Uno de los cuadros más emblemáticos de la historia pictórica occidental,
“Jarrón con quince girasoles” de Van Gogh, tiene como protagonista a
una especie mutante de dichas flores, asegura investigación reciente.
La
historia del arte occidental transita por estaciones emblemáticas que
muchas personas reconocen de inmediato incluso sin ser especialistas en
materias afines. Así La última cena, la Gioconda, Las meninas, Guernica, El grito
o algunos cuadros de Edward Hopper saltan de inmediato a la vista (a
veces en los lugares menos inesperados como tazas para el café o
playeras).
En dicho grupo se encuentran los célebres Girasoles
de Vincent Van Gogh: el retrato de un jarrón con un puñado de girasoles
que, en su momento, supuso una revolución en las formas pictóricas de
la época, una primera consagración del simbolismo como escuela estética
que planteó el ámbito de la pintura desde otros fundamentos antes
impensables.
Y si bien la perspectiva del artista
tiene fama de ser única, subjetiva, inimitable para cualquier otra
persona que no sea él mismo, de cuando en cuando se ofrecen
explicaciones objetivas (tanto como puede ofrecerlas la ciencia) que
develan el misterio detrás de una obra que la crítica considera
únanimamente genial.
En esta ocasión toca el turno a los Girasoles
de Van Gogh, los cuales, de acuerdo con John Burke, biólogo de la
Universidad de Georgia, pertenecieron a una rara mutación genética que
puede arrojar luz sobre su tan característico arreglo que, hasta ahora
se cree, formó parte del estilo personal del pintor holandés.
Comparando distintas especies de
girasoles Burke y sus colegas descubrieron que los de doble pétalo
pueden mutar en uno de sus genes conocido como HaCYC2c, con lo cual el
girasol pasa a tomar la forma de una esfera de múltiples rayos surgidos
de su centro. Además, como esta mutación es de sobra conocida entre los
comerciantes de flores, se le conserva como una curiosidad que buscan
los clientes (entre los cuales, alguna vez, se encontró un misterioso
pintor de nombre Vincent).
La explicación, por supuesto, no parece
restar ni añadir nada al mérito estético de la pintura. Si acaso
contribuye a reforzar la idea de que la creación artística nace de una
milagrosa conjunción de circunstancias siempre ajenas al control humano.