será necesario repetir la misma aclaración. Y me respondo: todas las necesarias, quizás por siempre cada vez que regrese sobre el tema. Así que, resignado, ahí va: no olvide el lector que aquí hablaré de “Iglesias”, no de “religiones”. Ya sabe usted las diferentes etimologías. Aquello de “religare” (“unirse a sí mismo en Dios”, según los latinos) y “ekklesía”: helenismo para “reunión de hombres”. Es decir, lo institucionalizado). Dedico entonces estas líneas —y, sin duda, otras más esclarecidas que seguirán en el futuro— a reclamar la atención de mis lectores sobre lo demodé, lo poco espiritual y lo disfuncional desde el punto de vista del crecimiento personal de estas organizaciones eclesiásticas.
Advierto con certeza que alguien defenderá la inserción social de las mismas, por ejemplo, en lo educacional, en lo contencioso, como estructura orgánica para vehiculizar asistencia a carecientes —si en forma barrial o global, es sólo anecdótico— y mi respuesta es que sí, que ello es innegable: sólo que sospecho que los gestos correctos de un individuo o una entidad no soslayan lo inmoral de las acciones que tenga en otro momento. Lo contrario sería proponer, en un balance, una especie de “resarcimiento compensatorio” donde sacáramos cuentas y sostuviéramos que, en un momento dado, a la Humanidad deberían resultarle soportables los errores de instituciones que se subrogan la autoridad moral sólo porque extienden una limosna. No ignoro también que hay pastores, sacerdotes, monjas, imanes y un largo etcétera de gente que honestamente cree en su accionar: sólo señalo que mis comentarios van más arriba, a los que entreveo aliados del Poder en las Sombras.
Porque de lo que aquí deseo escribir es plantear cómo estas multinacionales de la fe son, en realidad, una herramienta más del sistema de manipulación, coerción y dominación —en este caso, mental y espiritual— de las masas. Acudiendo a aprovecharse de las estructuras psíquicas erróneas de la gente común —en algunos casos, culturales, en otros, familiares, acullá, personales— urgida por las necesidades cotidianas y sin tiempo ni ganas mentales de cuestionamientos profundos, ahogados en la mediocridad de un discernimiento eclipsado por la sensación de que el Mal está allí afuera y la autocompasión como chupete espiritual.
La compasión de uno mismo es la más destructiva de todas las prácticas negativas, y bloquea el sendero a todo progreso y consecución. Quien se compadece de sí mismo reconoce, al obrar así, que es un fracasado y que las circunstancias son demasiado fuertes para él. Al compadecerse de sí mismo evidencia que no tiene fe en el poder interno que es más grande que todas las circunstancias adversas.
Esta es muy a menudo la única causa del fracaso de algunas personas. No tienen fe, porque no tienen nada en qué creer. Tales necesitan darse cuenta que tienen un poder interno que es parte del Poder Infinito, Único, Omnipotente. En cuanto se dan cuenta de ello y buscan y confían en tal poder hallan que no hay dificultad que no se pueda vencer, ningún desastre que no se pueda reparar, ningún fracaso que no pueda convertirse en un peldaño a un éxito mucho más grande que jamás se creyó posible antes. Todas las limitaciones del hombre son debidas a sus dudas o miedos, a su falta de creencia en el poder interno. El ser humano limita lo Ilimitable por sus pensamientos, por su falta de fe y por su perspectiva terrenal. Tiene el Infinito a su disposición; si se diera cuenta de esto hallaría que “todas las cosas” son posibles.
Y aquí aparecen las Iglesias para negarle esa posibilidad. El Dios debe estar Allá Arriba, lejos del mortal común que estira el cogote cuando mira hacia el cielo esperando que el buen Dios repare en él, creyente que para hablarle al Padre Celestial se necesitan códigos que sólo una casta de elegidos conoce. Intermediarios con la Divinidad, comisionistas del Señor, consignatarios del Espíritu Santo.
