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lunes, 2 de abril de 2012

A 30 años de una guerra que marcó con sangre un reclamo histórico y legítimo Por Juan Pablo Elverdin




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El 2 de abril de 1982, tropas argentinas desembarcaban en Puerto Argentino, y la Junta Militar encabezada por Leopoldo Fortunato Galtieri anunciaba la recuperación de las Islas Malvinas. La respuesta británica fue contundente, y dos meses después, retomaban el control del archipiélago. El repaso de un conflicto que dejó 649 muertos, cientos de heridos, y una huella imborrable en toda la sociedad argentina
¿Cómo compatibilizar un reclamo legítimo, histórico, con una guerra evitable, dolorosa, que costó la vida de cientos de argentinos, en su mayoría jóvenes con poca preparación militar en sus espaldas? ¿Cómo separar la posibilidad de recuperar un territorio usurpado de la oportunista decisión de un gobierno ilegítimo que buscaba un poco más de oxígeno para extender su estadía en el poder?

La historia argentina tiene en el 2 de abril de 1982 una fecha marcada a sangre y fuego. Por primera y única vez, el país entabló una guerra contra una fuerza extranjera, que incluyó batallas por tierra, mar y aire. Y que concluyó de la peor manera: una derrota dolorosa e imborrable para los ex combatientes y para la sociedad toda.

Pocos sabían de los planes militares de entonces. Desde los primeros años de la dictadura, la posibilidad de un conflicto armado apuntaba exclusivamente a Chile, por la disputa por la soberanía de los hielos continentales. Incluso, tropas argentinas estuvieron largo tiempo movilizadas a la frontera cordillerana. Malvinas no parecía estar en la agenda.

Sin embargo, en diciembre de 1981, Leopoldo Fortunato Galtieri reemplaza en la presidencia de facto a Roberto Viola, y desde el primer día mira hacia las Islas como la concreta posibilidad de recuperar algo de sustento en la sociedad, y evitar lo inevitable: la salida democrática.
La decisión estaba tomada: el fracaso de los constantes intentos diplomáticos para recuperar la soberanía de las Islas (ocupadas por Gran Bretaña de manera ilegal e ilegítima desde 1833), y la falta de un elemento concreto para que los militares continuaran en el poder (la "subversión" ya había sido largamente derrotada) marcaban el camino de la ocupación militar como el único posible.

No había marcha atrás: ni la mediación de los Estados Unidos, ni el pedido de la Iglesia medraron la decisión de Galtieri de recuperar las Malvinas por la fuerza. El 2 de abril de 1982, unos 5 mil hombres al mando del general Mario Benjamín Menéndez desembarcaron en Puerto Stanley, más tarde rebautizado como Puerto Argentino.

Los cuarenta y nueve marines ingleses que conformaban la pequeña guarnición encargada de la custodia del archipiélago fueron capturados y trasladados a Montevideo junto con el gobernador Rex Hunt.


Crisis en Gran Bretaña: Tatcher decide recuperar las Islas

El sorpresivo desembarco argentino provoca una fuerte crisis en el gabinete británico: buena parte del equipo de Margaret Thatcher entendía que no valía la pena una operación militar para recuperar las Islas. El ministro de Asuntos Exteriores, lord Carrington, presenta su renuncia, al igual que una importante cantidad de colaboradores.

Pero Thatcher ve en Malvinas la posibilidad política de recuperar poder, ante la grave crisis económica por la que atravesaba el Reino Unido, lo que había esmerilado el apoyo al conservadurismo en la sociedad inglesa.

Antes del desembarco, el Reino Unido logra su primer triunfo: el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas declara a la Argentina “país agresor” y EE.UU. y la Comunidad Económica Europea dan el aval incondicional a Thatcher.

Los militares argentinos, en tanto, lograban el apoyo de casi la totalidad de los países de Latinoamérica: Nicaragua ofreció tropas; Venezuela, petróleo y Perú, aviones de reemplazo. Solamente el gobierno militar de Augusto Pinochet, en Chile, se ofrece como ayuda a los británicos, concediendo suministros y bases para unidades de comando.