No es ocioso, entonces, que a través de los siglos de la “historia oficial” las Iglesias sistemáticamente hayan demonizado a la mujer, cosificándola y tratando de subordinarla —por la fuerza, en innúmeras ocasiones— al poder patriarcal y machista. Porque la mujer, en quien adivino la sutil sensibilidad y afinación néurica de los felinos que admiro, ha sido milenariamente la gran contestataria, defensora de la Vida —como procreadora de la misma que es— de la paz, del hogar, de la esperanza. Y si las Iglesias “modernas” querían hacerse con el poder, necesitaban alentar historias de odio, nacionalismo vengativo, beligerancia, fanatismo y discriminación. Observen, entonces, la historia: del hombre y la mujer, en síntesis cuantitativa, ¿quién ha sido más comúnmente exponente de esos defectos del espíritu?. El hombre, sin duda. Ergo, una religión femenina, de haber existido antes, no permitiría el avance de esos tumores de la moral. Era necesario, por tanto, desplazar a la mujer de su arcano papel protagónico. Con ella en la cúpula de las decisiones —desde domésticas cuestiones familiares hasta neurálgicas situaciones de Estado— la guerra sería raramente posible…
La “cosificación” de la mujer y
la destrucción de la Antigua Religión matriarcal y lunar
¿Cuál era la naturaleza de la antigua religión que fue suplantada por el judaísmo?. Se trataba probablemente de una religión de la fertilidad, en la cual la adoración a la Luna desempeñaba un importante papel. Generalmente, una religión nueva suprime aquellos elementos de la religión suplantada que no es capaz de absorber. Y el hecho de la fama del número 13 y que haya sido sistemáticamente evitado en el Antiguo Testamento sugiere que ese número debía tener algún significado especial en la Antigua Religión. Trece es el número de Casas que tiene el zodíaco lunar —en el transcurso del año solar se producen trece lunas llenas— y por lo tanto representa un número de capital importancia en la adoración a la Luna.
Algunos pasajes del Antiguo Testamento revelan que, paralelamente al judaísmo, se cultivaba una floreciente tradición de adoración lunar. En Isaías (Capítulo I, versículos 13 y 14, por ejemplo) Dios dice a través del profeta:
- “No me traigáis más ofrendas inútiles; el incienso es para mí abominable, las Lunas Nuevas y los sabbaths, el convocar asambleas, no puedo tolerar todo eso; es algo injusto, aunque sea solemne”.
- “Mi alma odia vuestras Lunas Nuevas y vuestras reuniones; son un peso para mí, estoy cansado de soportarlas”.
Y en Oseas (Cap. 2, versículo 13) al hablar de la situación injusta del judaísmo, dice:
- “Haré cesar toda su alegría, sus fiestas anuales, sus novilunios, sus sábados y todas sus solemnidades”.
Volviendo a lo que en un principio parecen pruebas contradictorias, existe una importante relación entre el número 7 —que ocupa un lugar preferente en la Biblia— y el 13, que ha sido sistemáticamente evitado. El 7 se encuentra en el punto medio entre el 1 y el 13:
1 – 2 – 3 – 4 – 5 – 6 – 7 - 8 – 9 – 10 – 11 – 12 – 13
Los puntos centrales son extremadamente importantes en todo el pensamiento esotérico, como por ejemplo, la medianoche, los solsticios, el mediodía, el Medio Cielo (Médium Coeli) astrológico. El origen de esta preocupación por los puntos centrales se encuentra probablemente en el solsticio de invierno (¿volverá el Sol a revivir este año?) y en la medianoche (¿volverá el Sol que se ha escondido?).
El punto medio entre 1 y 7 es 4:
1 – 2 – 3 – 4 – 5 – 6 – 7
Al multiplicar entre sí los dos números centrales y el 13, es decir, 7 x 4 x 13 se obtiene 364, que es casi el número de días de un año completo. Necesitamos el 365 y por esto los antiguos cultos y leyendas se refieren no a “un año” sino a “un año y un día” (esta costumbre sobrevive en la jurisprudencia, donde las raíces de la lex romana permanecen no sólo en el espíritu sino en ciertas “supersticiones” —en el sentido etimológico de la palabra, es decir, “lo que sobrevive”— de dictar penas y sentencias de x años y “un día”). Este punto lo ha fundamentado el formidable historiador Robert Graves[2]. Es más: el número de fases de la Luna es 4 x 7 = 28 y 28 es la duración media del ciclo menstrual de la mujer, punto clave de todo lo relacionado con la fertilidad (y que si una “religión patriarcal” deseaba erradicarla nada mejor que invertir los valores, asignándole a algo sagrado, como el ciclo menstrual, la característica de “impuro”, algo propio del judaísmo y otras religiones).
Las más antiguas tumbas egipcias, de alrededor del 3.000 AC, contienen curiosos utensilios mágicos o “tableros de ajedrez”. En estos tableros hay solamente espacio para las piezas, pero no para moverlas. A cada lado del tablero hay siempre 7 o 13 piezas (49 o 169 en conjunto) y, lo que es más significativo, estas piezas tienen siempre forma de media luna. Osiris, a cuyo culto pertenecen estos elementos, fue un ejemplo de “dios con cuernos”. Pero Robert Graves cuenta que, originariamente, Isis no era la hermana de Osiris sino su madre, y que la figura de ella prevalecía sobre la de él.[3].
El investigador norteamericano James Vogh, conciente de que podía haber un zodíaco lunar más antiguo que el conocido zodíaco lunar, se dispuso a buscar el treceavo signo del zodíaco lunar. Encontró que se trataba de Aracne, la diosa araña cretense. Una de las pruebas más evidentes de su hipótesis fue un mosaico que representaba el zodíaco de una sinagoga gnóstica judía, Beth Alpha, en el valle de Jezrael, en Israel. Está claro que éste había sido modificado y que contaba con un espacio zodiacal de más. En el centro se hallaba una figura en forma de araña, Aracne, con 13 elementos en sus vestiduras y la Luna Creciente sobre su hombro izquierdo.
Vogh también quedó fascinado por el gran número de antiguas leyendas en las cuales se utilizan los hilos para retirar a la gente de los laberintos y por su relación con las telas de araña. Uno de los más importantes laberintos del mundo antiguo fue el de Cnosos, que surgió con la civilización minoica alrededor del año 2500 AC. Se creía que en el centro del laberinto vivía una extraña criatura híbrida, conocida como el Minotauro, hijo de un toro y de Pasifae —la esposa de Minos, rey de Creta— que a su vez era hija de la Luna. Vogh analizó el nombre “Minotauro”, lo desglosó e invirtió el orden. El resultado fue “taur” y “min”; la “o” restante, según Vogh, podría representar la Luna.
De éstas y otras evidencias anuncia en su libro “Aracne; el treceavo signo del zodíaco”, 1977, que el signo de Aracne debía encontrarse originariamente entre Tauro y Géminis.
Personalmente, sostengo otra teoría, adecuada al criterio enunciado por la astróloga argentina Norma Palma y su hipótesis de las “Eras astrológicas”, que sostiene que períodos de aproximadamente 2.000 años están caracterizados por religiones, sistemas ideológicos, costumbres, etc., simbólicamente asociables al signo que lo caracteriza. Como el zodíaco retrograda, tenemos:
4000 DC – 2000 DC: es ésta, llamada por eso la Era de Acuario.
2000 DC – 0 DC: Piscis (signo primitivo de los antiguos cristianos, religión y sistema filosófico y político dominante en esta era).
0 DC – 2000 AC: Era de Aries, el carnero, símbolo característico del judaísmo entre otros.
2000 AC – 4000 AC: Era de Tauro, época en que crecen las religiones taurinas en Creta, celtas, Etruria.
4000 AC – 6000 AC: Era de Géminis, la era del dios bifronte, los dioses hermafroditas y andróginos, las “parejas divinas”.
6000 AC – 8000 AC: era de Cáncer (¿comienzo de la religión lunar?).
8000 AC – 10.000 AC: Era de Leo (recordemos que las modernas investigaciones ubican temporalmente la construcción original de la Esfinge de Giza con su rostro de león alrededor del 9.000 AC).
Etc.