Mientras tanto, y con las fuerzas británicas rumbo a Malvinas, el secretario de Estado norteamericano, Alexander Haig, intenta por todos los medios convencer a Galtieri de que la Argentina tenía más posibilidades de recuperar las Islas por la vía diplomática. Pero la obsecada negativa de la Junta Militar lleva al gobierno de Reagan a anunciar formalmente el 30 de abril, el apoyo a Gran Bretaña.

Del “estamos ganando” a la derrota inexorable

En los días que siguieron a la declaración formal de guerra por parte de Gran Bretaña, la sociedad argentina vive momentos de extrema ebullición, impulsada por la propaganda oficial que impulsaba la idea de que las Malvinas “se habían recuperado para siempre". Eso contrastaba con la difícil realidad que vivían los soldados en el crudo invierno del Atlántico Sur, sin las provisiones suficientes para hacer frente a un duro entorno geográfico.

Antes del desembarco británico, se produce el episodio más doloroso para la Argentina durante el conflicto: el domingo 2 de mayo, un ataque del submarino nuclear HMS Conqueror hundió el crucero ARA General Belgrano. El hecho causó la muerte de 323 marinos argentinos (casi la mitad de los caídos que tuvo el país durante el conflicto), y le dio a Gran Bretaña la posibilidad de tener superioridad naval en la zona.

Además, generó una fuerte polémica, al haberse producido el ataque fuera del área de exclusión establecida por el gobierno británico alrededor de las islas. 

Finalmente, el 21 de mayo tropas británicas desembarcan con éxito en San Carlos (Gran Malvina), y comienza una serie de enfrentamientos que las fuerzas argentinas llevan adelante con gran valor, provocando numerosas bajas entre los soldados británicos.

La poca preparación de los comandos británicos para combatir en un escenario tan hostil abrigaban la esperanza de quienes confiaban realmente en la posibilidad de una recuperación de Malvinas por la fuerza. Pero la notoria diferencia entre la que en ese entonces era la tercera fuerza tecnológica del mundo, apoyada por la primera, rápidamente puso en jaque los planes argentinos.

El principal combate en tierra se produjo el 28 de mayo. Un contingente británico formado por 600 hombres derrotó a una guarnición argentina mayor en número en Goose Green (en Malvina del Sur), tras un duro enfrentamiento.

Los británicos avanzaron hacia la principal guarnición argentina que estaba situada en la capital, Puerto Stanley (Puerto Argentino), y el 8 de junio se produjo su mayor desastre, cuando el buque de transporte Sir Galahad fue destruido por aviones argentinos en Port Fitzroy.
Pero esa sería sólo una excepción en medio del retroceso generalizado de las posiciones argentinas, con el avance consecuente de las británicas.




Crónica de un final anunciado

Pese a ese circunstancial éxito, poco a poco las fuerzas británicas fueron avanzando, provocando numerosas bajas y un continuo desgaste en los soldados argentinos, que además sufrían la escasa provisión que llegaba desde el continente y la notoria diferencia en el armamento con respecto a su enemigo.
Las tropas inglesas ocuparon las tierras altas que rodean Puerto Argentino, y el 14 de junio llegó lo inevitable: la guarnición argentina, bajo el mando del general Menéndez, se rindió.

El general Galtieri anunció por cadena nacional el fin de la guerra, la derrota argentina, y dio el primer paso para el final de la dictadura militar que había comenzado el 24 de marzo de 1976.

Mientras tanto, Margaret Thatcher brindaba junto a Ronald Reagan una nueva demostración del poderío militar de las potencias del mundo, que jamás hubieran permitido que un país emergente, bajo un gobierno dictatorial, se anotara un triunfo militar en medio de la Guerra Fría.

En total, fueron 649 argentinos los que dejaron la vida en Malvinas durante la guerra, y hubo 1188 heridos. Pero las consecuencias continuaron: más de 500 ex combatientes se suicidaron en los años posteriores a la guerra, en medio de la indiferencia de la sociedad, y el abandono de los gobiernos democráticos.

Sin embargo, en los últimos años el reclamo por la legítima soberanía argentina sobre Malvinas tomó nuevo impulso. Lejos de los delirios bélicos de 1982, y 

con la vía diplomática como único camino. 

 Sin dudas, el mejor homenaje para quienes dejaron su vida en un conflicto que trazó con sangre la historia argentina.

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