Según nuestra apreciación, el símbolo-leyenda del Minotauro puede encerrar el dato del comienzo del conflicto entre lo solar y lo lunar, entre los patriarcados y los matriarcados, entre Tauro y Géminis en cuanto eras astrológicas, es decir, alrededor del 4.500 a 3.500 AC.
Varias pruebas de distintos orígenes sugieren que la Diosa Araña, la diosa Luna y la universal Madre Tierra —que al parecer apareció algo más tarde que las dos primeras— son una misma cosa.[4]. Pero tal vez lo más importante es otra sugerencia de Vogh: en su opinión, muchas de las cruces precristianas constituyen en realidad arañas estilizadas. La variante de la cruz que llamamos swástika es quizás la que más directamente sugiere la imagen de una araña; y Vogh ha localizado varios amuletos-araña procedentes de la América del Norte precolombina que tienen dibujado sobre la reverso un círculo con una cruz en su interior.
Numerosos estudios científicos han demostrado que la Luna está directamente relacionada con el ciclo menstrual de la mujer, una mujer que tiene la menstruación es una mujer fértil, y pocas cosas había más importantes para los pueblos antiguos que un nacimiento regular de niños para asegurar la continuidad del clan o la tribu. Las mujeres, durante la menstruación, parecen más sensibles a los ensueños que en otros momentos, y en todo caso las relaciones entre menstruación y misticismo son muy numerosas. Robert Graves dice que “el maléfico rocío lunar de las brujas de Tesalia” era la primera sangre menstrual de una joven recogida durante un eclipse lunar. El sabbath y el aquelarre fueron originariamente la fiesta de la Luna, diosa de la menstruación. Todos los pueblos primitivos creían que la tierra roja que se encuentra esparcida por el mundo era sangre que manó de la diosa Luna cuando ésta dio a luz el planeta Tierra. En todas partes se considera esta tierra como una sustancia mágica. Algunos autores han considerado como una extensión de esta idea la ceniza del miércoles de Cuaresma y la “piedra filosofal” que podía transformar los metales poco nobles en oro o plata.
Parece más probable, sin embargo, que esta creencia constituya un confuso recuerdo de la sangre de los sacrificios y de la sangre menstrual, así como de la diosa que cada año convertía el campo muerto del invierno en el radiante campo de la primavera y el verano. La plata y el oro, que los alquimistas llamaban metales nobles, tienen además la correspondencia con el Sol y la Luna.
En resumen, al parecer persiste un recuerdo confuso y distorsionado de una religión muy antigua, una religión de la fertilidad en la cual el culto lunar ocupaba un lugar predominante.
Dirijamos ahora nuestra atención a una serie de leyendas y cuentos de hadas. Por ejemplo, el de la Bella Durmiente: un poderoso rey invita a doce hadas buenas al bautismo de su hija. Cada una otorga un don a la niña. Pero otra hada, maligna y treceava, que no había sido invitada, se presenta allí y le lanza una maldición: “Morirá si alguna vez se pincha un dedo”. A pesar de todas las precauciones tomadas ello ocurre, y la joven cae en un sueño eterno. Todo a su alrededor queda como muerto. Pero un día un valiente caballero logra penetrar en el castillo, y en cuanto besa a la princesa ella y todo su reino vuelven a la vida.
El rey Arturo de Britannia tiene en su castillo una mesa redonda alrededor de la cual se sientan él y sus doce caballeros más ilustres (13 en total). Todos son leales, excepto el rebelde y traidor Mordred. Mientras Arturo está ausente, Mordred le usurpa el trono y se casa con Ginebra, esposa de Arturo. A su regreso, él y Mordred luchan infligiéndose mutuas heridas mortales. Sin embargo, el rey Arturo no habría muerto, sino caído en un sueño eterno del que algún día despertará para volver a gobernar a su pueblo.
En la mitología escandinava, la historia de la muerte de Balder, el más querido de los dioses, es como sigue: En el Wahalla tiene lugar un banquete al que han sido invitados 12 de los dioses. Cuando la fiesta se halla en su punto álgido, Loki, el espíritu de la rivalidad y la perversidad —que no había sido invitado— se presenta como el huésped número 13. Da al ciego Höder una flecha de muérdago y logra que éste la dispare; Balder cae muerto[5]. En la versión sajona de esta historia, Balder resucita y empieza la edad de oro de la humanidad.
Cristo conduce un grupo de 12 discípulos (haciendo 13 en total). Es entregado por un débil y traidor miembro del grupo, Judas[6], y ejecutado. Sin embargo, dos días más tarde resucita. La muerte y resurrección de Cristo constituyen para la humanidad un signo de redención y promesa de vida eterna.
El paralelismo entre estas historias es obvio. En todas ellas el ser más querido muere por la acción de un malvado o débil miembro de un grupo de 13; muere y provoca gran desconsuelo y anarquía, pero recobra la vida y retorna la felicidad. Parece claro que estas historias representan metafóricamente los ciclos del año. Se trata siempre de la historia del Sol, al que cada año la Luna mata y resucita de nuevo para que nos traiga otro resplandeciente verano. El año lunar consta sólo de 12 ciclos lunares completos y medio. El treceavo mes lunar es corto y débil, y es durante este mes “débil” cuando muere el Sol.
La confirmación de esta interpretación nos llega a través de la versión sajona de la historia de Balder, donde Balder y Höder mueren luchando por la mano de la virgen Luna. Además, en la mitología escandinava Balder representa el “dios Sol de medianoche”, mientras que Höder representa “la oscuridad y el invierno”.
Cualquier análisis sensato del Nuevo Testamento pone de manifiesto que el papel de María Magdalena ha sido sensiblemente modificado —precisamente para ser funcional a ese plan milenario de “cosificación” de la mujer[7]— pero también es posible que ella fuera el símbolo de un culto de adoración a la Luna y la historia de la crucifixión de Jesús quizás sea la historia de un sacrificio ritual, reliquia de tiempos en que se creía necesario sacrificar al rey para asegurar la continuidad de la fertilidad del país. El Priorato de Sión[8] custodia hasta la actualidad esta antigua tradición de culto a la Luna.
Por algún extraño mecanismo que todavía no comprendo, sectas cristianas fuertemente machistas mantienen costumbres interesantes desde nuestro enfoque: el caso de los llamados “adventistas” por ejemplo, que observan la sacralidad del sábado, no del domingo, al igual que los judíos. Sábado viene de “sabbath”, la importante festividad hebrea —esto no asombra a nadie— pero pocos saben que este término deriva a su vez del acadio shabattu o shapattu que se traduce como “festival de la diosa de la Luna que menstrúa”.
¿Por qué en los milenarios cuentos de hadas —recordemos que los Grimm de todas las épocas son dudosamente originales, ya que acudieron a miles de relatos transmitidos oralmente por ancianos aldeanos— la bella y virginal muchacha a ser rescatada es siempre rubia (símbolo solar) y la bruja malvada de pelo negro (símbolo de la noche o lunar)?.
Pero la Antigua Religión, feminista —o mejor aún, andrógina— y lunar conocía otras particularidades cósmicas que incorporaba en su culto y que, de alguna manera, se han perpetuado al presente bajo la forma de conocimientos herméticos, creencias populares y datos perdidos en las enciclopedias. Por caso, y aquí es necesario conocer el componente astrológico necesario de esta observación, ya sabían que el planeta Venus trazaba un pentáculo perfecto en la Eclíptica cada ocho años. Tan impresionados quedaron los antiguos al descubrir ese fenómeno, que Venus y su pentáculo se convirtieron en símbolos de perfección, de belleza y de las propiedades cíclicas del amor sexual. Como tributo a la magia de Venus, los griegos tomaron como medida su ciclo de cuatro años para organizar sus Juegos Olímpicos. En la actualidad, son pocos los que saben que el hecho de organizarlos cada cuatro años sigue debiéndose a los medios ciclos de Venus. Y menos aún los que conocen que el pentáculo estuvo a punto de convertirse en el emblema oficial olímpico, pero que se modificó en el último momento (las cinco puntas pasaron a ser cinco aros formando intersecciones para reflejar mejor el espíritu de unión y armonía del evento, aunque sospecho que esa modificación quizás se debiera o bien a que los fundadores de la época moderna de estos juegos sabían de sus connotaciones filosóficas, que quisieron evitar, o, más próximamente en el tiempo, no desearon que se relacionara con el símbolo en rojo de la naciente Unión Soviética[9]).
Y es oportuno señalar aquí, como un índice de la perpetuación de la creencia mistérica lunar —aunque ahora en un sentido negativo— que las imágenes de muchas advocaciones de la Virgen presentan a la misma pisando una media luna (en algunos casos, ésta simplemente está equilibradamente puesta al pie del conjunto alegórico; en otras, directamente María apoya su pie sobre la misma). Con el antecedente de otras representaciones marianas donde el pisar la serpiente significa metafóricamente (pero contundentemente, de cara al lábil inconsciente colectivo de los creyentes) la supremacía del culto católico sobre el pagano, no es forzado descubrir que aquí también se ha transmitido un mensaje simbólico: la victoria del culto mariano (y católico, por extensión) sobre el lunar. De la misma manera, en otras representaciones María está de pie sobre doce estrellas.
Finalmente, recurramos a las evidencias arqueológicas que demuestran que en la Prehistoria la Divinidad era definitivamente femenina: la exclusiva representación de figuras femeninas en el arte mobiliar y rupestre durante los últimos 45.000 años de la Prehistoria, antes de la Edad del Bronce y por tanto reflejo de que se adoraba al Principio femenino y sólo habría representantes del mismo género (incluso desde hace medio millón de años, ya que se ha encontrado en África la más antigua manifestación artística humana: la “Venus de Tan-Tan”, objeto de piedra de unos seis centímetros de largo encontrado en 1999 cerca de la ciudad de Tan-Tan, Marruecos, entre 500.000 y 300.000 años, de mayor antigüedad que la Venus de Berekhat Ram, Palestina, que hasta ahora había sido considerada la obra de arte de mayor antigüedad (datada en 250.000 a 280.000 años). Es decir, son exclusivamente femeninas las figuras antropomorfas del Paleolítico, como lo evidencian las cerca de 200 “Venus” exhumadas y otras muchas “Venus” grabadas o pintadas en paredes de piedra o en plaquetas de hueso o piedra, o dibujadas en paredes de arcilla. Como comenta Lorblanchet: “Los prehistoriadores empiezan a admitir que «mujeres de Gönnersdorf» pueblan las paredes de otras cuevas.”
Durante todo el Neolítico persistió similar representación exclusiva de figuras femeninas en todas las culturas del universo, hasta que aparecieron las masculinas al final, cerca de la edad del Bronce. Delporte lo confirma de la cultura de Canaán, Palestina e Israel: “Es interesante señalar que en la cultura de Beershéba, más reciente que las que hemos observado más arriba, las estatuillas femeninas se presentan acompañadas por algunas figuraciones masculinas; este hecho es relativamente normal en las culturas de Oriente Medio, a partir de la fase final del Neolítico, correspondiendo quizá a las modificaciones del sistema socioeconómico, particularmente referidas a la organización de la familia”; e imágenes femeninas que representaban a la Diosa, la más antigua Divinidad que adoró la humanidad, o a las Sacerdotisas, Magas, a su servicio. Asegura Atienza: “Las primeras manifestaciones de carácter claramente religioso que se conocen, procedentes de aquellas remotas edades, tienden a la divinización de un elemento generador femenino primordial, representado por vulvas más o menos esquematizadas y por figuras femeninas de atributos sexuales extremadamente marcados: pechos, caderas y órganos externos.” Pirenne: “En torno de la diosa madre, antes de la restauración del régimen patriarcal, parece haberse formado el primero de estos sistemas. Representaba a la vez la tierra y el cielo, la diosa madre es el universo entero, la diosa principal.” Confirmado por la cita aportada por Delporte de Saccasyn Della Santa del arte mueble antropomorfo paleolítico: “Figuran magas, sacerdotisas o vestales.” Y sólo al final del Neolítico (según lo ilustra el arte) empezó el varón a compartir con las Sacerdotisas, representantes de la Madre Naturaleza, el culto. Y para ello, como representante castrado del paredro castrado de la Diosa Madre, se convertía en eunuco. De ahí que al final del Neolítico aparezcan imágenes de humanos itifálicos cayéndose o heridos: reflejan el momento antes de la castración (y a la vez reflejan el paredro de la Diosa que moría castrado antes de resucitar). Son ejemplos: el personaje itifálico del pozo de la Cueva de Lascaux (que sería pintado al final del Neolítico igual que los similares de España: de la Cueva de los Moros de Cogull, Lleida, datado hace VII milenios y el de la Cueva de la Pileta de Benaoján, Málaga; similar al pintado en Adjefou, Tassili, Argelia, también del Neolítico; y el grabado en Noruega ya en la Edad del Bronce en Leirfall, Hröndelag del Norte). Y varones castrados que participaban en el culto junto a las Sacerdotisas, a partir de la Edad del Bronce en culturas de Egipto, Etiopía, Sudán, Mesopotamia, Asiria, Canaán / Israel y Palestina, Elam / Persia, Anatolia / Asia Menor, Suiza, Italia, Grecia, La India, China…, antes de que la religión evolucionara hacia el patriarcado y los Sacerdotes / Chamanes les quitaran a las mujeres el protagonismo en el culto. Por lo que se deduce que las imágenes antropozoomorfas paleolíticas de las que existe duda en cuanto al género, difícilmente pueden ser consideradas masculinas, porque no es coherente con el 99 % de las restantes (unas 250 femeninas) y porque el sacerdocio masculino no existía ni en el Paleolítico ni en el Neolítico. Y desde luego, estas figuras antropozoomorfas / híbridas o zoomorfas / animalísticas, son reflejos de la Diosa Madre y sus máscaras animalísticas, que podían ser de la fauna con cuernos como los bóvidos, o con colmillos como los félidos, o con pico y alas como los pájaros, acorde a lo afirmado por Laviosa: “Así la madre no sólo se identificaba con el toro sagrado, con la serpiente, con las palomas, con los pájaros, etc., cuyo aspecto tomaba, sino también con el árbol, con las plantas, en las que está implicada la divinidad.”
[2] En su libro “La diosa blanca”
[3] Este es el momento de recordar que las más antiguas imágenes religiosas, en yacimientos de hasta 30.000 años atrás, son femeninas en todos los casos y, lo que es más, obesas damas conocidas como “Venus parturientas”.
[4] Un dato muy pero que muy sugestivo: Freud sostenía que la “aracnofobia” —repulsión a los arácnidos— se debía a conflictos reprimidos y no resueltos con la señora madre del o la paciente.
[5] Pero los dioses no pueden morir; por lo tanto, Balder ha de caer en —otra vez— un “sueño eterno”.
[6] En la versión oficial. En lo personal, como he escrito en otra oportunidad, creo que Judas actuó irresponsablemente pero que en realidad buscaba provocar una situación crítica para forzar a Jesús a hacer contra los romanos los milagros que había visto prodigar a su pueblo. No contaba, obviamente, con la férrea convicción, el trágico destino o la tozudez —depende como se vea— del Cristo en permitir que la historia siguiera su curso.
[7] Si una nueva religión no puede absorber algo de la antigua, lo destruye. ¿Qué mejor manera que destruir la reputación de la mujer que acompañó a Jesús y quizás fue su pareja para que, si la vida de Jesús se transforma en paradigma de lo que debe ser la vida de la Iglesia Católica —recordemos a franciscanos y dominicos discutiendo si el morral de Jesús “era o no era de él”, pues de demostrarse lo primero, esto avalaría las pretensiones de posesiones materiales por parte del Vaticano— la de la Magdalena estigmatizaría a toda mujer per secula seculorum.
[8] Que nada tiene que ver con “Los protocolos de los sabios de Sión”.
[9] Este es un buen momento para llamar la atención sobre la “casualidad” de que tanto la estrella roja de los soviéticos como la estrella distintiva en el uniforme y los equipos militares estadounidenses, ambos comparten el pentáculo como diagrama significativo.